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Ágora: Un comentario políticamente incorrecto sobre la lucha contra la violencia de género

Por Emanuel del Toro.

Un comentario políticamente incorrecto sobre la lucha contra la violencia de género.

En esa larga lucha por la equidad y contra la violencia, una nueva cultura de respeto, debería combatir la pornografía, la trata de blancas y/o la propia sexualización fetichista de las mujeres. A los que lucran explotando mujeres es a quienes deberían pintarles las casas y/o tirarles las puertas de las mismas, a chulos y proxenetas, traficantes de personas, a pedófilos y demás explotadores.

Pero está más que claro que no se hará ni madres, porque en el fondo todos aceptamos implícitamente, que en cuestión de cuidarnos y/o autoconservarnos, vamos todos por la libre, y hágale cada quien como pueda. Para que al menos nos quede el autoconsuelo de que la macabra lotería que es nuestra brutal ausencia de Estado, legalidad e instituciones, jamás alcanzará a los nuestros.

Porque el mismo Estado que se hace de la vista gorda con quienes en el nombre de la justicia por las mujeres o cualquier otro colectivo, vandalizan el espacio público con pintas o arrojando piedras a automovilistas y transeúntes, es el mismo Estado cómplice, que aunque sabe perfectamente quiénes son y cómo es que operan los grupos delictivos que todos los días siguen desapareciendo mujeres, lo mismo para prostituirlas, que para traficar con sus órganos, nunca hace lo más mínimo por combatirlo. Porque se lo diga o no, se reconoce que hacer algo al respecto implicaría terminar tocando muchos intereses. Intereses que claramente superan por mucho las propias capacidades del Estado.

Porque el mismo Estado que se hace de la vista gorda con los grupos de activistas radicales, que en el nombre de la libertad de expresión, se sienten más allá del bien y del mal, para terminar injuriando o acusando a cualquiera que no piense como ellos, es exactamente el mismo Estado cómplice, que rutinariamente administra la justicia de forma selectiva y/o discrecional o con criterios particularistas, para nunca llegar a los cercanos a su poder, pero en cambio pasarle por encima y refundir en sus entrañas legales, a quienes no tienen influencias.

La cultura de la violencia no se reduce a la expresión personal de nuestra relación con el género opuesto, se extiende en los ámbitos más insospechados de nuestra experiencia cotidiana de vida. La violencia de género es un tema que alcanza por igual a hombres y mujeres, lo tengo que decir de este modo, porque no parece tan evidente para todos. Lo que se vuelve grave cuando quienes piensan de ese modo ocupan posiciones en los circuitos de poder del Estado.

La cultura de la violencia tiene una de sus caras más visibles en la glamourización del crimen, en el modo casi heroico en el que multitudinariamente se hace apología de quienes transgreden la legalidad y además consiguen salir impunes; lo cual en México ocurre con suma frecuencia, porque para no ir más lejos el 98% de los delitos que se cometen quedan sin castigo; con semejantes perspectivas, lo lógico es pensar que quien mata, viola o transgrede la legalidad, lo hace no necesariamente por razones de género, sino sencillamente porque está más que seguro que la justifica rara vez se hará efectiva. Pero ojo, la cosa no se reduce sólo al ámbito de lo ficticio, como ocurre con el entretenimiento televisivo, la música o el cine, incluso los medios noticiosos hacen con frecuencia un uso morboso, sensacionalista y distorsionado de la información.

La cosa es que por los motivos más diversos, los medios de comunicación en México, no informan para documentar a la opinión pública, lo hacen para entretener, para mantener en vilo, poniendo su creatividad al servicio de la exhibición grotesca de quienes caen en desgracia, porque está más que demostrado que eso es lo que mejor vende y mantiene a sus audiencias pendientes de sus contenidos. Exactamente del mismo modo que desde siempre se ha usado a la mujer como escaparate de la sexualización en la industria del entretenimiento. ¿Y me dicen que no hay ya gran cosa que hacer? No es sólo una cuestión de legalidad, por más necesario que sea hacerla efectiva, va mucho más allá.

¿De qué sirve un paro o marchar un día, –sea el 8 de marzo o cualquier otro día–, si no bien pasando todo seguirá exactamente igual? Que se sienta la ausencia de las mujeres un día, no tendrá consecuencias mientras la ausencia de legalidad no sea atendida. El feminismo que no tiene conciencia de clase, es sólo un escaparate de los privilegiados para lavar sus conciencias porque no va resolver absolutamente nada; ¿y la trata de blancas? Bien gracias; ¿y la pornografía sin controles estrictos? Bien gracias; ¿y la música que degrada mujeres? Bien gracias; ¿y el mercado laboral que no tiene paridad salarial? Bien gracias. Si van en serio, háganlo efectivo, no estamos ya para expresiones que inviten a superar la violencia sólo en el nivel de lo simbólico.

Hablemos claro y sin tapujos: las razones de la desigualdad social no se hallan en el género, sino en la clase. El feminismo que no tiene conciencia de clase, no sólo sirve al patriarcado, además explota por igual que este, a quienes menos tienen. Hay que decir con todas sus letras, que los dos pilares de lo que la teoría feminista llama patriarcado, son la violencia sexual y la violencia económica. Luego entonces, es difícil echar a un lado al patriarcado de manera independiente con leyes que simplemente atenúen aspectos de las relaciones de género, si no se va a tocar también las relaciones de poder económico.

Y no creo francamente que quienes tradicionalmente llaman a paros, marchas y/o manifestaciones, quesque por la defensa de la equidad de género, estén siquiera cercanos a una idea semejante, cuando es un hecho que muchos de los que convocan quesque a pensar públicamente estos temas y otros parecidos, son a su vez los sectores más privilegiados del país. Los mismos en cuyo beneficio se ha ido alimentando la trepidante desigualdad que hoy tiene a millones sumidos en la miseria. Difícilmente veremos que una mujer que pertenece a dichos sectores, sepa entender lo que otras mujeres menos favorecidas enfrentan todos los días por cosas que para las primeras están garantizadas sí o sí.

Vaya pues, ya no digamos sólo entender, además ayudar. No creo que una señora en Lomas, el Pedregal o Polanco, pueda entender lo que su propia servidumbre viviendo en extremos de la ciudad por los que ni en broma se pararía jamás, pasa diario para que ella conserve su comodidad y su casa impecable. Tampoco creo que entiendan en toda su magnitud lo que esto significa, porque es un hecho que en este mundo de contrastes tan brutales, muchos son auténticamente invisibles, porque ni siquiera tienen presencia cibernética. Ese nuevo nivel de desigualdad que no hace sino reproducir la misma violencia que debería contribuir a erradicar, pero que no lo consigue porque incluso su acceso está económicamente condicionado.

Hay muchas mujeres en las calles de esta ciudad y de todo el país que viven diario un auténtico calvario, y para las cuales la sola idea de ausentarse o quesque salir a manifestarse, así sea un día de sus respectivas responsabilidades, podría significar no comer ese día. ¿A qué voy entonces? Podríamos eliminar las razones estrictamente genéricas de la desigualdad de género, pero mientras se siga sin tocar las razones de lo económico, difícilmente veremos que se remedie un ápice el clima de violencia que hoy nos tiene a todos por igual sobrecogidos.

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