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Ágora: México. La desgracia de tenerlo todo

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 23 jun 2019
  • 5 Min. de lectura

México. La desgracia de tenerlo todo.


Imagine lo siguiente: Usted debe por concepto de préstamos personales a diversos acreedores, una cantidad cercana a los 3000 millones de dólares, mismos que se ha comprometido a pagar –incluyendo intereses moratorios–, en un plazo no mayor a 10 años. Motivo por el cual ha tomado la decisión de ajustar su déficit y reducir al máximo sus gastos. Luego entonces, un buen día, sin habérselo esperado jamás, le notifican que ha llegado a sus manos una cantidad aproximada de 80 000 millones de dólares, ya que se ha hecho un hallazgo sorprendente de dinero en el jardín de su casa, lo que le ha convertido de súbito, en el vecino más rico del suburbio en el que habita.


¿Qué haría? Si se lo piensa con detenimiento, la lógica indicaría que lo más sensato sería utilizar el monto de lo hallado para finiquitar la deuda, así como los intereses que esta hubiera generado, ¿no? –no sea después que las tasas de interés cambiaran y no pudiera pagar su deuda ¿no? De tal suerte que si se ajustara a la prudencia de solventar lo antes posible los préstamos recibidos, usted estaría en condiciones de pagar el total de su deuda, e incluso quedarse para épocas de incertidumbre, una muy cuantiosa cantidad de recursos que quizá con el tiempo incluso podría llegar invertir, ¿verdad?


Da vértigo pensar que nuestro gobierno, en vez de haberse atenido a la lógica antes descrita, decidiera en el momento del boom petrolero, solicitar préstamos al exterior por un monto similar a lo que las estimaciones indicaban, era el valor de los yacimientos de petróleo recién descubiertos en el sur del país. ¿Le parece una estupidez del tamaño del mundo? Lo fue. Este es pues, el tipo de decisiones que un régimen autoritario es capaz de tomar con la esperanza de disipar a través de una bonanza económica artificialmente creada, su férrea resistencia a liberalizar y eventualmente democratizar su política. De ese tamaño han sido los excesos cometidos por los gobiernos revolucionarios que en este país hemos permitido. Visto así ¿sigue pariendo detalle menor ocuparse de conocer y participar de la política? ¿Verdad que no?


Desde luego, cabe hacer mención que la respuesta a todo este caos financiero, es absolutamente por todos conocida, y tuvo como consecuencia, el desmantelamiento de los pocos aspectos positivos que la revolución de 1910 nos dieron en forma de derechos sociales, crecimiento y estabilidad. Porque no se trató sólo de un viraje en el rumbo de una política económica orientada por el consumo del mercado interno y el apoyo al sector productivo del país, a otra caracterizada por una acelerada privatización y un desarrollo comercial orientado hacia el exterior. Antes bien, también representó un cambio de paradigma en el modo de ver la política y atender los compromisos del país.


Lo cual, si bien no tiene por qué ser necesariamente malo, en sociedades como la nuestra, –cuyos gobiernos gozan de un amplio margen de discrecionalidad para tomar decisiones–, se hace sentir de forma muy cruda, porque deja sin efecto las preocupaciones más elementales de la ciudadanía. Por la sencilla razón de que –producto de la resistencia que muestran, quienes aún tienen la posibilidad de defender sus intereses privados–, no se es ni una cosa ni la otra. Déjeme que lo ponga de otro modo, lo que los últimos gobiernos del viejo régimen revolucionario hicieron, fue literalmente abrir arbitrariamente un hoyo del tamaño del mundo en nuestro bienestar y después ofrecerse a decir que de ellos mismos iría a salir la solución de sus excesos.


De tal suerte que además de ricos potentados extranjeros de la banca y numerosos sectores productivos del país, hoy vemos la emergencia de lo que queda de los otrora sectores corporativos, como si de nuevos ricos se tratara. Y lo que es peor, no hace falta siquiera pensar en aquellos que se llevan por millones jugosos dividendos del presupuesto público sin rendirle cuentas, absolutamente a nadie. Antes bien por el contrario esta clase parasitaria, incluye por igual, a los muy numerosos mandos medios y trabajadores menores del sector público, cuya posición en la estructura de gobierno, no viene siquiera como resultado de su esfuerzo propio, sino como producto del permanente heredar de plazas y puestos de trabajo, aún si no tienen los méritos y conocimientos necesarios para ocuparlos.


¿El resultado? Un aparato estatal ineficiente, abigarrado y excesivamente costoso. Menuda revolución social la de nuestro sistema político. Nos dejó exactamente donde comenzamos y me atrevería a decir que peor. Antes por lo menos contábamos con una muy abundante infraestructura que favorecía entre otras posibilidades, el sostenimiento regular de una economía de auto consumo que satisfacía sin mayores problemas la mayoría de las necesidades más elementales del común de la gente. Hoy ni eso tenemos. La lección es clara, democracia sin libre mercado bien regulado, trae como consecuencia más pobreza, lo que a su vez deja sin efecto las bondades de la libertad política y económica. Así las cosas, como en este país todo lo aprendemos a la mala, debo confesar que me sentiré, inmensamente feliz el día que se declare el total agotamiento de nuestra producción petrolera.


Lo sé, lo que afirmo puede resultar irrisorio y hasta políticamente incorrecto, pero pasa que pese a la inaplazable necesidad que tenemos desde hace 40 años, por echar andar cambios profundos que nos saquen del visible deterioro en el que se encuentran las condiciones de vida de una mayoría en este país, que ya no puede esperar más, no a que “le haga justicia la revolución” –como popularmente se dice, sino a que por fin, una vez en nuestra historia se pueda comenzar a vivir con dignidad, sin ver por ello que nuestro futuro quede comprometido. En ese sentido, estoy convencido de que ante la ausencia de respuestas claras que alivien al sufrimiento de millones, y lo inviable que una nueva revolución resultaría, muchas cosas no van a cambiar en este país hasta no ver que se nos agote la riqueza de nuestra tierra. Porque esa parece ser precisamente una de nuestras más grandes contradicciones históricas, vivimos sin mayor auto respeto y por debajo de nuestras posibilidades reales, por la desgracia de tenerlo todo.


Al margen de todo lo que hasta aquí he dicho, dejo lo que el presente gobierno promete en términos de recuperar la centralidad que la política en hidrocarburos tuvo para nuestro país en los últimos cuatro décadas. Y lo digo de este modo, porque aunque me parce es buena la idea de invertir en exploración y o perforación de nuevos pozos petroleros, así como de refinerías que nos den mayor independencia en lo que a energéticos se refiere, también soy de la idea que la respuesta llega ya muy tarde, porque de todos es sabido que la tendencia mundial en la extracción de los energéticos tradicionales va a la baja, tanto por la dificultad y costo de acceder a ellos, como por la precariedad de nuestro equilibrio ecológico planetario que nos exige un cambio de rumbo sin precedentes, so pena de que si no lo hacemos a la vuelta de la esquina nuestro modo de vida y la existencia misma se vean comprometidos.

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