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Ágora: Las cosas como son

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 26 sept 2021
  • 5 Min. de lectura

Por Emanuel del Toro

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Las cosas como son

Es tal el poder y el nivel de información que maneja el Ejecutivo en este país, que nos guste o no, es prácticamente imposible desconocer que Gallardo Cardona, llega de nuevo al poder, pese al sinfín de cuentas pendientes que tiene, con la anuencia de Palacio Nacional. Y no ganamos nada negándolo: Gallardo llega a gobernador de San Luis Potosí, simplemente porque el señor Presidente López Obrador así lo quiso, ya lo mismo para pagar los favores recibidos en 2018 por los propios Gallardo de quienes se sirvió para asegurar su triunfo, que en su afán de combatir a las viejas elites locales y nacionales que toda la vida ha visto como encarnación del mal, cree que cualquier cosa es justificable si ello significa poner en jaque a lo que llama “la mafia del poder”, incluido hacer gobierno a auténticos mafiosos.

Lo cual resulta poco menos que decepcionante para quienes auténticamente hemos creído en lo que alguna vez se dijo de transformar radicalmente el ejercicio mismo del poder, por mucho que no pocos lo juzguen pragmático, comprensible o incluso deseable, en términos de equilibrios de poder. En la creencia de que tolerar a un delincuente de su calaña, resulta razonable si con ello se contribuye a minar la regularidad de la hegemonía entre las viejas élites locales.

Y es que independientemente del largo historial delictivo que carga tras de sí, principalmente por sus nexos con el crimen organizado, como por los numerosos desfalcos que este y su familia han hecho en distintos encargos públicos, es necesario no dejar de decir lo que cada vez menos gente se atreve a decir con toda claridad, ya lo mismo por miedo que por conveniencia o interés: Ricardo Gallardo Cardona cometió en las elecciones de 2021, tantas irregularidades, que con una sola que realmente se investigara y sancionara como corresponde, tendría por fuerza que invalidarse su “triunfo”, pero poco o nada le importa todo lo que se pueda decir al respecto, menos si viene apadrinado por el mismísimo Presidente.

De ahí la tragedia de lo que se nos ha de venir en lo sucesivo, con un estilo personal de gobernar harto conocido ahí donde ya han gobernado alguna vez, por la excesiva concentración del poder, así como por la discrecionalidad y prepotencia con la que suelen ejercer su autoridad y el personalismo con que toman decisiones. Una metodología que les ha vuelto inmensamente ricos al abusar sistemáticamente tanto del ejercicio del poder político, como de los recursos públicos, los cuales han usado a placer como si de su propia fortuna personal se tratara, para hacer crecer sus negocios que hasta que llegaron al poder estaban en la ruina total. Pero nada de su particular modo de hacer las cosas les habrá de importar mientras tengan de su lado el favor del actual ocupante de Palacio Nacional.

De ese modo ni que le apure por más que lo investiguen. Así las cosas lo que me sorprende no es el cinismo ni la complicidad entre AMLO y Gallardo, sino el silencio complaciente y comodino de una élite local que hace apenas unas semanas juraba un compromiso a muerte con la democracia y que ahora ni pío dicen. De ahí que en varias oportunidades he dicho que a esos que hoy callan, mañana no les quedará cara para pedirnos a los de a pie que salgamos y nos pongamos la camiseta como ciudadanos responsables, si ellos como elites políticas y económicas no son siquiera capaces de poner el ejemplo. Cobardes, agachones y simuladores, tal parece que todo tenemos. Por eso hoy el narcopopulismo gallardista lo tenemos más que bien merecido.

Es cierto, no pocos creen que no todo puede estar tan mal con este cambio de gobierno, que porque la que está por empezar promete ser una administración con un enfoque donde habrá de predominar las políticas sociales, pero cuando más lo pienso, más me preocupa la cuestión, porque no puedo dejar de notar que estamos cayendo en un simplismo francamente absurdo que promete tener consecuencias sociales terribles para todos. ¿Que por qué lo digo?

Pareciera que por los motivos más diversos, no pocos se vieran validando la idea según la cual, con el Pollo estaremos mejor, porque –para usar una razón harto invocada–, la sierra de San Miguelito permanecerá intacta, –como si los propios Gallardo no estuvieran metidos hasta el cuello en el negocio inmobiliario; pero que importa que nos gobierne directamente un narco –dicen no pocos–, así lo haga envenenando a nuestros hijos y llenándonos de violencia al por mayor, qué más da unos cuantos muertos o desaparecidos de vez en cuando, a esos seguro les pasa por andar en malos pasos, cual si todos los que se ven víctimas del crimen organizado lo hicieran por involucrarse con este; hasta eso estaremos mucho mejor que con los de siempre, porque a partir de ahora a los más jodidos nos darán migajas de todo lo que se roban vía asistencialismo clientelar electoral.

Está muy cabrón suscribir semejante lógica, pero bueno, ahora sí que como dicen: cada quien sabrá lo que piensa y/o el por qué. Y no, no es casualidad que justamente me haga eco del tema de la sierra de San Miguelito, al denunciar públicamente lo que Gallardo representa y su muy particular modo de gobernar representa, porque justo ese mismo es el tema por excelencia en el que numerosos grupos que apoyan al hoy gobernador Ricardo Gallardo se escudan para justificar su presencia como gobernador, bajo el simplista y machacón argumento de que con el recién llegado todo irá a estar mejor, sencillamente porque seguro se va respetar con mayor compromiso el equilibro ecológico de la localidad.

Lo cual resulta todo un contrasentido tratándose de un personaje con nulas credenciales ecologistas, que llega de nuevo al poder, sencillamente respaldado por una quimera política de la que lentamente se ha ido apropiando en la localidad –tal y como en su momento hiciera con el PRD–, quimera que en los hechos no es más que el llamado “partido de las cuatro mentiras”, el tristemente célebre PVEM; que ni es partido, ni es verde, ni mucho menos nacional o mexicano, porque nunca ha pasado de ser algo más que un negocio cuasi familiar, que funciona como un auténtico partido bisagra siempre al servicio del mejor postor, por lo que no duda en aliarse con lo que sea si ello garantiza su supervivencia, como de hecho ha hecho en los últimos veinte años donde lo mismo se le ha visto aliado con el PAN, que con el PRI y desde hace un par de años, con Morena, siempre con una misma constante: ofrecerse de comparsa del gobierno federal en turno.

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