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Ágora: ¿En serio es esto una cuarta trasformación?



¿En serio es esto una cuarta trasformación?


El actual gobierno federal llegó al poder hace medio año prometiendo una transformación radical del país, con un proyecto que en esencia perseguía dos cosas; primero, una mejora sustancial de las condiciones materiales de vida para quienes menos tienen, en el entendido de que en este país, la disparidad entre los que los que lo tienen todo y los que no tienen nada, es brutal; y segundo, frenar y o reducir sensiblemente el que se identifica como el mayor mal del país –porque se le tiene por causa de todos sus demás males: La corrupción. En lo que toca a esta segunda arista, semejante propósito sugería cuando menos que una vez que ese proyecto ganara, este se vería orientado por una estrategia operativa que fuera llevando ante la justicia, si no a todos, si al menos a las figuras más representativas de este mal endémico.


Sin embargo, la inclusión en el gobierno de la llamada “cuarta transformación”, de todo tipo de personajes de muy dudosa reputación, por el abuso persistente que del erario público y del poder hicieron en otro tiempo (siendo que no pocos permanecen todavía en el poder), ha resultado terreno fértil para abonar a la idea de que no existe en el mejor de los casos, un verdadero compromiso por hacer efectivo los ánimos de cambio que les abrieron las puertas de la actual administración a quienes hoy llevan su titularidad.


Ahí donde unos ven la inteligencia y la capacidad del Ejecutivo federal para conciliar intereses diversos en pos de asegurar la gobernabilidad y la operatividad de su gobierno, otros señalan –no sin estar exentos de razón para creerlo–, que es poco, por no decir nada, lo que se consigue incluyendo entre sus filas a todo tipo de exponentes de un viejo régimen por el que se lleva décadas denunciando e intentando desmantelarle.


¿Lo peor? Idénticas perspectivas de traslapar a quienes han hecho todo lo que se lleva décadas denunciando, se observa a lo largo y ancho del país. La estampa es por demás clara, como penosa y desalentadora: Un gobierno cuyos actuales titulares llevan al menos 20 años denunciando todo tipo de prácticas particularistas que lesionan el interés público, y que poco o nada tienen que ver con una genuina vocación democrática, pero que a las primeras de cambio, hechos ya con el control del Estado, encubren o traslapan, bajo la lógica de hacer por el bien del país, política con lo que haya –por encima de cualquier atisbo de principios y o congruencia–, propiciando alianzas y o pactos de impunidad con los responsables de que el país esté siempre por debajo de sus posibilidades, es poco menos que una burla.


Si no fuera suficiente con tener que padecer la humillación y decepción de ver que quienes hoy llevan la titularidad del Estado, se hagan de la vista gorda con todo lo que durante décadas denunciaron, (dejándose incluso ver de rutina, con los propios exponentes de todo tipo de abusos públicos), buena parte de la ciudadanía que ha tenido que acostumbrarse a la de malas, con constatar que no pocos de los propios titulares en el actual gobierno, han terminado incurriendo pese el poco tiempo que llevan, en exactamente los mismos excesos que durante décadas echaron en cara.


El resultado es por demás predecible, como incierto y poco propicio para mantener el optimismo de los primeros meses: No parece que la llamada cuarta transformación, vaya a ser lo que se hubiera querido. Y no lo va ser por exactamente las mismas razones que el advenimiento de la democracia hace 30 años, durante la llamada tercera ola de democratización, no terminó de recalar todo lo que alguna vez se pensó que lo haría: Por la fuerza de nuestra tradición autoritaria. Lo cual es cuando menos bastante triste y frustrante.


Que si, que un país precisa de alianzas y o estrategias para garantizar la gobernabilidad, es una consideración fuera de toda discusión, pero cuando en el nombre de esa necesidad, un gobierno que goza de una legitimidad social excepcionalmente alta, apuesta a desdeñar las razones propias de su triunfo, privilegiando el establecimiento de acuerdos y o solapando a quienes representan todo eso que se lleva décadas denunciando, en el fondo lo que está diciendo es que menosprecia a sus principales activos: Legalidad y ciudadanía. Y que cambio prefiere seguir perpetuando una cultura política de la simulación, del decir que se cambia, para no hacer nada realmente.


Más claro: Si no se puede pensar por obvias razones, en cambios drásticos de la estructura social, para ver que el grueso de la población en este país pueda reconocer en lo económico el tan ansiado cambio por el que muchos votaron, lo menos que si se esperaría, es que se procesara conforme a Derecho, a quienes han abusado del patrimonio público. Pero no ha habido tal estrategia, no bien se entera uno en los medios de alguna indagatoria de por medio con alguna figura pública ligada a los circuitos de poder, que más temprano que tarde, todo queda sin efecto; no bien se dan indicios de responsabilidad entre gobernantes y ex gobernantes, que a la vuelta de la esquina se entera uno de que no sólo no han sido procesados, sino que siguen ligados al poder.


Así es realmente muy poco, por no decir que nada, lo que se habrá de conseguir para que todo las esperanzas que alguna vez confluyeron en ese proyecto llamado la “cuarta transformación”, se haga en efecto esa transformación radical por la que muchos votaron.



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