top of page

Ágora: Cada pueblo tiene el gobierno que se merece

Por Emanuel del Toro.

Cada pueblo tiene el gobierno que se merece.

Pocas veces se ha visto un escenario político tan descompuesto y/o polarizado como el actual. La intentona del actual gobierno –hasta ahora inoperante–, por introducir un nuevo modo de comprender la realidad pública del país, ha resultado insuficiente para promover el cambio que se proponía. Lo que no ha sido casualidad; primero, porque hay una enorme resistencia de aquellos que han visto tocados sus intereses; y segundo, porque buena parte del fracaso actual obedece a la discrecionalidad, selectividad y torpeza con la que el gobierno federal en turno ha intentado poner en marcha lo que en los últimos 18 años sólo fue retórica.

Y ello ha ocurrido en buena medida, porque todos los esfuerzos de la hoy llamada 4T por arribar a la titularidad del Estado, se hicieron con exactamente el mismo principio con el que sus adversarios actuaron desde siempre para mantener el poder y acrecentarlo: el fin justifica los medios; o lo que es lo mismo: para ganar cualquier cosa vale, así sea que se tenga que reciclar y reclutar elementos de entre los propios adversarios, o pactar impunidades con los antagónicos.

Si a ello se suma la cerrazón del gobierno actual a reconocer el más mínimo error, o la tendencia cuasi patológica del Ejecutivo federal a minimizar o justificar cualquier exceso en el nombre de una futura justicia redistributiva que habrá de remediar los problemas más serios que el país arrastra desde hace generaciones, al tiempo que se denuncia selectivamente, a quienes a su juicio comprometen el interés nacional, aún si las evidencias que se ofrecen perseguirlos, en no pocas ocasiones son un tanto débiles o ambiguas, es difícil pensar que estemos cerca de superar el actual estado de crispación social que hoy mantiene a la mayor parte de la sociedad polarizada y dividida, alimentando de continuo el encono y las agresiones personales, a merced de posicionamientos sesgados y enajenantes, donde lo de menos es proponer y si destruir al que no piensa como uno.

Poca o nula diferencia hace si se piensa que “estamos mejor cuando estábamos peor”, como argumenta la oposición, pese a que para la más de la mitad del país eso estuvo siempre muy lejos de ser cierto; lo mismo que si cree que los aciertos, que los hay pero insuficientes y de modesto alcance, son todos responsabilidad de un sólo hombre incorruptible, al que la “mafia del poder”, lo que quiera que esta signifique, no deja actuar con libertad; cuando lo cierto es que la inacción del gobierno para con los llamados peces gordos de la corrupción, –los nombres y apellidos de esa supuesta mafia del poder–, no sólo para procesarlos, sino además para obligarlos a devolver lo que alguna vez se apropiaron, hace sospechar que existen pactos de impunidad.

Una posibilidad que entre los seguidores del gobierno, se justifica por evitar un baño de sangre o el peligro de volver al país ingobernable si se les llegara a tocar, aún si para ello es preciso hacerse de la vista gorda con todo lo que a los electores que le votaron se les prometió; al final resulta que, le duela a quien le duela, ambos bandos son por demás parecidos: el fin justifica los medios.

No puedo ocultar mi franca decepción y disgusto porque este sea el nivel de discusión en el país. Estoy definitivamente muy lejos de pensar que no merecemos algo mejor que verdades a medias y/o falacias discursivas que dicen mucho más de lo que verdaderamente se hace, vengan estas del gobierno o de sus detractores. Porque lo cierto es que en el medio de todo lo que ambos bandos dicen, subyace una realidad que supera en crudeza e impacto cualquier posicionamiento que se intente defender y difícilmente conseguiremos resolverle para bien de la mayoría, mientras sigamos privilegiando un malsano maniqueísmo, a través del cual todo oscila entre polos irreconciliables; lo que no quiere decir que crea posible y/o deseable que superar dicho modo de pensar la realidad, implique que el país permanezca como hasta antes del comienzo mismo del actual gobierno.

Pero no menos cierto es que el actual gobierno federal decepciona y mucho; y nos queda a deber no sólo a quienes en 2018 le votamos, o por méritos propios, nos queda a deber porque su propia oposición, no ha sido capaz hasta el momento, ni parece que lo vaya a ser en el corto o mediano plazo, de desmarcarse de esa misma lógica que arrastra a ambos bandos por igual: el fin justifica los medios; para ganar cualquier cosa vale, así sea denunciar públicamente a los contrarios y/o pactar con ellos en lo privado, todo sin el más mínimo atisbo de autocrítica.

De ese modo lo único seguro es que tensiones intestinas, alimentadas por discusiones vacuas, poco interesadas en resolver problemas en común y plagadas de verdades a medias e inexactitudes, o incluso francas falacias, sigan exacerbando las diferencias entre propios y extraños, caldeando los ánimos al punto de contribuir sin darnos cuenta, a que la erosión del tejido social siga haciendo estragos sobre la cotidianeidad de todos, relaciones vecinales, laborales, académicas, familiares y/o de amistad y pareja incluidas, lo cual es ya de por sí grave en términos de convivencia social si se tiene en cuenta los estragos emocionales que el propio aislamiento a merced de la pandemia por covid-19 ha propiciado.

No pocos podrán decir que los periodos electorales son todos de ese modo, pero es que si se lo piensa con detenimiento, la verdad es que no hemos dejado de estar en campaña desde el 2018 mismo. Pocas veces se ha visto en México tal nivel de crispación política por diferencias de opinión. Un problema en el que todos llevamos nuestra culpa y/o parte, por la pereza e irresponsabilidad con la que comúnmente intervenimos en la vida pública de nuestras respectivas localidades.

No es sólo que hay una lucha encarnizada entre dos bandos que, aunque en el papel son “irreconciliables”, se encuentran en la realidad firmemente hermanados, tanto por su interés en el presupuesto público, como por su lógica operativa; que para ganar cualquier cosa vale, así sea destruirlo todo a su paso, y luego apelar a esa persistente desmemoria social selectiva que nos caracteriza; es además, que pocos son los ciudadanos que verdaderamente guardan la congruencia personal de respetar aquello en lo que dicen creer. Así las cosas, no es de extrañar que con frecuencia se diga que: Cada pueblo tiene el gobierno que se merece.

Aviso Oportuno

1/13
1/468
diseño banner 1.1.jpg
organon_Mesa de trabajo 1.jpg
la lealtad (1).jpg
LA LEALTAD NOTICIAS 243 X 400 (4).jpg
bottom of page