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Ágora: Educación a distancia y pandemia. Un fracaso total


Educación a distancia y pandemia. Un fracaso total.


La severidad con la que la pandemia de covid-19 ha trastocado todos los aspectos de nuestra vida tanto en lo personal como en lo institucional ha derivado en un escenario que no es ni de lejos el que se pensó que tendríamos el presente año. Lo mismo se han perdido empleos, que se han debido reajustar prioridades para sobrellevar en la medida de lo posible la crisis económica resultante de la desaceleración de la economía. Una constante que se repite a la largo y ancho del mundo, y de la que México está saliendo por demás perjudicado, sin que termine de quedar claro cuándo iremos a salir realmente de la actual situación, por mucho que los esfuerzos de los distintos niveles de gobierno busquen infundir confianza en la ciudadanía con el propósito de normalizar el desarrollo nacional.


Entre todos los ámbitos por los que tener especial cuidado, el de la educación es por la amplitud y profundidad de sus implicaciones, uno de los que mayores estragos están padeciendo. El punto es que si no fuera ya suficiente con poner en perspectiva que nuestro sistema educativo arrastra históricamente una muy seria cantidad de problemas, tanto por la calidad de sus contenidos, como por la insuficiencia de sus recursos técnicos y humanos. Hoy se suma una trepidante desigualdad que recala en el acceso mismo al uso de las llamadas nuevas tecnologías, lo que repercute directamente en el rendimiento académico.


Y es que si ya era difícil pensar que nuestros estudiantes tuvieran un óptimo aprovechamiento de su educación, cuando se tienen problemas estructurales que comprometen la propia integración de las capacidades del Estado para hacer efectiva la promesa de una educación de calidad razonablemente asequible, hoy la situación es todavía más comprometida, porque ante la exigencia de sobrellevar la cuestión de la pandemia a través del trabajo a distancia. Se ha terminado sometiendo tanto a docentes, como a los padres de familia y a los propios alumnos, a una lógica administrativa, donde lo que prevalece es el cumplimiento al costo que sea de los contenidos, cual si se estuviera en condiciones presenciales.


Todo con el cometido de dar la apariencia de normalidad, aunque de todos es sabido que continuar al costo que sea, ha significado un auténtico calvario por las razones más diversas; ni se tiene la capacidad técnica por parte de los planteles para garantizar el acceso de sus contenidos a todos los estudiantes, ni tampoco la experiencia y/o capacitación de los docentes es la óptima para resolver los problemas que educar a distancia representa. Ni que decir de lo más evidente, no todos en el país pueden costearse el acceso rutinario a redes.


Y aún en los casos en que existe modo, nada garantiza que el acceso a la tecnología necesaria para la conectividad a distancia, termine por repercutir como se esperaría que lo haga, porque además de los recursos económicos y la capacitación técnicas de docentes y alumnos, se hace necesaria la intervención de los propios padres, lo que supone un reto monumental, porque las mismas exigencias que pesan en lo educativo para dar la apariencia de normalidad, pesan en el ámbito de lo laboral para los padres con los resultados más diversos, porque no es lo mismo trabajar en el sector público con todas las comodidades habidas y por haber, que hacerlo en sector privado con reajustes arbitrarios de prestaciones o peor aún, en el sector informal donde no se tiene ninguna prestación.


Comoquiera que se lo mire, el resultado es por demás incierto, por no decir desastroso. Porque se tiene a todos en una gran simulación, donde el denominador común es dar la apariencia de continuidad, lo cual contrasta con la efectividad y/o regularidad con la que se atienden en lo diario las exigencias propias de la educación. Pero igual que ocurre con otros espacios, las autoridades están más interesadas en dar la idea de que todo está saliendo razonablemente bien, antes que atreverse a reconocer que no se está haciendo ni la mitad de lo que realmente se debería. Y no se lo está haciendo, sencillamente porque no hay las condiciones necesarias para hacerlo, por mucho que no falten esfuerzos significativos tanto de los docentes, como de los padres de familia o los propios alumnos.


Pero aún con lo mucho que se intente, es evidente que la gran mayoría en el país no cuenta con las condiciones necesarias para sobrellevar el reto de una educación a distancia que realmente cumpla con el cometido de ofrecer respuestas claras a las necesidades pedagógicas y/o de aprendizaje de los alumnos. Luego entonces, soy de la muy llana opinión de que más valdría que se optara por lo que ha terminado ocurriendo en países con muchas mayores capacidades infraestructurales y técnicas, que han dado por clausurados sus ciclos escolares hasta que las condiciones sanitarias posibiliten el regreso a clase sin menoscabo de las exigencias necesarias para garantizar la seguridad de todos.


Que sí, que lo que digo puede sonar todo lo políticamente incorrecto que se quiera, pero es que tampoco se me hace honesto o ético decir que se está haciendo todo lo posible para solventar la cuestión como se realmente se debería. Cuando son más que evidentes el sinfín de insuficiencias a las que nos enfrentamos en las actuales circunstancias de un modelo educativo para el que no estamos ni humana, ni técnicamente preparados. Porque será eso o continuar como hasta ahora, simulando cual si de una burocracia se tratara, que se cumple con todo lo necesario, cuando es claro que no se está cumpliendo lo que se debería.


Ahora bien, si la idea se suspender los ciclos escolares parece por demás inviable, entonces creo muy urgente o necesario, que se hagan las gestiones pertinentes para que nuestros jóvenes cuenten con las condiciones necesarias para que nadie se quede sin estudiar por razones de carencia de recursos, y para que garantizado el acceso general a las nuevas tecnologías, estas rindan todo su potencial. Porque de no hacerlo, al lastre de una sociedad terriblemente desigual en términos materiales, por una crisis económica que recién comienza y no tiene para cuando terminar, pasaremos a sumar el de una sociedad sumida en la ignorancia por decisión propia. Y no creo que estemos ya para seguir sumando sinsabores cuando ya es de por sí extremadamente complejo el panorama actual.


En cualquier caso y se piense lo que se piense, superar el reto que aquí he descrito de forma sucinta, exige reconocer y discutir con franqueza y apertura, los retos en común que existen entre autoridades, padres de familia, escuelas, docentes y alumnos, con el propósito de sacar de dicho diálogo, soluciones flexibles y creativas que realmente ofrezcan la posibilidad de hacer frente a los retos de una educación que a la exigencia por la calidad de sus contenidos, hoy suma la necesidad de garantizar su acceso y regularidad.

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