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Ágora: Las carencias humanas no distinguen de género

Por Emanuel del Toro.

Las carencias humanas no distinguen de género. ¿Las conocen porque le ponen el cuerno a la esposa o novia y esperan que a las buenas les vayan a respetar nomás porque si? Mal, mal, muy mal… Mija, la que a hierro mata, a hierro muere. Hablemos claro: Lo que mal inicia, peor termina. Y lo mismo va del otro lado: Compa, podrá usted estar muy enculado porque la morra está que se cae de buena o lo tiene literalmente comiendo de su mano, pero nunca espere que cualquier mujer que haya conocido sabiendo que ya tenía una relación, le vaya a dar el lugar de primera que nunca tuvo. Vamos pues, eso ni en las películas pasa, que aún si llega a suceder, es siempre a un permanente costo de incertidumbre, y no hablemos de pavadas moralistas, es cosa de la lógica más llana y descarnada: ¿Se puede acaso confiar en algo que inicia con una mentira? Desde luego que no habrán de faltar los que crean que el hecho de que se dé una infidelidad, nada tiene que ver per se con una relación de pareja, y que el que te fallen o no, es en realidad una actitud aprendida y/o cultural; como tampoco habrán de faltar los que tiren por el lado de pensar que hay realmente muy poco que discutir al respecto, porque se sabe que como especie tenemos una buena predisposición genética para ser polígamos. Y aunque es cierto que hay buenas razones para considerar ambos argumentos como válidos; siendo simultáneamente una cuestión culturalmente aprendida, como también un tema en el que los instintos terminan siendo fundamentales. Me parece que en un tema tan complejo como el de la infidelidad, prevalece la más de las veces, sesgos de pensamiento, no siempre tan explícitos. Que nos demos cuenta o no, terminan haciendo bastante poco productiva la discusión de la cuestión, porque le imprimen un sello moralizante, cuando no socialmente atravesado por atavismos políticos, como cuando se lo interpreta bajo la lógica de las diferencias de género. ¿Que por qué lo digo de este modo? Verán, con cierta frecuencia escucho argumentos que afirman, que es muy típico que un hombre sea infiel sólo para sentirse más hombre, y/o por repetir patrones –en una clara connotación machista–, quienes así piensan afirman que los puede haber quienes incluso teniendo una buena relación con su pareja, salen en busca de la emoción de una aventura, no sólo con una, sino con varias; haciéndolo no solo por su propio impuso, sino también por costumbre familiar, quesque para sentirse importantes. Sin embargo, por discutible que la cuestión resulte en tales términos, también suele ser de común que quienes así lo interpretan, den por descontado que las mujeres son siempre infieles por razones muy diferentes a las antes mencionadas, cual si fueran ajenas tanto a la presión social o la posibilidad de repetir patrones de conducta; en tales circunstancias, cuando de infidelidad fémina hablan, la explican y/o la justician por razones de aburrimiento, de no sentirse valorada o por ego. Para el caso la lógica que se maneja es un tanto sesgada. Personalmente soy de la idea de que el que puedan existir por razones de cultura o aprendizaje social, una propensión a celebrar y/o a ser más permisivos con las infidelidades de los hombres, sobretodo en regiones como las de América Latina –donde aún con los cambios sociales de las últimas décadas, el machismo prevalece en muchos y velados sentidos–, no significa per se, que semejante lógica sea la que prevalece en el resto del mundo, mucho menos si se tiene en cuenta lo mucho que los referentes sociales se han transformado en los últimos cincuenta años. ¿Que por qué lo digo así? Los propios condicionamientos culturales a los que muchos aluden con respecto a los hombres, pesan sobre el modo en el que se percibe la lógica de las razones femeninas para ser infiel. Seamos claros: no todos los hombres que viven reiteradamente de aventura en aventura lo hacen necesariamente buscando sexo casual, o no al menos de modo directo. Que sí, que algo de cierto hay o habrá, en que la biología más elemental de ambos sexos llega a funcionar de forma diferenciada, de acuerdo. Pero no es menos cierto también, que por extraño que te pueda parecer, –porque no te han socializado o educado para tenerlo en cuenta–, los hombres también pueden llegar a engañar por aburrimiento, por no sentirse valorados, o por ego. Del mismo modo, –y de hecho cada vez ocurre con mayor frecuencia–, la mujer se ve engañando a su pareja por razones de aprendizaje o presión social políticamente celebrada, para sentirse importante, como ocurre por ejemplo cuando el discurso del empoderamiento se exacerba. Ahora bien, habría que decirse que tratándose de un tema de tan amplia complejidad, no existe nunca una sola vía explicativa. Pero si haríamos bien en comenzar reconociendo que a la lógica de lo social, lo biológico y/o lo cultural, le subyace y/o precede simultáneamente una de orden psicológico, que en ambos casos, es muy parecida. No es la primera vez lo digo; ser infiel –para dejarlo lo más en claro posible–, no es sólo besar, salir o tener sexo. Si tienes que estar ocultando llamadas, chats y/o eliminando mensajes, conversaciones, reacciones o contactos, ya diste el primer paso. Y no, ser desleal tiene muy poco que ver con el género, lo mismo hay mujeres desleales, que hombres mezquinos, y no, a ninguno le va mejor si consigue ocultar sus deslices: la verdad es que da lo mismo si los descubren o no. La infidelidad no comienza con acercamientos a otras personas, coqueteo o sexo, comienza con el distanciamiento rutinario de la pareja. Un distanciamiento afectivo, que lenta pero inexorablemente se transmuta en lejanía social, sexual y/o a veces incluso emocional, (porque nunca hay de hecho una sola causalidad al respecto), pero cuyo origen primordial es la deshonestidad para con uno mismo. Deshonestidad para reconocer cómo nos sentimos, qué queremos o esperamos de nuestra pareja, incluso de la vida misma. No creo pues que algo tan intrínsecamente complejo, como lo es la infidelidad, y que obedece a muchos factores simultáneos, pueda y/o deba ser tratado bajo sesgos interpretativos con claras connotaciones de género. Porque las carencias humanas no distinguen en realidad de género. Quien es infiel una vez, es casi seguro que lo va ser para toda la vida, porque se trata por definición de una persona incapaz de establecer vínculos emocionales maduros y relaciones afectivas plenas. En consecuencia, no importa cuán interesantes y/o espectaculares lleguen a ser las personas pasadas o futuras con las que se involucre, mientras esté invariablemente anclado a la búsqueda desesperada de cualquier cosa que lo mantenga ajeno a la responsabilidad de afrontar sus propias carencias, difícilmente llegará a dar otra cosa que no sea mentiras. Los infieles son por principio de cuentas, infieles a sí mismos. Luego entonces, si se son infieles a su propio sentir, ¿qué esperar de todo lo demás?

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