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Ágora: El regreso del partido hegemónico (Parte II)


El regreso del partido hegemónico. –PARTE II–

Por Emanuel del Toro.

La sucesión de eventos políticos acaecidos en los últimos veinte años, desde la conquista misma de la presidencia por un partido de oposición. Sumado a la fuerza con la que ante el descrédito de los partidos políticos tradicionales, el caudillismo político, ha ido resurgiendo en la figura de un hombre que se siente más allá del bien y del mal; consiguiendo incluso pulverizar al propio PRD, hasta formar un nuevo partido político en torno a sí mismo. Así como el modo en el que este, no ha hecho otra cosa desde que llegó a la presidencia en 2018, que intentar recomponer un partido hegemónico, que en las formas y pese a sus claves discursivas, –siempre invocando al pueblo–, ha terminado por replicar –en tiempo record–, y muy a pesar de los muchos ciudadanos que alguna vez le apoyaron, todos y cada uno de los vicios del viejo régimen.

Régimen que hoy parece más vivo que nunca, sólo que llevado por otras siglas partidistas; desde luego que no han de faltar quienes critiquen lo que digo, pretendiendo que uno estuviera de acuerdo con los pasados gobiernos, cuando no es así. Pero vamos, se esperaba mucho más del actual gobierno, y la verdad es que aunque pocos se atrevan a decirlo tan claramente, está quedando a deber, y mucho. Concentrar todo el poder en un solo partido, tal y como hoy aspira Morena de cara al 2024, coyuntura en la que la que pretensión está cifrada, –se lo diga o no–, en llevarse como se dice vulgarmente, “el carrito completo”, nunca ha sido algo operativamente útil, ni mucho menos aconsejable para una democracia. Así las cosas, me sorprende que al día de hoy exista quienes crean, que ese es un buen modo de consolidar nuestra ya de por sí doliente vida pública.

Ahora bien, y no es de hecho la primera vez que lo digo, pero un partido que reproduce en tiempo récord todos los vicios y/o excesos registrados y criticados en otros partidos políticos, y que además es incapaz de dar cabida a su base militante en lo más elemental que un partido político puede hacer: posicionando personas comunes, sin compromisos políticos, en candidaturas que los vuelvan gobierno; porque dichas candidaturas se deciden del mismo modo que en otros lados, por negociaciones clientelares donde la cartera o el interés de unos cuantos, –que dicen tener cautivos miles de votos, es lo que cuenta–, no puede ser tenido por esperanza de una transformación política como la que nominalmente se adjudica Morena.

Sin embargo, lo que ahora ocurre, no debe sorprendernos en lo absoluto, después de todo, lo único que verdaderamente hemos estado viendo desde que Morena irrumpió en la escena política nacional; primero como movimiento político en 2011; luego como asociación civil a fines de 2012; y finalmente como partido político en julio de 2014; es la recomposición del otrora partido hegemónico, pero con otros colores y siglas, y además en su versión más anacrónica y desafortunada, como preocupante, –por la creciente importancia que en ello han ido tomando las Fuerzas Armadas–, la de un nacionalismo xenófobo y presidencialista. Que en pleno siglo XXI, pretende echar mano de un estilo personal de gobernar, –que si bien la gran mayoría creía, condenado a desaparecer con el necesario paso generacional–, hoy parece no sólo más vivo que nunca, sino además, dispuesto a perpetuarse en el poder, –y al costo que sea–, tanto como pueda.

Para decirlo como verdaderamente corresponde, lo que hoy parece estarse fraguando a la vista de todos, es el regreso de un partido hegemónico, con el más importante de los elementos de los que el propio PRI adoleció en sus últimos años de dominio: la legitimidad de una amplia base electoral, que ni las más brutales contradicciones del propio Morena parece capaz de minar. Base que el propio gobierno de la llamada 4T, no ha dejado de alimentar con apoyos, becas y/o subsidios de todo tipo a quienes menos tienen, con obvios propósitos electorales de cara al año entrante. Para el caso, con legitimidad social –real y/o electoralmente alimentada–, o sin esta, es un hecho que nunca ha salido nada bueno de concentrar tanto poder en un solo partido.

El problema es que hoy parece haber cada vez menos personas dispuestas a reconocerlo públicamente; algunos porque piensan que callar les conviene; y otros, porque no creen tener modo de oponerse a semejante avalancha electoral, mucho menos si no hay entre la oposición una sola figura capaz de convocar simultáneamente voluntades políticas y simpatías electorales. Ahora que bien, y esto es preciso decirlo con total y absoluta claridad: esa incapacidad de la oposición para conectar con el ciudadano promedio, pese a las propias contradicciones del gobierno federal en turno, no es fortuita, ni mucho menos obedece, o podrá resolverse por razones coyunturales.

La cuestión es que por las más diversas circunstancias, la severidad con la que los efectos de la modernización que el país ha vivido en los últimos años, como consecuencia de los cambios emprendidos durante la década de los 90’s, ha terminado haciendo mella en la calidad de vida de millones. Un problema que unido al creciente descredito institucional de una élite incapaz de conectar con sus potenciales electores, ha ido dejando a cada vez más ciudadanos a merced de fórmulas políticas de dudosa calidad democrática, que no hacen sino replicar con más o menos éxito la formación de liderazgos carismáticos, con discursos triviales que simplifican la realidad hasta lo absurdo, porque están no pocas veces, basados en razones emotivas, incluso frívolas.

Discursos que si bien no ofrecen respuestas de fondo a los grandes problemas nacionales, sí que consiguen enmascararlos diciéndole a los ciudadanos que peor lo pasan, lo que estos quieren escuchar, por mucho que no existan las condiciones reales para poner en práctica cualquier ocurrencia de la que se hagan eco, por disparatada que esta resulte. De ahí que pese a que los referentes discursivos han cambiado mucho desde las épocas de mayor esplendor del viejo priismo, hoy más que nunca, las fórmulas que este pusiera en práctica, han ido cobrando cada vez mayor importancia, para una sociedad ávida de respuestas que si no le resuelvan la vida, cuando menos se la hagan más soportable.

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