Ágora: Una autocrítica dolorosa pero necesaria
- Redacción
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Una autocrítica dolorosa pero necesaria.
Por: Emanuel del Toro.
El problema no es que cuando toque, votes por el PRI, el PAN, Morena y sus aliados o cualquier otro que se deje venir, sino que estés tan enojado por la ineficiencia y/o corrupción del pasado, que incluso creas que votar en todos los niveles de gobierno por un sólo partido, es la decisión más atinada para que la democracia del país funcione mejor, cuando es de todos sabido que nunca ha sido bueno que una sola fuerza política tenga todo el poder. Habría que decir al respecto, que tan hondo era semejante problema de concentrar el poder en muy pocas manos y/o en un mismo partido, que la teoría democrática moderna dedica buena parte de sus esfuerzos a explicar la importancia de que existan pesos y contrapesos que aseguren un funcionamiento gubernamental mucho más equilibrado y/o eficiente.
Acudir a votar creyendo que la respuesta a la ineficiencia y los excesos del pasado, estará en entregarle todo el poder sin mayor examen a un sólo partido, es poco menos que un sinsentido, independientemente del signo político que nos oriente, lo mismo da si se trata de izquierda o derecha; dar todo el poder a un sólo partido político, sólo aumenta las posibilidades de que quien gana las elecciones, termine haciendo lo que le dé la gana, sin motivos para rendir cuentas.
Si a ello se suma esa suerte de sectarismo maniqueo que hoy prevalece en la política nacional, en una suerte de polarización ideológica que pulveriza cualquier posibilidad de disentir o siquiera discutir con criterio propio, y tenemos la fórmula perfecta para vernos replicar todos y cada uno de los errores más groseros que se padecieron durante el siglo XX. Lo cual resulta poco menos que un despropósito, si se cae en cuenta de que la generación que lo está haciendo posible, es en buena medida la misma que padeció lo peor del régimen autoritario priista. Como si se pensara que no fue suficiente con todo el daño que hicieran durante el pasado siglo, para encima entregarles de nueva cuenta todo el poder. Pero no nos llamemos a engaño, semejante proceder habrá de terminar teniendo efectos, tanto sobre el futuro, como sobre el presente mismo.
De cara al futuro, abre la posibilidad de vernos replicar, –y lo peor, en tiempo record–, lo vivido durante el régimen de partido hegemónico; de cara al presente, termina propiciando un entendimiento sesgado de nuestro pasado, toda vez que al constituirse como una fuerza hegemónica, el llamado régimen de la 4T y sus aliados, han ido favoreciendo la construcción y/o la difusión de una historia sesgada y poco realista, según la cual las numerosas insuficiencias vividas como resultado del proceso de modernización política y económica que el país atravesó durante los últimos 40 años, –a groso modo llamado el periodo neoliberal–, son resultado de la perversidad de élites tecnocráticas poco o nada nacionalistas, que en su búsqueda de incrementar su influencia política y su poder económico, se han vuelto capaces de gobernar haciendo caso omiso de las necesidades más elementales de quienes menos tienen. Cuando la realidad es mucho más compleja de lo que el actual régimen en ascenso, –por intereses políticos–, quiere hacer ver.
Porque lo que semejante razón argumentativa, –tan popular entre los aplaudidores acríticos del gobierno–, no dice y/o calla, –por razones de conveniencia electoral para con el gobierno en turno–, es que la estrategia de buscar soluciones en el mercado económico privado, misma que se implementó a partir de 1982, optando a un mismo tiempo; primero por abrir el país al comercio mundial; y posteriormente por liberalizar el juego político –permitiendo que no sólo ganara el PRI–, vino como resultado de los numerosos excesos y/o abusos de poder, cometidos por los mismos políticos nacionalistas que hoy se agrupan en torno a Morena y sus aliados. Porque la llamada década perdida de los 80’s
Morena y su pretendida 4T, –y esto es ningún secreto para nadie–, no es más que la versión más rancia y putrefacta del PRI. Ese PRI nacionalista y populista de los años 70’s, el mismo que por el exceso de corrupción y el más grosero despilfarro del erario, terminó dejando al país en bancarrota, con todo y que se venía de una bonanza petrolera brutal, sin que ello evitara que la mala gestión pública terminara dilapidando las finanzas nacionales, al punto de hacernos imposible cumplir con nuestros compromisos internacionales.
De ahí que le duela a quien le duela, no cabe desconocer nuestra propia irresponsabilidad en la cuestión; si el país se vio forzado a modernizarse, –con resultados por demás diversos, tanto en lo económico, como en lo político–, lo hizo a regañadientes, porque los propios políticos nacionalistas que hoy se agrupan en torno a Morena, cuando tuvieron todo el poder, terminaron demostrando que poco importa si se tiene o no en el poder a políticos nacionalistas o globalistas; cuando los que gobiernan son corruptos, no hay país que los resista.
Lo que no quita de decir con toda claridad, tanto por responsabilidad personal, como por autocritica como sociedad, que victimizarnos frente a un contexto internacional agreste, –cualquiera que este sea–, pretendiendo desconocer nuestra propia responsabilidad, es poco juicioso y/o razonable, encima de que resulta doblemente perjudicial. Porque nos impide reconocer la realidad de lo vivido; pero también, porque favorece una suerte de auto conmiseración fatalista, según la cual, lo más que podemos hacer como sociedad, es aprender a resistir a un entorno, en el que por principio de cuentas, hemos renunciado a nuestro papel como agentes de cambio. Una línea de pensamiento, bajo la cual, es plausible terminar creyendo, que la respuesta a un mal funcionamiento del Estado, sea profundizar la incidencia del mismo, cuando es justamente el exceso de estatismo irresponsable y sin límites, el que nos orilló a buscar soluciones privadas.
Sólo reconociendo nuestra propia responsabilidad al respecto, es que tendremos mejores posibilidades de resolver satisfactoriamente todos y cada uno de los escollos que históricamente hemos vivido. Ahora que bien, no habrá de faltar quien afirme que tampoco el mercado económico ha terminado de ofrecer un equilibrio realmente satisfactorio. Empero, si ni un camino ni otro ha resuelto lo que se esperaba, resulta necesario preguntarse: De qué sirven políticos nacionalistas si son igual de corruptos que los neoliberales; que vamos, impedir que la riqueza se la lleven al extranjero, –como afirman los defensores del oficialismo–, no evitará que se pierda, si siempre queda en pocas y/o las mismas manos de toda la vida, –como es que muy pocas voces independientes se atreven a criticar–; lo cual de paso, nos confronta con el inexorable reto de superar ese chovinismo ideológico, según el cual, se tiene forzosamente que tomar partido, por un bando o por otro.
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