Ágora: ¡Ni una excusa más!
- Emanuel del Toro

- 25 ago 2019
- 7 Min. de lectura

¡Ni una excusa más!
Fiel a mi costumbre de no precipitarme, siempre que un tema de importancia social conmociona a la opinión pública nacional, me gusta dejar pasar algunos días antes de hacer comentario alguno, primero porque el hecho mismo de reflexionar un tema, exige mesura con el propósito de sustraerse de visceralidades; segundo, porque sólo a través de la pausa concienzuda que nos permita analizar las cosas con detenimiento, estamos en condiciones de recuperar la mayor cantidad de implicaciones respecto a lo que sucede, para que las emocionalidades que lo rodean no nos resten objetividad, pero sobre todo para poder decir con total claridad lo que realmente pensamos.
Así las cosas, confieso qué no sé de qué modo abordar el tema de la violencia contra la mujer y las consecuencias multitudinarias de las manifestaciones que intentan denunciarla, sin verme por ello alimentando algo que me preocupa todavía más que la propia violencia contra la mujer, y tiene que ver con restarle legitimidad a una causa cuando esta no sigue los modos acostumbrados. La cosa es que me parece realmente grave que buena parte de los que opinan al respecto de las marchas en apoyo a las mujeres, lo hagan para descalificar y o poner en tela de juicio la idoneidad de las protestas, bajo el ardid de que la mayoría de las mismas han dejado un saldo negativo en imagen pública, por las pintas y o destrozos que se ha causado sobre la vialidad de las ciudades donde se han llevado a cabo.
No quiero utilizar este espacio para justificar ningún llamamiento por más legítimo que este sea, a que se pague con más violencia la violencia, cuando eso es precisamente lo que se está denunciando, tampoco quiero que la cosa termine en una falsa apología de la virtuosidad y o perversidad de un ciudadano que se manifiesta, frente otro que no dice nada, para luego terminar hablando de que el saldo de las manifestaciones, la más de las veces va siendo remediado por recursos públicos y o con la intervención de trabajadores gubernamentales, o incluso por los propios dueños de negocios particulares dañados que probablemente podrían dedicar su tiempo a otras cosas. Pero me parece que existe un abismo de distancia entre ver que se altera y o daña el espacio público, y seguir acumulando muertes de mujeres (pero también de hombres), sin que las autoridades responsables terminen de dar una respuesta que satisfaga el miedo y hartazgo de una ciudadanía, que lleva décadas exigiendo que se ponga fin al clima de violencia en el medio del cual vivimos.
Yo no es que esté de acuerdo con los cuantiosos destrozos que se han dado en varias de las marchas donde se pide alto a la violencia contra la mujer, pero sí que comprendo el sentimiento de impotencia y el hartazgo de una parte de la ciudadanía, que no encuentra ya de qué modo hacer patente su disgusto, porque llevamos décadas marchando en contra de la violencia, pero esta no termina, incluso por momentos parece que aumenta. Décadas pidiendo justicia por indígenas y campesinos masacrados por el ejército, por bebes muertos por negligencia gubernamental, por mujeres violadas, torturadas y o asesinadas, décadas pidiendo justicia por familiares y o estudiantes desaparecidos por los propios cuerpos de seguridad del Estado en contubernio con el crimen organizado, por padres de familia, amigos y o colegas de trabajo que no vuelven jamás a casa, pero las autoridades responsables siguen tan rebasadas como en un inicio, tan impávidas, indolentes e insensibles, siempre haciendo declaraciones por salir del paso.
Lo sé, es peligroso generalizar, comprendo que como en todo, ha habido matices, y que no todo ha sido para mal, pero queda claro que lo intentado no ha sido suficiente, porque insisto, no es que avale los destrozos en vía pública, yo también pienso que no es lo más deseable, pero vamos, sigo creyendo que hay un abismo de distancia entre matar, violar o desaparecer a alguien, y averiar la vía pública, y ojo, lo mismo aplica para los hombres, porque en honor a la verdad el tema de la violencia no distingue de géneros. Ahora bien y esto es algo que se sabe, pero que pocos acotan, no todos los averíos que se atribuyen a las recientes marchas de mujeres, son causa de genuinos manifestantes, sino de grupos que se infiltran para desprestigiar las causas genuinas. ¿Que si hay o no otros modos de manifestarse? Seguro los hay, yo mismo lo he pensado parecido antes, sin embargo, no es menos cierto que llevamos décadas observando manifestaciones más convencionales, sin que absolutamente ninguna de las formulas ensayadas termine de dar los resultados que estoy seguro la mayoría quisiera. Luego entonces, si lo que hasta aquí se ha intentando no ha recalado como debería, tampoco creo que dejar de protestar vaya a servir de mucho.
Por otra parte, estoy seguro de que trabajar más en dar difusión a las opciones con las que se cuenta si se llega a ser víctima de acoso o violación, haría bastante por disminuir el impacto de este problema. Sin embargo, me parece que pensar en una estrategia de educación, tendría que necesariamente pasar por las propias instancias de justicia, porque en otro modo difícilmente se hará un cambio como el que se requiere, mientras los propios ejecutores de los circuitos de justicia, sigan dando las desafortunadas respuestas que suelen dar en estos temas. Ahora bien, también creo que vamos a contracorriente en el tema de capacitar a los elementos del poder judicial, porque aunque es impostergable hacerlo, no es menos cierto que hace mucho tiempo que la justicia en México está lo que sigue de desacreditada, con todo y que no se dejan de hacer todos los días, nuevos intentos de mejorar su proceder, y no es para menos, cuando es de todos sabido que las instancias de justicia, se hallan a todas luces rebasadas para resolver las responsabilidades a su cargo.
En cuanto a lo de hacerse justicia por su propia mano –como sugieren algunos grupos radicales; un pensamiento común a muchos de quienes hemos perdido familiares y o seres amados en este clima de violencia generalizada–, es definitivamente algo fuera de toda proporción y no pienso que por ponerlo en práctica se vaya a resolver el tema, porque aunque sea grande la tentación de pensar que bastará con eliminar a quienes agreden, acosan o violan a las mujeres, –aunque también pasa con hombres o integrantes de la comunidad LGTB–, para que ya no se den situaciones semejantes, lo cierto es que el problema difícilmente menguará, mientras se siga propiciando una cultura de la violencia y la degradación, donde todo tipo de agresiones basadas en las diferencias se normalizan como si cualquier cosa.
En ese sentido, considerando que el tema de los asesinatos a mujeres ha recrudecido en San Luis Potosí en las últimas semanas, no pocos se han preguntado si la respuesta de las autoridades en el tema de la inseguridad cambiaría, si el Fiscal del Estado fuera mujer. Sin entrar en mayores detalles, yo soy de la idea de que no, a como lo veo, la ineptitud –pero también puede ser la buena gestión–, no distingue de géneros. Digo, si a esas vamos, lo mismo nos preguntábamos cuando no había en el país gobiernos presididos por mujeres, y así nos ha ido, porque nos ha tocado de todo. Encima el problema no es que llegue alguien con inteligencia, sensibilidad y voluntad de actuar, tanto como que sepa sortear toda una inercia institucional que está hecha para privilegiar la ineficiencia y la defensa de los intereses que llevan al poder a quienes llegan. Insisto, dar una pronta respuesta al problema de la violencia, está muy por encima de preguntarnos quiénes gobiernan mejor, si hombres o mujeres.
Ni una más –una de las primeras consignas que se gritaron cuando el tema de la violencia contra la mujer comenzó a tomar fuerza en México, allá por 2014, sigue resonando en mi cabeza cada que pienso en el tema, y si, es cierto, ni una más. Pero no menos cierto es, que ni una (persona o mujer) más, exige también y necesariamente de nuestras autoridades estatales y nacionales, ¡ni una excusa más! Porque como no lo entendamos, la violencia continuará escalando. En cualquier caso, teniendo en cuenta la gravedad y lo añejo del problema, lo menos que cada quien debería pensar, es en tener la prudencia de no sobreexponerse, porque si la idea de no salir a la calle se antoja irrealizable, no menos cierto es que si no queda más remedio que salir, deberíamos hacerlo extremando medidas, porque como escribiera días antes de su muerte, una de las últimas chicas víctimas de la violencia en mi localidad: hoy se vive, mañana quién sabe.
Así las cosas, lo menos por decir es que si el mismo rasero de ideas que se vierten para descalificar o ridiculizar las actuales protestas de mujeres, se utilizaran para infravalorar cualquier otra razón de manifestación, terminaríamos comprendiendo mejor el múltiple valor de su lucha; no es sólo un reclamo por la seguridad de todos, es además un desafío monumental a la propia definición de la democracia. Porque quien piense que se puede defender la calidad de una democracia, esperando que más de la mitad de sus ciudadanos se auto censuren, porque sus modos de reclamar la participación del Estado en los problemas que a todos preocupan, incomodan al resto de la sociedad, llevando al límite los propios canales de una manifestación, seguramente no ha terminado de comprender que lo que aquí se entreteje, no es sólo un reclamo más, sino la clave misma para un nuevo entendimiento de lo público, cuya conquista podría llevar, si hay la inteligencia para no naufragar entre posiciones extremistas, a la formación de una nueva cultura política, que sirva de basamento para recomponer la estructura de nuestro tejido social, algo de lo que llevamos al menos cuatro décadas adoleciendo.
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Dicho todo lo anterior, si mañana quien aparece muerto soy yo y alguien quiere salir a pedir justicia por mí, –con o sin pintas, cacerolazos o brillantina de por medio– adelante, quienes me son importantes se lo han de agradecer. Que no vaya venir nadie a decir que me lo busque por andar en la calle o que vayan ustedes a saber en qué andaría, o que esas no son formas y que hay otros modos de pedir justicia, porque cuando todo lo que se ha intentado ha fracasado, es claro que no los hay. Llevamos una vida quejándonos de lo que está mal, por medio de marchas que no transgreden en lo más mínimo el espacio de lo público, y sin embargo, no ha cambiado un ápice todo lo que se denuncia, antes por el contrario, diera la impresión de que hemos aprendido a normalizar que siempre haya gente en la calle protestando por todo, sin el más mínimo atisbo de solidaridad por su causa, sin darnos cuenta de la íntima relación que existe entre lo que cada grupo en particular denuncia y los problemas de todos a diario. Mi total apoyo, respeto y solidaridad para las mujeres que han salido a las calles.















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