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Ágora: Aranceles por migración… Nada nuevo bajo el sol


Aranceles por migración… Nada nuevo bajo el sol. La reciente negociación de México con Estados por razón de un acuerdo migratorio condicionado por una política arancelaria muy agresiva para los intereses nacionales, reconfirma lo que ha sido una constante de nuestra política doméstica: el combate a los problemas más significativos del país se juega mucho menos en casa de lo que se define fuera de ella. Intercambiar aranceles por política migratoria, o lo que es lo mismo, economía doméstica por seguridad hemisférica –en la lógica norteamericana–, ha sido un trago amargo pero consecuente con nuestras posibilidades reales. Se lo reconozca o no: el pragmatismo ordena. El resultado de la negociación entre el gobierno de México y la administración Trump, promete recomponer nuestra política doméstica de una forma profunda, porque pone en el centro de nuestras preocupaciones dos cuestiones históricamente silenciadas; primero, los derechos humanos; segundo, el impacto de la pobreza y la desigualdad que circunscribe el propio fenómeno migratorio.

Sin embargo, más allá de los buenos deseos por solventar tales problemas ofreciendo cabida en el país a todos aquellos que crucen nuestras fronteras, la realidad es que la política de brazos abiertos anunciada por el Presidente, ha topado en la práctica con una inmigración descontrolada, fuera de cauce, y con tintes políticos tanto en el vecino país, como entre la oposición nacional. Lo obvio es decir que se tendrá que corregir –y mucho–, sin embargo la duda respecto a la idoneidad de ofrecer asilo irrestricto a todo aquel que pase la frontera persiste. Al final de cuentas se esté o no de acuerdo con lo sucedido, el reciente acuerdo suscrito con Estados Unidos, no hace sino oficializar lo que siempre ha sido una realidad de facto, nuestra posición misma en el plano internacional se halla supeditada a los intereses de Washington. Salir de un equilibrio semejante –muy poco deseable por la excesiva dependencia que tenemos del vecino país del norte–, implica hacer efectiva una política comercial de diversificación. Lo cual es aunque se lo tenga claro, por demás incierto, porque conlleva decidirse a estrechar más y mejores acuerdos con países cuya relación se ha descuidado o de plano ignorado, algo que difícilmente se habrá de conseguir como se siga haciendo caso omiso a la importancia de asistir con representación, a cumbres internacionales que ofrezcan la posibilidad de posicionar al país como un destino atractivo a la inversión, pero que tiene que ser necesariamente así, porque es prácticamente imposible permanecer ajenos a los ires y venires de un mundo globalizado. Lo menos por decir en el estricto sentido, ante lo que se identifica como una negociación poco fructífera para el país, en una opinión pública nacional ya de por sí extremadamente polarizada, es que si hubiésemos actuado de forma anticipada con el pragmatismo y la pericia óptimos, para definir en su justa medida las escasas capacidades y posibilidades de México al negociar un acuerdo con Estados Unidos, hubiésemos resuelto el problema mucho antes de que se nos impusiera como un ultimátum, concediendo probablemente lo mismo que se concedió, pero al menos manteniendo intacta la dignidad del gobierno y sin tener en consecuencia que promoverlo como un triunfo –condicionado– de nuestra política exterior. Para pensarlo. Con el silencio de AMLO por la secta NXIVM, pareciera que EUA nos hace el trabajo sucio. Migración por aranceles, perfecto, pero ¿también por justicia?

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