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Ágora: La noción de lo público

Por Emanuel del Toro

La noción de lo público.

En San Luis Potosí podremos quejarnos todo lo que se quiera de quienes votando por ignorancia, hambre o interés dan lugar a gobiernos opacos e ineficientes, con los peores perfiles humanos a su cargo entre abusadores del poder y delincuentes o corruptos y oportunistas, pero nunca habrá mayor responsabilidad por su llegada, que la de una mayoría que por comodidad, desinterés o cobardía, se abstiene de votar.


Aún si se lo hace, porque se piensa que la calidad de las candidaturas no justifica un activo involucramiento. Huelga decir que mientras no hagamos lo necesario por elevar la calidad de las candidaturas. La cosa pública seguirá quedando en manos de mezquinos, que así sean los menos, habrán de seguir causando un daño atroz al genuino interés común. Porque si algo ha probado nuestra historia una y otra vez, es que las más terribles condiciones de existencia se anidan siempre como responsabilidad de aquellos que dándose cuenta lo que sucede y lo que habrá de venir si no toma partido y acción, deciden pasar sin hacer nada o apenas si lo mínimo para garantizar su comodidad.


Cuando el júbilo de ver ganar a un candidato por otro se disipe, se verá que no todos son iguales, los hay mucho peores. Pero ya para entonces será tarde para inconformarse. Y si un día el peso de la realidad termina por alcanzar a los suyos, robándoles la calma o incluso la vida, como ya ha hecho con muchos de los que durante años hemos denunciado hasta la saciedad –pese a la incomprensión de propios y extraños–, a quienes hoy llegan al gobierno estatal, tenga al menos la entereza de vivir su suplicio callado y sin aspavientos públicos de ningún tipo, porque no habrá modo de decir que no se advirtió lo que se venía si llegaban.


Quizá entonces lo que hoy se mira como una simple guerra de lodo alimentada a base de calumnias, mentiras y/o verdades a medias, por intereses políticos que se disputan el control del Estado y sus recursos, se vea en toda su magnitud, como el mayúsculo problema de un tejido social hecho pedazos por una miseria y una violencia que difícilmente se van superar sustituyendo a un grupo de poder por otro o subsidiando con recursos públicos las carencias de quienes menos tienen.


Quiero ser todavía más claro en todo esto que escribo, mientras las pautas del ejercicio del poder político se mantengan sin alteración alguna, bajo un halo de discrecionalidad terrible que sólo favorece el abuso de poder y el enriquecimiento de unos cuantos, al tiempo que trunca las perspectivas de millones, es un hecho que no importará cuantas veces se cambie de partido político para administrar el control del Estado, este seguirá favoreciendo todo tipo de vicios públicos.


Pero si hemos de hablar de vicios públicos, es preciso decir que nada de lo que se diga y/o denuncie de los Gallardo importa; que si han desviado miles de millones del erario a sus empresas, que si tienen nexos con el crimen organizado, que si lavan dinero, que si extorsionan, matan o intimidan rivales. Todo eso y más tiene años que se sabe, pero no va suceder nada; primero, porque no está en los intereses de Palacio Nacional hacer efectiva la justicia, mucho menos cuando el interés principal está en doblegar a como dé lugar a las viejas élites locales que se resisten a la consolidación de su proyecto político; y segundo, porque a la clientela política de los Gallardo les tiene sin cuidado si roban o no a manos llenas, o si están o no fuera de la ley por lavar dinero del narco.


Básicamente por dos motivos; piensan que todos los políticos hacen exactamente lo mismo: robar y enriquecerse; además según esa misma lógica, por mucho que los Gallardo roben o delincan, nada de lo que hagan puede ser tan malo si al menos les dan a los que menos tienen migajas de todo lo que se llevan. Lo que es más, cuanto más se les acusa, más se les engrandece, tal y como en su momento ocurriera con el hoy Presidente. Porque aunque no lo sean ni por equivocación, los hace lucir como víctimas de un sistema rancio, anacrónico y/o clasista que se opone a los intereses de un pueblo lleno de contrastes económicos brutales. Hoy que ante la falta de perspectivas económicas de una mayoría empobrecida hasta la ignominia, no existe noción de lo que el interés público significa, poco importa si tal o cual grupo político abusa o no del poder.


Lo que la gente quiere es ver reflejado los discursos políticos en beneficios constantes y sonantes. Les urge verlo reflejado en sus bolsillos al costo que sea, poco importa si para ello es preciso quebrar las finanzas del erario, o descuidar aspectos tan vitales del día a día como el agua, la luz o cualquier otra cosa que se piense. Porque aunque mucho de todo ello sea insoslayable, ha aprendido durante generaciones, a vivir por su cuenta, en fraccionamientos mal planificados y peor urbanizados, con calles llenas de baches o sin asfaltar, sin apenas alumbrado público, sin seguridad, sin rutas de transporte accesible y tantas cosas más. Lo que hace lógico que no se tenga ni la menor idea de cómo la importancia de la calidad del espacio público se traduce en su vida diaria, porque sencillamente ha vivido desde siempre, sin la más mínima noción de lo que dicha calidad significa.


Si a ello sumamos que prácticamente ninguno de los que se dice inconforme con lo hecho por los Gallardo es capaz de jalar en un mismo propósito y/o sentido sumando capacidades o estrategias, porque la totalidad de los grupos que se les oponen son muy divergentes entre sí –en no pocas ocasiones incluso antagónicos, lo que alimenta no sólo rencores intestinos, sino también todo tipo de recelos y sospechosísmos–, es claro que el estilo caciquil de gobernar de este grupo criminal, entre dádivas y subsidios, ha llegado para quedarse. Y es una pena que justo sea en un San Luis Potosí que siempre presumió de tener una mayor preparación y conciencia política.


Pero todo lo que está ocurriendo lo tenemos más que bien merecido por ser tan cortos de visión, egoístas y simuladores. Que sí, que se pudo haber hecho mucho más, de acuerdo, pero el hubiera no existe. Nos guste o no, la gran realidad es que sin noción de lo público es imposible pensar en recuperar la democracia.

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