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Ágora: Autorrealización. Un comentario personal entorno al valor de la confianza


Autorrealización. Un comentario personal en torno al valor de la confianza.


Cuando de conseguir lo que más ansiamos se trata, a menudo sucede que el miedo o desconocimiento de lo aprendido a lo largo de nuestra vida, nos hace permanecer tan atentos a los límites que suponemos que tenemos, en espera de circunstancias consecuentes a nuestras aspiraciones, que a veces –incluso sin advertirlo–, perdemos noción de todo aquello que está a nuestro alcance para materializarlas.


Invertir esfuerzos en reconocer lo que ha mermado el cumplimiento de nuestras aspiraciones, es un ejercicio que mal encaminado, (cuando nos concentramos en la auto descalificación obsesiva), resta fuerza al cumplimiento de nuestros sueños. Pues su realización exige, concentrarse en el alcance de nuestras capacidades, así como en el ejercicio regular de las mismas, en otro modo corremos el riesgo de malograr lo que buscamos.


Cargar sin resolver un nutrido conjunto de carencias, además de socavar los principios del amor propio, merma la calidad de nuestros actos. Sin embargo, cabe advertir que lejos de concentrarse en el sojuzgamiento, el reconocimiento de los errores propios y aprendidos, debe servir como fundamento para establecer nuevos aprendizajes con una orientación positiva, donde la dignidad propia sea el eje rector de nuestras decisiones.


En otras palabras, saber reconocer, más allá del auto reproche estéril, aquellos elementos de nuestra historia de vida, que han minado las posibilidades para crecer con plenitud, debe servir a un fin último superior, el de la autorrealización. Para ello resulta indispensable, poner a prueba nuestras capacidades, y abdicar de la tentación de pensarnos excepcionalmente incapacitados para afrontar la responsabilidad, de convertirnos en la persona que creemos merecemos ser.


El criterio más significativo para determinar si algo es importante, y por tanto merece la pena llevarlo con uno, u ocuparse en resolverlo, no es –como habitualmente hacemos–, definir si el tema toca o no nuestros intereses más inmediatos, antes bien por el contrario, resolver si es o no posible que nos ocuparnos de él. Esto es, preguntarnos si tenemos o no la capacidad de cambiar algo al respecto.


En ese sentido, buena parte de los problemas cotidianos que comúnmente decidimos cargar, pese a su efecto sobre nuestra vida, no tienen siquiera un modo de ser resueltos en lo inmediato por uno mismo, de ahí que una buena posibilidad, sea no preocuparnos en demasía por ellos. A eso se referían los abuelos y la gente de antes, cuando invitaban a “poner los problemas en manos de Dios” y aprender a confiar en nosotros mismos, así como recordar, que para que la idea de hacer de nuestro mundo, un lugar mejor, se vuelva realidad, hace falta no perder de vista que como sostiene el Economista Jeffrey Sachs, “El desarrollo de nuestros mejores rasgos –confianza, honestidad, visión, responsabilidad y compromiso– depende de nuestra interacción con los otros.” Esto es, tener el valor de confiar en los demás, y aprender que el efecto de orientar nuestras actividades de forma individualista, a la larga genera más problemas para todos, que los potenciales beneficios que se obtienen de hacer cada quien lo que le da la gana sin tener consideración de los demás.


Lo cual en términos generales, resulta de suma provecho para la regularidad de nuestra vida diaria, porque usualmente, aquellas sociedades donde el fundamento de su vida pública, descansa sobre fuertes lazos de reciprocidad, cuentan con más y mejores opciones, para evitar la posibilidad de abusos de autoridad, y brindarle a los ciudadanos que en ellas habitan, la muy significativa posibilidad de orientar sus capacidades institucionales de gobierno, al más firme cumplimiento de sus propios intereses.







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