Ágora: Mileniums. Crónica de una sociedad camino al abismo. (Parte I)
- Emanuel del Toro

- 17 jun 2019
- 3 Min. de lectura

Mileniums. Crónica de una sociedad camino al abismo. (Parte I).
Cuando se tiene el modo de vivir sin ocuparse ni preocuparse por el qué se va comer, es relativamente fácil pensar sobre quiénes somos y quiénes nos gustaría llegar a ser; cuando la cosa es diferente y todos los días debemos salir a ganar lo que tenemos por cuenta propia, y encima toca la circunstancia de hacerlo en condiciones adversas, es raro tener todavía la posibilidad de preguntarnos por el porvenir. Es cierto, historias de éxito viniendo desde la más extrema adversidad hay muchas y de hecho algunas son, –ya sea por publicidad o genuina inspiración personal–, bastante conocidas.
Lo que muy pocos prefieren no pensar, es que por cada historia de éxito conocida, no sólo hay mil más que no conocemos, también hay mil o más que jamás llegaron a nada. Quizá por ello sea hasta cierto punto entendible, que buena parte de la sociedad aspire en mayor o menor medida, –así sea por salud mental–, a la ilusión de quedar entre los que algún día verán cumplidas sus más importantes aspiraciones. De hecho, por mucho que nos incomode admitirlo, todos hemos alguna vez caído en la tentación de imaginarnos parte en una lotería del porvenir, donde bastaría la conmiseración para hacernos –desde luego con algo de ventura–, con el boleto ganador.
Y ocurre no sólo por el incesante bombardeo mediático con el que a diario nos venden la misma machacona idea del triunfo personal a través de un “golpe de suerte”, sino, porque a diferencia de lo ocurría hace décadas en este país, –cuando la movilidad social permitía a cualquiera con las aptitudes y preparación adecuadas, y de forma relativamente fácil, aspirar a condiciones de vida cada vez mejores–, las posibilidades de encarnar personalmente tal promesa, se han vuelto cada vez más escasas y difusas.
Lo que es más, la actual es probablemente la primera de tantas generaciones por venir, que en vez de vivir mejor de lo que lo hicieron sus padres, lo hará, y de hecho lo hace ya, –a pesar de las privilegiadas condiciones en las que creció–, mucho peor que estos. De ahí que para muchos baste con la mera promesa de triunfar, para permanecer como se dice vulgarmente, “al pie del cañón” en la creencia de que se puede salir adelante nomás con echarle muchas ganas.
¿Será posible entonces mantener una sociedad sólo a base de promesas? Es la incomoda pregunta sin respuesta, que muchos se hacen diario. Desde luego no pocos querrán decir –lo mismo por miedo a verse padecer, que por pose–, que no, que no existe sociedad posible, ahí donde sistemáticamente se acumulan vejaciones, carencias y miseria. Sin embargo, nos guste o no, la realidad nacional nos grita en la cara que sí, de hecho para ser brutalmente honestos, nuestro actual sistema político-económico, lleva décadas sin generar respuestas satisfactorias para la gran mayoría de sus ciudadanos.
Cada vez se reduce más el grupo de los que consiguen hacerse un lugar para vivir decentemente, al tiempo que aumenta rápidamente el número de aquellos que habiendo recibido todo –comida, techo, vestido y educación–, no lo consiguen. De hecho llevamos casi medio siglo jugando un sumario “juego de sillas”, que a diferencia de su versión infantil, en vez de privilegiar la movilidad y el cambio de sus ocupantes, no ha servido más que para guardar las apariencias y legitimar su perenne anquilosamiento.
Contrario a lo que ocurre en cualquier sociedad razonablemente bien estructurada, los ocupantes de las sillas, no sólo jamás habrán de dar siquiera una sola vuelta, encima transfieren sus posiciones –en todos los ámbitos, lo mismo da si es público o privado– de forma patrimonialista, discrecional y permanente, generación tras generación, al tiempo que bajo el clamor de todo tipo de modas discursivas, pregonan los más variados cambios, renovaciones y aperturas, que no son sino eufemismos del oportunismo con el que los pocos imponen a los muchos su lógica arribista y cortoplacista. Esa tras la cual, una sociedad que dice creer en valores tales como equidad, justicia, amor o respeto, reciprocidad y confianza, se vuelve capaz de portarse peor que animales.















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