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Ágora: Des-humanidad


Des-humanidad. Dicen que México es ejemplo de un Estado fallido, lo dicen en las noticias, lo escucho en los cafés, y pienso: ¡Cuál ‘Estado fallido’ ni que ocho cuartos! Cuando lo que ha quedado rebasado incluye no sólo la normalidad institucional del poder político, sino también la solvencia de nuestros valores sociales comunitarios, uno sabe que el mundo conocido, va mucho peor de lo que nos atrevemos a reconocer. No será necesario –a bien de decirlo claramente–, usar mi propia opinión para decir que antes las cosas fueran muy distintas, en realidad problemas los hubo –y de hecho los seguirá habiendo– siempre, empero, es difícil ignorar que el franco estado de abandono que hoy caracteriza nuestro país, se deja sentir hasta en los aspectos más comunes de la vida, de otro modo no se entendería, que esas mismas personas que un día salen a decir que es necesario mejorar el mundo, sean las mismas que incluso sin darse cuenta, hacen en lo cotidiano que más de uno pierda la fe.


Esta semana he sido testigo de un sin número de situaciones cotidianas donde pudiendo haberse hecho mucho, no se hizo absolutamente nada. Un perro callejero que murió sin intervención de muchos que se dicen protectores de los derechos de los animales, después de meses de estarle buscando, sin respuesta alguna, un hogar o la posibilidad de ser atendido; un grupo de señoras de buena posición económica en un café, hablando de lo triste que les parece la pobreza en África, mientras hacen que no oyen las palabras de un chico de sólo 10 años que ofrece su ayuda para lo que sea a cambio de unas monedas, porque según dice, no trae ni para el camión.


Señoras embarazadas y ancianos que muy a duras penas pueden subir a un camión en el cual, permanecen todo el trayecto parados, frente jóvenes o personas con buena salud haciendo que no los ven para no tener que pararse; personas que hablan de lo mucho que el hambre les preocupa, pero que son perfectamente capaces de tirar con total indiferencia la comida que les ha sobrado, frente a muchos que desde fuera, piden con desesperación unas monedas por tener algo que llevarse a la boca. Un tipo en una iglesia que dice a otro hombre, cuya única falta aparente es la pobreza: Quítate mugroso. Ya va comenzar la misa; personas que acusan con la mirada a los que de esquina en esquina permanecen enervados lo mismo al pegamento que al alcohol, por no querer acordarse que lo que de verdad tienen es hambre.


¿Qué mierdas me van a decir frente muchas de estas estampas que todos los días vemos? ¿Qué yo no entiendo? ¿Qué no es tan fácil como lo digo?, ¿Qué no se les puede dar a todos? ¿Qué hay muchos intereses de por medio?, ¿Qué hay los que piden sin necesidad?, ¿Qué hay los que abusan de nuestro cargo de conciencia? ¡Pero, qué coños importa todo eso cuando lo que está en juego es la congruencia personal entre lo que decimos que pensamos y lo que en efecto estamos dispuestos a hacer! Pasamos la vida ahorrando tiempo y dinero, recursos, opciones y posibilidades, siempre acaparando y aunque tengo 37 años, en mi vida he terminado de entender para qué. ¿Qué te vea quién, dónde y para qué? Sencillamente no lo entiendo.


Complejo de inferioridad, falta de amor propio, carencia de autoestima, egoísmo y mucha soberbia, así de sencillo definió la razón para todo esto que describo, uno de mis alumnos en la universidad esta semana y la verdad que tiene toda la razón. Cuando pienso todo esto y más, me da por creer que así como están las cosas, aquí hay gestándose algo mucho peor que un Estado fallido; des humanidad. Vil y franca desvalorización de todo aquello en lo que decimos creer. Porque esos pesos que hoy nos han sobrado, incluso después de hacer todo lo que dijimos que haríamos en el día, bien podrían ser la diferencia entre que otros puedan o no comer y seguir viviendo.


Es cierto, quizá nunca terminaremos de hacer lo suficiente, pero una cosa es innegable, si de menos hiciéramos diario, lo que si podemos, hace tanto tiempo que faltaría muchísimo menos de lo que suponemos, para dejar atrás todas esas miserias que aquí describo. Estoy convencido que hay peor traidor que aquel que se traiciona a sí mismo. Al final seguro podremos permitirnos vivir de todo, seguro, pero de entre todo lo que se puede o no permitir una sociedad por ir madurando capacidades, lo único que no debiera ni por asomo permitirse, es la deshumanidad, porque el día que las cosas sigan ese derrotero será el umbral de la indiferencia total, y con ello la aniquilación.

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