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Ágora: Praxis y discurso. Una brecha que prevalece

Por Emanuel del Toro.

Praxis y discurso. Una brecha que prevalece.

Por las razones más diversas la nuestra ha sido históricamente una sociedad en la que la praxis y el discurso discurren por caminos diferenciados. La mayor parte de nuestros problemas públicos más significativos se relacionan de continuo en nuestra incapacidad para que el contenido de nuestras acciones públicas realmente satisfagan los referentes discursivos con los que se describe y/o refiere nuestra vida institucional. Poco ha importado en ello que el correr del tiempo haya atestiguado un amplia variabilidad o evolución de nuestros referentes. La nuestra es una sociedad en la que la preminencia de sus instituciones informales ha resistido una y otra vez los cambios de régimen más variados.

Poco ha importado si se vive formalmente en una democracia o en cualquier otra forma de gobierno. El punto es que en México nuestra manera de describir el mundo en el que vivimos, rara vez se corresponde con el que realmente tenemos. Lo mismo tuvimos regímenes monárquicos salpicados de intermitentes conatos de cambio y aspiraciones democrático-republicanas, –como aquellos de los primeros años de vida independiente–, que regímenes que aunque el papel eran de nomenclatura liberal, el contenido factico de sus relaciones públicas y/o sociales, en poco o nada se parecían al republicanismo democrático en cuya existencia decían operar, cuando se trataba en los hechos de regímenes de tintes aristocráticos, con una fuerte centralización del poder y administraciones públicas que se eternizaron en el ejercicio de sus funciones, –tal ocurrió durante el porfiriato–; que regímenes que en el nombre de la revolución y la redistribución social terminaron por justificar cualquier cosa a costa de privar sistemáticamente de la libertad de elegir gobiernos; para el caso nuestra única constante fue y ha sido siempre la discrepancia que prevalece entre nuestros referentes y lo que realmente vivimos.

Y la verdad es que muy a pesar de los deseos de cambio de millones, lo mismo ha terminado por ocurrir en los últimos cuarenta años; las luchas por la democracia de fines de los años 80’s y principios de los 90’s, en poco o nada han contribuido a mejorar la praxis de una vida institucional en la que la única constante es que todas y cada una de las prácticas del periodo autoritario más cruento del llamado viejo régimen, en el que el PRI hacía y deshacía a su antojo, siguen hoy más vivas que nunca; duele decirlo, pero no hay una sola que no esté presente.

Corrupción, clientelismo electoral, acarreo de votos, aplicación diferenciada de la ley, pobreza, exclusión, incluso violencia generalizada, tanto institucional como privada, por aquello de que existe amplias zonas del territorio nacional en las que el Estado es virtualmente inexistente; todas y cada una de las dinámicas en cuya lucha se buscó democratizar el acceso a las principales posiciones del Estado, han logrado pervivir, y lo que es peor, están hoy más vigentes que nunca, con todo y que en lo formal hemos vivido desde modernizaciones económicas aceleradas, hasta la erosión y/o virtual desaparición de un régimen de partido hegemónico.

Régimen que lentamente parece estarse reconfigurando, pero ya no en torno a una inexistente revolución institucional, sino de un nuevo leviatán partidista que en el nombre de la 4T todo lo atrapa y lo engulle. De tal suerte que hoy Morena mismo luce con un nuevo PRI, con idénticas pretensiones a las que hace cuarenta años caracterizaran a este.

El caso es que la lucha por el poder sigue siendo, –pese a todos los cambios vividos–, la lucha por el poder; y desde luego, con todo y un PRI que hoy languidece, el presidencialismo imperial se encuentra irónicamente más vivo que nunca, con un culto a la personalidad atroz y una persecución sistemática a quienes le critican. En tanto que para decepción de todos aquellos que alguna vez quisieron ver en Morena la esperanza de un cambio profundo en una praxis política plagada de vicios, excesos y/o numerosas contradicciones, hoy esas esperanzas de cambio lucen cada vez más inciertas y/o lejanas. Porque Morena misma ha terminado reproduciendo en tiempo record, todos y cada uno de los vicios institucionales y humanos que alguna vez criticó en sus adversarios.

Quizá por ello no sea de sorprender lo que se ha visto en el último proceso interno de dicho partido para la la elección de consejeros nacionales en los estados de Durango, Jalisco, Coahuila, Chihuahua, Nuevo León, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato, Yucatán, Querétaro, Morelos y Estado de México; desde acarreo de electores con promesas de beneficio por parte de los gobiernos estatales de distintas localidades –como fue de hecho el caso en San Luis Potosí, con la ironía de que ocurrió sin ser el gobernador propiamente de Morena, pero lo que les importó–, hasta coacción del voto o negación del mismo en el caso de que no beneficiaran a determinados candidatos, pasando por el pago de coimas y/o todo tipo de dádivas para los participantes del proceso a cambio de su voto por determinados aspirantes, o el relleno de urnas y demás exquisiteces tan propias de nuestros viejo régimen toda la vida.

El caso es que para imponer a unos y otros, virtualmente cualquier cosa ha valido. Porque insisto, la lucha por el poder, sigue siendo la lucha por el poder y en su obtención no importa lo que se tenga que hacer. Así sea que se tenga para ello que hacer caso omiso o letra muerta de los principios por los que durante décadas se había luchado cuando la encomienda era llevar a la presidencia al propi López Obrador. De poco o nada ha servido que todas las viejas mañas de siempre hayan quedado documentadas en vídeos, capturas de pantalla o fotografías y mensajes, Morena es hoy la prueba tangible que cuando la maquinaria electoral del partido en el gobierno se activa, no hay pero ni denuncia que valga.

Mucho menos si el funcionamiento de dicha maquinaria se acciona para satisfacer los intereses del actual ocupante de la Presidencia. Pero ojo, insisto, no nos engañemos, porque el problema no es privativo de Morena o el viejo PRI, ni siquiera del gobierno federal en turno o de sus numerosos aliados a lo largo y ancho de todo el país, se trata antes bien, de una constante histórica caracterizada por una perenne disociación entre el contenido de la realidad en la que vivimos y el discurso que utilizamos para referirnos a esta. Y es una constante tan regular, que más que un problema, parece ser una manera de ser, dicen no pocos, quesque a la mexicana. Tal pareciera que muy a nuestro pesar, seguimos inmerso en ese laberinto de la soledad de la que alguna vez hablara Octavio Paz, un laberinto en el que nada es realmente lo que parece.

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