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Ágora: ¿Un clavo saca otro clavo?

Por Emanuel del Toro.

¿Un clavo saca otro clavo?

¿Un clavo saca otro clavo? Francamente lo dudo; un clavo no saca otro clavo, sólo hace más grande una herida –escribí por ahí, hace más de una década atrás, en medio de una de mis más grandes decepciones amorosas; que lejos estaba de comprender que la más grande de las decepciones amorosa por las que se puede padecer un auténtico calvario que nos lleve a repetir de continuo experiencias afectivas insatisfactorias y/o por debajo de lo necesario, es la falta de amor propio y/o la ausencia de elementos para contrarrestarlo o combatirlo. Que sí, que hará mucha diferencia el que se coincida con una persona y no con otra, de acuerdo. Porque en cuestión de vínculos afectivos, mucho depende de la persona con la que se coincida y/o del como nos decidamos o no a encarar la cuestión.

Para algunos bastaría quizás, con la fortuna de hallarse una buena persona; yo mismo lo creí así durante muchos años. Pero hace falta ser particularmente conscientes, respecto a que una cosa no va necesariamente ligada a la otra. Me refiero a que se puede ser muy buenas personas, tanto por la calidad de nuestros actos, como por la inocuidad de nuestras mejores intenciones, y sin embargo meternos en cualquier cantidad de problemas, tanto por el peso de lo vivido, como por el caudal de carencias e insuficiencias emocionales y/o cognitivas a las que se hizo frente en la vida, porque el que se sea o no una mala persona, depende en todo caso de lo que se decide hacer con lo que cada quien lleva cargando.

Lo he dicho de muy diversas maneras en la última década, aún si contáramos con la fortuna de hallar una buena persona, o ya de últimas al tipo de persona que cada cual ha pensado alguna vez que sería la persona indicada y/o “ideal”, con la cual involucrarse o establecer una relación afectiva plenamente satisfactoria. Es altamente probable que lo echaremos a perder, mientras permanezcamos sin la voluntad de hacernos cargo por nuestras carencias personales. Y si se trata de ser claros: trabajar en pos de nuestra estabilidad emocional y/o de una óptima maduración personal no es cosa sencilla, antes bien, constituye una experiencia de vida, que es a toda regla, una tarea permanente.

Si se trata de ser sinceros, por vergonzante que pueda parecer, todos alguna vez hemos dado lo peor de nosotros mismos, a quienes menos lo merecían. Lo habremos hecho con nuestros padres, lo habremos hecho con nuestros más cercanos, –se trate de familia, hijos y/o amigos, parejas, colegas o vecinos–, y lo que es todavía peor, lo habremos hecho incluso sin darnos cuenta, como también lo habremos hecho conscientemente, cuando algún arrebato o impulso, nos ha terminado sacando de nuestros referentes más habituales, por mucho que con posteridad hayamos decidido enmendarlo, cuando así ha sido posible.

Pero si darle lo peor de nosotros mismos a nuestros más cercanos, puede llegar a pesar, y mucho. Es poco menos que triste terminar por reconocer, que con mayor frecuencia de la que creemos, nos damos lo peor de nosotros mismos, ¡a nosotros mismos! Y nos lo damos, la más de las veces sin ser del todo conscientes de lo mucho que aún sin quererlo, podemos llegar a contribuir a autosabotear, inhibir y/o limitar nuestras propias perspectivas de crecimiento. Y si se trata de ser francos, buena parte de todo lo que nos condiciona y/o limita, puede llegar a ocurrir sin que seamos necesariamente malas personas. Que sí, que hay necesariamente una buena dosis de responsabilidad propia en el cómo nos va, de acuerdo.

Pero no se me malentienda con lo que digo. Si por algo resulta complicado el tema de la salud emocional y el impacto permanente que tiene sobre las perspectivas del desarrollo personal y social, es por lo extraordinariamente complejo de mantener una óptima autonomía decisional, ahí donde los referentes de lo que se debe o no aceptar en términos afectivos, desdibujan de continuo el valor y/o la importancia de nuestras propias necesidades. Lo menos por decir al respecto, es que mucho depende el carácter que cada cual tenga, para hacerle frente a la cuestión. Porque resulta innegable que nuestra personalidad y/o la actitud misma, con la que tomamos las adversidades de la vida, como las limitantes estructurales que sobre esta pesan, puede hacer, y de hecho hacen mucha diferencia.

Sin embargo, esperar que todos sepan resolver sus rasgos personales más oscuros, problemáticos y/o corrosivos con la misma eficiencia o solvencia que consiguen quienes mejor se sobreponen a sus problemas personales y sociales, o dar por descontado que lo conseguirán de forma responsable, sin comprometer por ello la viabilidad o funcionalidad de sus vidas. Resulta insuficiente para comprender la intrincada relación que existe entre cuestiones tan cruciales de nuestra formación personal y el modo como nos relacionamos con nuestro propio entorno personal y social; el punto es que cuestiones tan esenciales como la autoestima, la autovalidación, el control de los impulsos, o la inteligencia misma con la que procesamos nuestras emociones, por citar algunos de los referentes personales que más importantes resultan en términos de sus implicaciones sobre el contenido de nuestras relaciones sociales, escolares, afectivas y/o labores, pesan de forma insospechada sobre la totalidad de nuestras vidas.

Y lo hacen de un modo tan contundente, que si no se les da la debida importancia y atención, pueden terminar comprometiendo, incluso socavando los aspectos más significativos de nuestras vidas, o lo que es peor, pesar de un modo tan contundente y/o continuo, sin que seamos verdaderamente conscientes de la propia responsabilidad que en ello jugamos, que puede pasar virtualmente toda una vida, hasta que nos decidimos a actuar en consecuencia, no sólo para enmendar nuestros tropiezos, sino también y fundamentalmente para no repetirlos; en cualquier caso, no habrá de faltar quien piense con más que justa razón, que como dijera alguna vez Carl Jung: las personas podrían aprender de sus errores, si no estuvieran tan ocupados negándolos; empero, no es menos cierto que es poco factible pensar en resolver cualquier problema o siquiera enmendarlo, ahí donde no se es capaz de advertir que la mayoría de nuestras carencias son aprendidas.

El punto es que nos demos cuenta o no, existe un mundo de distancia entre tener en claro lo que buscamos de la vida y contar con las opciones más óptimas para verdaderamente conseguirlo. Se puede tener un propósito, una necesidad, incluso una genuina inspiración y/o convicción para trabajar en pos de conseguir virtualmente cualquier cosa que se anhele; desde un mejor empleo, un cambio sustancial de vida, una mejora de la apariencia y/o la salud, conocimientos nuevos, o todo tipo de nuevas experiencias que nunca antes nos permitimos. Pero es un hecho que difícilmente responderemos de la forma más eficiente y/o beneficiosa posible, para rendir a nuestro máximo potencial, en tanto no tengamos la paciencia y/o la templanza para mantener un paso constante, que no sólo nos permita avanzar, sino también mantenernos en el rumbo de lo que decidimos.

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