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Ágora: Aprendimos mal. O no basta con ser buenas personas

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • hace 23 horas
  • 5 Min. de lectura

Aprendimos mal. O no basta con ser buenas personas.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

Aprendimos mal, se nos dijo que era importante ser correctos y/o amables, incluso se nos llegó a decir que bastaba con tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros mismos... y aunque puede ser que eso funcione con muchos, es mentira que funciona con todos.

 

Aprendimos mal, se nos dijo que era importante ser leales y/o siempre honrar nuestra palabra y cumplir lo que acordáramos, incluso se nos llegó a decir que bastaba con siempre hablar con la mayor transparencia y sinceridad posible, para evitar tropiezos y/o malos entendidos o desencuentros... y aunque puede ser que eso funcione con algunos, es mentira que funcione con todos, o incluso con la gran mayoría. Porque en el mundo de la realidad, es decir el que verdaderamente es, y no el que se pregona públicamente, muchos más de los que creemos nos muestran una cara que no es, o le dan a cada quien una cara muy distinta, condicionada por su propia historia de vida y/o expectativas e intereses.

 

Aprendimos mal, se nos dijo que era importante ser honestos y/o no vender simulacros o fomentar falsedades y mentiras como si de verdades se trataran... y aunque puede ser que eso funcione con aquellos que valoran la franqueza y/o la rectitud y la integridad de principios, es mentira que funciona o sea conveniente para con todos, mucho menos cuando no se sabe frente a quién estamos.

 

Porque en el mundo de la realidad, es decir, en el mundo que verdaderamente es, y no en el que se pregona públicamente, muchos más de los que creemos, son simuladores crónicos y/o mentirosos compulsivos y hasta manipuladores estratégicos o selectivos. Y lo que es peor, esa es la medida de su éxito, la eficiencia y/o la eficacia con la que mienten y traicionan a quien sea para conseguir lo que quiera que quieran o se propongan.

 

Aprendimos mal, se nos dijo que ser responsables, persistentes y/o formales y consistentes era importante, incluso se nos llegó a decir que bastaba con tratar a todos con mesura y/o corrección y hacer de nuestra parte lo que nos tocaba, para ser tratados con idénticas consideraciones... y aunque puede ser que eso funcione con aquellos que guardan una visión de la vida fundamentada en el mutuo compromiso y la reciprocidad, es mentira que funciona con todos, o incluso con la mayoría, cuando la verdad es que con más frecuencia de la deseable, no funciona más que con nosotros mismos, y eso a veces, cuando conseguimos sobreponernos a la tentación de autosabotearnos. Porque a veces ni nosotros nos creemos merecedores, oa la altura de lo que nos gustaría que fuera.

 

Aprendimos mal, se nos habló de la utilidad práctica de ser personas buenas o actuar con rectitud, en la creencia de que el oportunismo y la mezquindad o la llana maldad de aquellos que sistemáticamente se aprovechan de otros, terminaría tarde que temprano por tener sus consecuencias. Pero a quién queremos engañar, madurar significa, además de formarnos un propio criterio, terminar por entender que no porque existe quien merezca cosechar lo que siembra, significa que así terminar siendo siempre. De hecho con más frecuencia de la reconocible, quienes peor te tratan, no tienen nunca la más mínima consecuencia.

 

Lo que no significa que eso haga razonable o justificable semejante miseria u oportunismo, pero si nos debe servir para dimensionar en su justa medida la brecha que existe entre el mundo en el que nos enseñaron a creer que vivimos y el que realmente hacemos y/o tenemos. A eso y no otra cosa, es lo que se llama adquirir barrio o calle, a cultivar la astucia para identificar quién es quién. Porque quien crea que basta con ser buena onda, incluso con quien no lo merece, para llegar a coincidir con otros que se conduzcan de idéntica manera, o no entiende un carajo cómo es el mundo, –en cuyo caso corre un alto riesgo de terminar siendo abusado por los más oportunistas e inescrupulosos–, o es que de plano es un cínico que se sirve justamente de aquellos carentes de malicia.

  

Y no, sólo por decirlo con absoluta claridad, no creo que nuestros padres sean necesariamente malas personas por decirnos cómo es que el mundo es en realidad con toda su crudeza, sólo hicieron lo que cualquier otros padres habrían hecho, nos enseñaron el mundo como mejor creyeron que nos convenía figurarnoslo; nos enseñaron el mundo como se suponía que debía ser, pero nunca nos advirtieron que todo depende de quién se tratara o según te trataran. Pero en lo personal no puedo culparlos.

 

De haber estado en su lugar, quizás yo mismo no habría tenido el estómago, para decirle a mis propios hijos, –de haberlos tenido–, que nunca es suficiente con ser buena persona, que de hecho ser buena persona está sobrevalorado y que el mundo en realidad, por muy lindo que a veces pueda parecer, es en términos generales un lugar cruel y despiadado, y que a la menor oportunidad te puede pasar por encima si te descuidados; que no siempre los que se sonríen contigo o te saludan, lo hacen por genuina amabilidad; que con más frecuencia de la que créenos, la mayoría te habrá de responder según le convenga o te mida, sin olvidar que la mayoría de las respuestas que te dan, serán a medida, hechas sólo para salir del paso, o como se dice en la calle, para zafar y/o ser políticamente correctos.

 

Ser buenas personas siempre será importante y/o necesario, de ello no tengo la menor duda, pero nunca será suficiente. Todavía más significativo o útil que ser buenas personas sin más, –incluso con aquellos que no lo merecen, porque sistemáticamente nos dan lo peor de sí mismos–, es aprender a ser inteligentes, juiciosos y observadores, para darnos cuenta quién es quién, no para estar por ello a la expectativa de que lo peor nos pueda suceder en cualquier momento, sino sencillamente para tener mejores posibilidades de autoprotegernos.

 

Guardar silencio frente a los rasgos más oscuros del ser humano, no evitará que quienes más nos importan, pueda evitar de forma razonable todas las consecuencias desagradables sobre las que rutinariamente guardamos silencio, en la creencia de que bastará con sólo contar verdades a los medios, para que llegada la ocasión, cada cual pueda tomar sus mejores decisiones. Hablar con la verdad, por más sombría o incierta que nos pueda parecer, es el primer paso para propiciar las condiciones necesarias para evitar tragos amargos innecesarios.

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