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Ágora: Humanismo vs Nacionalismo. O el cuento de nunca terminar

Por Emanuel del Toro


Humanismo vs Nacionalismo. O el cuento de nunca terminar.

La de México con los Estados Unidos, ha sido desde siempre una relación amor-odio. Tan voluble, como extraordinariamente compleja, con todo tipo de matices. Y lo ha sido así desde siempre, para ambos lados. Por mucho que quizá para nosotros conjugue un costo material mucho más traumático, lo mismo en términos de psicológicos, que materiales, toda vez que a merced de esa relación es que se terminaría perdiendo alguna vez, más de la mitad del territorio nacional.

Con consecuencias, bastante repasadas en la historiografía nacional, –gracias al llamado nacionalismo posrevolucionario–, siempre tan dado a recrear mitos fundacionales e identitarios. Donde si algo destaca, es nuestra conflictiva convivencia con el plano internacional. Un nacionalismo que pese a ser dejado en el olvido, más aún una vez superado la bipolaridad internacional del siglo XX e inaugurada la era globalista de 1990 en adelante, en lo que va del actual gobierno parece estar cobrando cada vez mayor fuerza discursiva. Lo que hace que al día de hoy la relación con el exterior y con los propios Estados Unidos tome por razones variadas, cada vez mayor protagonismo y/o relevancia.

Siendo una condicionalidad que si se lo mira en retrospectiva, resultaría harto problemática durante la totalidad del siglo XIX, por las constantes presiones imperialistas de las grandes potencias, que en más de una ocasión derivaron en invasiones territoriales y en el reconocimiento de deudas impagables, circunstancias que terminarían definiendo como ningún otra razón el modo de proceder de nuestro país en el plano internacional, que siempre osciló entre la neutralidad y la solidaridad con los países en desgracia.

Esto se ha traducido en que permanentemente nuestro país oscile entre el nacionalismo y el internacionalismo solidario. Todo ello en una época donde desde la propia desaparición del mundo bipolar, se ha sostenido la idea de que se vive en una era donde los “ismos”, sean estos del signo que se quiera –lo mismo da si son de izquierda o derecha–, se encuentran superados. Sin embargo pese a ello, si existe un área donde los ismos, se quiera o no siguen pesando lo suficiente para ser motivo de tensiones, es justamente en el plano internacional.

En esta tensión permanente es que se suscribe hoy la relación de nuestro país con los Estados Unidos. Para decirlo claramente la crisis que enfrenta Biden y la cruda realidad que hoy vive Haití, han puesto al país en términos internacionales entre la espada y la pared. Si ya es de por si complicado pensar en empatar “ismos”, la cosa se vuelve mucho más compleja si lo está de por medio es el flujo migratorio masivo de grandes contingentes humanos. Un tema que curiosamente ha estado en el medio de la discusión para el servicio exterior mexicano desde el inicio del actual gobierno. Pero no por lo habitual, como es la propia expulsión de nacionales hacia el vecino país del norte, sino por la posición de nuestro propio país como arena de paso para éxodo masivo de nuevos contingentes humanos, expulsados por la pobreza y la falta de oportunidades.

La cosa es que como en tantos otros temas donde están de por medio los intereses del siempre poderoso vecino del norte, piénsese lo que se quiera, seguridad hemisférica, armas, migración o tráfico de drogas y/o su violencia resultante. La nuestra es una política doméstica que permanentemente se cimbra por lo que involucra a los propios Estados Unidos; para decirlo claramente, aquí nos pega hasta lo que no es de nuestra incumbencia por la sencilla razón de que dada nuestras ubicación y fragilidad institucional para hacer valer nuestro propio Estado, somos el destino de paso por excelencia para entrar a los Estados Unidos.

De ahí que esta coyuntura no sea raro observar como hoy el país se debate entre sus intereses nacionales más inmediatos y la presión internacional por terminar haciéndole como se dice “trabajo sucio” al vecino incómodo, dando asilo intermitente a cuanto contingente humano intente llegar a los Estados Unidos, como ya de hecho ha venido ocurriendo con las caravanas de centroamericanos que desde antes de la propia pandemia pretendían cruzar nuestros país rumbo al norte, cual si de una antesala forzada se tratara.

Como si no se tuviera ya de por sí demasiados problemas nacionales, para encima terminar haciendo de comparsa para contener el flujo de migrantes a los Estados Unidos y con ello terminar resolviendo como se dice “voluntariamente a fuerzas”, buena parte de su propia agenda internacional del vecino del norte, en momento donde el gigante parece estar contrayendo su intervención imperialista en Medio Oriente ante el fracaso de la agenda de Afganistán-Irak. Que dicho sea de paso, cuando se habla de Estados Unidos, se trata de un país, que nunca se ha caracterizado por saber resolver su agenda migratoria lejos de conflictos, con todo y que este país está en esencia, hecho por y de migrantes.

Pero aquí como ya es costumbre desde hace decenios, tal parece que poco importa quién gobierne, es un hecho que seguiremos siendo siempre el “patio trasero”, incapaces de resolver con independencia nuestros problemas internacionales y siempre obligados a ponerle buena cara al que sea que decida cruzarnos. Al final el punto es que como ya había yo dicho en otras oportunidades, la arena de lo internacional parece ser el gran talón de Aquiles de la llamada 4T, que pese a su retórica nacionalista, cuando se trata de lo que le conviene al eterno vecino incómodo del norte, sigue doblando las manos.

Exactamente igual que hicieron en su momento anteriores gobiernos. Pero ello con una singularidad por demás atípica, y que pudiera terminar convirtiéndose en una especie de bono que atenúe la histórica asimetría que caracteriza nuestra siempre conflictiva relación bilateral, y es que ante la baja en la popularidad que Biden ha vivido en las últimas semanas por la más que desastrosa salida de las tropas americanas de Afganistán, nunca como antes el actual gobierno federal ha estado en mejor posición para intentar capitalizar la posibilidad de una agenda independiente, algo de lo que no parecen estar muy al tanto en Palacio Nacional. Habrá que ver si ya saben quién, lo entiende de ese mismo modo, porque hasta eso luego da cada sorpresa que ya no se sabe si gobierna para el país, o para otros allende las propias fronteras nacionales.

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