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Una reflexión personal en torno al amor, la fidelidad y las relaciones de pareja u otros demonios

Por Emanuel del Toro

Una reflexión personal en torno al amor, la fidelidad y las relaciones de pareja u otros demonios

Ni el más grande de todos los enamorados sabrá entender lo que el amor es a cabalidad (como no sea que primero sepa sustraerse del impulso de satisfacer su unicidad, sin caer por ello en el extremo contrario de renunciar a sí mismo), porque aunque se halla cercano a la búsqueda de cumplimentar propósitos, amar está muy lejos de ser una meta o un estadio permanente, (así sea que se nutra de una continua cadena de causalidades concomitantes al crecimiento de sus partícipes), amar está lejos de ser un estadio acabado. Y qué bueno que así sea, porque es ante todo una construcción permanente.


Amar no es pues, una causalidad cuya proyección se supedite a la consecución de un resultado; amar está más próximo a un ejercicio rutinario de dignificarnos, una razón cuya condicionalidad se halla signada por la voluntad de hacer, más que de poseer o conseguir, se trata en el más llano sentido de la palabra de un proceso, no de un resultado. Quien no lo tenga claro, terminará en el mejor de los casos haciendo lo que mejor hemos hecho toda la vida según Lacan: dando lo que no se tiene, al que no es; proyectando nuestras carencias como si de cariño sincero se tratara, y lo que es peor: supeditando la unicidad del ser "amado" a lo que nuestros caprichos más mezquinos dicten.

Ser infiel no es sólo besar, salir o tener sexo. Si tienes que estar ocultando llamadas, chats y eliminando mensajes o contactos, ya diste el primer paso. Y no, ser desleal tiene muy poco que ver con el género, lo mismo hay mujeres desleales, que hombres mezquinos, y no, a ninguno le va mejor si consigue ocultar sus deslices: la verdad es que da lo mismo si los descubren o no. Quienes mienten podrán pasarlo muy bien tantas veces como ocasiones le jueguen al vivo, de acuerdo sí, pero se haga lo que se haga, ninguna de esas ocasiones habrá de prosperar como se supone que una relación emocionalmente estable lo hace, porque ahí donde no hay confianza, sencillamente no se estará en paz jamás; si no hay confianza, jamás se consigue entera satisfacción.

Y cuando hablo de confianza, no se trata sólo de la que toca entre dos personas cuando llevan una relación, hablo fundamentalmente de la personal, porque vivir teniendo que probarte a ti mismo cuán deseable eres para otros, o cuán capaz eres o no de complacer a otros, es la forma más segura de garantizarte un infierno personal de proporciones monumentales, porque aun así te acostaras o le jugaras al vivo con todas tus posibilidades, jamás vas hallar fuera de ti lo que no tienes el valor de construir desde tu propia persona.

Ah por cierto, si tú sabes que te ponen los cuernos, o peor aún, que contigo se los ponen a alguien más, no es que seas o muy tonto por estar con quien no te da tu lugar, o muy cabrón por prestarte a estar con alguien que ya tiene pareja. No, lo que usted tiene es terror atroz al compromiso. Por eso y no otro motivo es que juega a que resiste o se entretiene por mientras con lo que la vida le ponga por delante. Unos tienen miedo infinito a tomar su destino en sus propias manos, otros disfrazan de disfrute la comodidad de no comprometerse, porque aunque no lo reconozcan, es común que tengan un auto concepto muy pobre de sí mismos.

¿Que ya no funciona lo que tienen porque se han dado cuenta que no pueden estar juntos? Perfecto, nomás que eso sí, hay que tener presente que como dicen: lo que mal inicia, peor termina; y que quede claro: un clavo no saca otro clavo; no señor, un clavo sólo hace más grande la herida. Más claro: cuidado con establecer relaciones “liana”, por aquello de no saber cómo sobrellevar un duelo emocional o una decepción, que es lo que casi todo el mundo hace; ante la perspectiva de una ruptura emocional, es preciso resistir la tentación de volverse a involucrar por vulnerabilidad: la carencia no será jamás querencia.

Lo mismo da si se trata de alguien nuevo, como si se trata de la persona con la que ya hemos roto antes; no hay que olvidar aquello de que las segundas partes nunca son buenas; que vamos, si no ha funcionado antes, no va a funcionar después. Y se debe ser necesariamente un genio para no darse cuenta que, amor que duele y pervive, reciclándose a costa de sus partícipes, no es cariño, se llama apego; el uso es abuso; nuestra dignidad no es negociable. Lo que importa aporta... lo que no, degrada. Lo sé, lo sé, todo esto se dice fácil, pero está muy lejos de serlo.

Si duele y permaneces, no es amor (ni del bueno, ni de los de más antes), se llama apego, y es una herida profunda al autorespeto. Tanto que cuesta hallarse uno mismo, como para permitir que otro te haga la vida miserable quesque por amor. Si no es con y por amor, no hagas nada. Y no, no hablo de ese malsano chingar de lo propio que muchos cultivan como cariño, pero que no es otra cosa que apego. Si no es con amor y por amor a lo que eres, piensas, crees o sueñas, sencillamente no hagas nada, dolor, pesar, angustia y disgusto, molestia y un muy largo decálogo de malestares arrastramos en el nombre del amor… bendito, bendito, bendito amor… pasión, impulso y deseo, apego, costumbre, miedo y zozobra, hay tanto con lo que se te confunde… amor, amor… somos o nos hacemos –diría un amigo.

Somos o nos hacemos y qué razón tiene, somos o nos hacemos tantas cosas y no terminamos de ser nunca lo que somos, porque no nos aceptamos tal cual: imperfectos, como la obra inacabada que somos. Lo que es más, instalados en el reconocer de lo que a todos nos duele, damos por descontado que ese es nuestro estado final, como si a la vida se viniera a nada… pero qué se la va a hacer –diría Joan Manuel Serrat: debe haber gente pa’todo. ¿O era miedo? Amor, amor. Si no es por amor y con amor, no hagamos nada.

No es pues la primera vez que hablo de la importancia de la salud psicoafectiva en esta modesta columna de opinión, –porque no sólo soy Politólogo, además soy Psicólogo–, pero me parece importante agregar que nunca está de más repetir estas y otras ideas parecidas, hasta el punto de no olvidarlas nunca: Amar no es pedirle cuentas a la pareja. Si para estar seguro de lo que siente por alguien tiene necesidad de ponerse a revisar su teléfono, o sus cuentas en redes sociales. Podrá querer mucho a la persona con la que está, pero definitivamente no está listo para establecer y/o mantener una relación. Eso de pedir cuentas se llama controlar, y hacerlo quesque en el nombre del amor, chantaje.

Y no, no es cuestión de moralidad como es que muchos pretenden hacer ver el tema de cosas tan intricadamente complejas como las relaciones de pareja, el amor o la fidelidad, es cuestión de inteligencia emocional y estabilidad personal, dos cuestiones que se piense lo que se piense, o se crea lo que crea, son tan fundamentales del sano y correcto desarrollo de todo el género humano, que nunca serán negociables, o no debieran serlo bajo ningún motivo o circunstancia. Mucho menos cuando se piensa en las implicaciones prácticas, vamos pues, en sus consecuencias más cotidianas, esas que nos acontecen diario.

La toxicidad de relaciones emocionales que no funcionan, está arraigada en los modos poco eficientes con los que enfrentamos los dilemas que resultan de estar en pareja. Porque ciertamente una pareja podrá ser todo lo desconsiderada y/o desatenta que se quiera, pero si no recibiendo un trato que corresponda a lo que damos o esperamos recibir de una relación, nos empeñamos en permanecer, entonces el tóxico, el no preparado para amar, es uno mismo.



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