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Ágora: Cuando el destino nos alcance


Cuando el destino nos alcance La casi totalidad de mi vida laboral la he desarrollado impartiendo clases con jóvenes de entre 15 y 25 años, lo mismo me ha tocado dar clases en secundaria, que en preparatoria, pasando por universidad y hasta por cursos de capacitación continua o talleres de administración para personas en desempleo. Lo digo así, porque me gustaría hacer mención de lo excepcionalmente difícil que es, y cada vez más, observar entre los más jóvenes un ápice de compromiso social y o disposición para pensar en su propia comunidad y ni se diga en el mundo y su porvenir. La más de las veces los chavos van viviendo el momento al margen de cualquier preocupación, siquiera por su futuro más inmediato, luego entonces, cada y tanto que llego a ver una mente joven que se distingue del común de sus congéneres por la sensibilidad y la madurez crítica de su pensamiento, en vez de alimentar el sospechosismo por la idea de asumir que alguien más le manipule, (cosa desde luego plausible), me da por sentir que no todo está perdido, y que al menos algunos pocos entre las nuevas generaciones, puedan ir recogiendo y haciendo suyos los reclamos y o las preocupaciones de quienes les precedieron. Como de hecho hicimos nosotros mismos en el momento que nos dio por querer intervenir para que más gente tuviera siempre la posibilidad de estar mejor enterada de todo lo que sucede. Lo sé, algunos dirán que yo no entiendo, que peco de inocente por no querer ver entre el sin fin de manipulaciones de las que se puede ser objeto cuanto más joven se es, lo fácil que puede ser presionar para que cualquier muchachito diga lo que otros le ordenan. Pero cuando el tema del que se habla, es tan vital como el equilibrio ecológico del planeta, repito, el equilibrio ecológico, no de una comunidad, no de una colonia, no de una ciudad, ni siquiera de una provincia o de un país, sino de la totalidad del mundo, creo que la idea de que quienes lo señalan pudieran o no estar respondiendo a intereses de terceros pasa a segundo término. El mundo se nos muere y cada vez nos van quedando en la mano menos cartas con las que jugar, no deberíamos echar en saco roto lo que las nuevas generaciones nos dicen al respecto. Estamos a nada de un desastre ecológico irreversible, hablo de que no importa lo que se haga, si no cambiamos ya nuestro modo no de pensar, sino directamente de vivir, en menos de una década nos esperan calamidades irremediables. Y no, no hablo de hacerle el caldo gordo a los numerosos emisarios del catastrofismo apocalíptico que se cuentan por miles entre todo tipo de grupos religiosos y moralizantes, hablo de lo que los propios especialistas ambientales de la ONU y otros organismos internacionales han estado señalando hasta el cansancio en la última década: nos la estamos jugando con la viabilidad de nuestra propia civilización. Se nos vienen cosas tan brutales como sequías y hambrunas de alcance continental, temperaturas extremas y olas de calor sin opciones para contrarrestarlas, aumentos desmedidos del nivel del mar que prometen cambiar drásticamente la geografía mundial, cambios profundos también en la naturaleza de nuestras relaciones geopolíticas y con ello guerras ya no por combustibles, sino por lo más elemental para sobrevivir. Para terminar pronto, el grado devastación ambiental que hemos generado en los últimos 50 años no tiene comparación alguna con lo visto en toda nuestra historia. Las últimas dos generaciones de nuestra especie se han encargado de exterminar directa e indirectamente el 60% de la biodiversidad del planeta. Vaya pues, en los últimos diez años hemos producido más plástico que en todo el siglo XX. Insisto, el impacto de nuestra actividad industrial sobre el mundo ha sido brutal. Es de dar pena la voracidad con la que hemos estado actuando, cual si tuviéramos otro mundo a donde ir. O quién sabe, a lo mejor sí, digo, con eso de que hoy está tan de moda ver conspiraciones incluso donde no las hay, no habrán de faltar los que digan que no hay razones para pensar en la responsabilidad compartida, ya que con seguridad la destrucción sea el plan de alguna corporación para vendernos después un remedio.


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