Ágora: ¿Terminará Morena emulando al viejo régimen autoritario del PRI?
- Emanuel del Toro
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¿Terminará Morena emulando al viejo régimen autoritario del PRI?
Por: Emanuel del Toro.
Hasta hace un año, términos tales como “obradorísmo”, “proyecto de la cuarta transformación”, o incluso “humanismo mexicano”, significaban en esencia lo mismo. La llamada 4T, consistía a groso modo, en aquello que pensara, dijera y/o decidiera López Obrador; un proyecto en el que el partido en el poder, se ha terminado convirtiendo en una caja de resonancia del Ejecutivo en turno, tal y como solía ocurrir con el viejo régimen autoritario priista.
Lo que hace del de Morena, un régimen que se viste de “transformación” económica, pero para hacer prevalecer la voluntad presidencial. Una historia harto conocida, por la que la sucesión de presidentes, se ha constituido desde siempre, como una sucesión de estilos personales de gobernar, en la que lo único seguro, es la caducidad programada de sus hacedores. De ahí que se definiera la presidencia de México, como la encarnación de todo el poder. Pero limitado, –tanto por mecanismos formales, como informales–, a sólo seis años.
Lo que no quita de decir que como buen heredero del extinto PRD, –que no fue nunca otra cosa que el viejo PRI nacionalista de antes de 1988–, siempre hubo al interior de Morena, una multiplicidad de visiones e identidades políticas, que en el mejor de los casos confluían, de modo por demás forzado, en torno a dos fundamentos; primero, la necesidad de redefinir la relación Estado-Sociedad, con el propósito de contrarrestar las insuficiencias del llamado modelo neoliberal, para describir al acelerado proceso de transformación económica y política que el país vivió entre los ochentas y los noventas; y segundo, la utilidad práctica de que dicho esfuerzo fuera conducido de forma unidireccional, por un solo líder, que fuera quien marcara las prioridades y/o la dirección de la agenda a seguir.
Sin embargo, asegurar las condiciones para llegar al poder, no implica poder dar por descontado que se ha hecho lo consecuente para permanecer, así sea que se tenga asegurada la legitimidad frente a la sociedad, y por tanto el triunfo electoral. Para asegurar la permanencia del régimen, es preciso resolver con mayor eficiencia los incentivos que aseguren el desarrollo económico del país, para que la sociedad no deje de acompañar el núcleo del proyecto de “transformación”, que no es otro que el de la redefinición de la relación Estado-Sociedad, con el propósito de fortalecer la autonomía decisional del gobierno. Una relación que asegún de quienes hoy ostentan la titularidad del poder del Estado, había mermado la vocación social del gobierno federal, toda vez que la acelerada modernización económica y política del país, había dado prioridad a la inserción global del país.
Eso y no otra cosa, es lo que propios y extraños conceptualizan como el llamado “segundo piso de la 4T”; hacer lo necesario para convertir el éxito electoral de Morena, en un régimen que genuinamente consiga redefinir la relación Estado-Sociedad. De ahí que al día de hoy, existen indicios de que la presidente Sheinbaum va tomando la estafeta, no sólo en términos de asegurar la continuidad operativa y/o política del proyecto, sino también en lo que toca a sus alcances futuros. Para el caso, con la prioridad social que el proyecto que la 4T representa, cabría esperar que sea económica, tanto por la fortaleza electoral del movimiento, como porque el escenario geopolítico del mundo presiona para ello.
Como ya he indicado en otras oportunidades, se antoja difícil que Morena pierda su preponderancia como maquinaria electoral, tanto en el corto, como en el mediano plazo. La oposición carece hoy de capacidad de respuesta, porque lleva cerca de siete años incapaz de conectar y/o convencer a su potencial electorado. Lo que contrasta de lleno con la robustez del oficialismo, el cual se da el lujo de exhibir cualquier cantidad de escándalos, que a poco, pero de forma persistente, van mostrando los claroscuros de sus hacedores, sin que tales excesos hayan hecho la mínima mella en su capacidad electoral. Lo que le ha significado al gobierno federal, una hegemonía partidista que recuerda a la del viejo PRI.
Me parece que en tales condiciones, el mayor peligro que el país corre, es terminar afianzando la construcción de un partido de corte corporativista, en el que la consigna sea, –se lo diga o no de forma explícita–, aglutinar la mayor cantidad afiliados, –recuérdese la pretensión de su dirigencia por afiliar 10 millones de adeptos y/o el modo en que tal cantidad se está asegurando, por medio de alianzas políticas entre cúpulas de poder–; allanando con ello, que se fortalezcan viejas inercias presidencialistas, que hagan del partido en el poder, una mera caja de resonancia de los deseos personales de quien esté a cargo.
Lo que no es de extrañar, porque hoy por hoy, la eficiencia de Morena como una maquinaria electoral capaz de eternizarse en el poder, está más que asegurada. De ahí que no existe en lo político, oposición capaz de hacerle frente con éxito. Porque ninguno de los adversarios al oficialismo, ha sido capaz de emular el mayor éxito del obradorísmo, es decir, su capacidad de conectar con el sustrato social más numeroso del país, el de aquellos que durante generaciones, se han sentido al margen de cualquier perspectiva de desarrollo.
El punto es que en un país tan extraordinariamente complejo como México, existen millones de personas para las cuales, los cambios institucionales formulados durante los últimos treinta años para modernizar económicamente al país, así como para liberalizar el juego político y romper la hegemonía partidista del PRI, han resultado francamente insuficientes, por no decir que decepcionantes. Lo que ha terminado instalando la idea de que tales conquistas están en el mejor de los casos sobrevaloradas, y que incluso son sacrificables en aras de propiciar nuevos equilibrios de poder, en los que prevalezca una orientación asistencialista del país, en la que el Estado termine siendo el mayor eje articulador de la economía.
Una visión que huelga decir, ha sido históricamente el origen del mayor de nuestros males: la corrupción pública. Porque cuanto más ha terminado interviniendo el Estado en lo económico, mayores han sido los excesos cometidos por la clase política en turno. Como es que ocurrió previo al agresivo proceso de modernización económica y política que el país vivió tras el fracaso de los gobiernos populistas de Luis Echeverría y José López Portillo. En ese sentido, el mayor peligro que la prevalencia político de Morena representa, no es que siga ganando elecciones, –no al menos mientras su realización siga siendo relativamente independiente–, sino que termine consolidándose como un partido corporativo de masas, que opere como mera caja de resonancia de los deseos del presidente en turno, tal y como ocurrió con el PRI durante el siglo XX.
Para decirlo claramente: replicar estrategias que no han resultado antes, además de innecesario en términos institucionales, puede resultar muy oneroso en términos de desarrollo humano. Lo cual resulta toda una ironía, para un movimiento cuya mayor bandera de legitimidad, ha sido su aparente preocupación por aquellos que menos tienen. En tales condiciones, creo bastante valido y/o necesario preguntarse si: ¿Terminará Morena emulando al viejo régimen autoritario del PRI? Lo fácil sería atajar, –como es que hacen los más optimistas y/o despistados, por no hablar de quienes comulgan con el oficialismo–, que no. Que Morena no tiene porque terminar haciendo lo mismo que el viejo PRI, sin embargo, lo que hasta este punto se ha visto, con un partido dominante, que ha terminado replicando en un tiempo por demás corto, una parte sustancial de las prácticas más sórdidas y/o vergonzantes del viejo régimen autoritario priista, pone a pensar a más de uno.
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