Ágora: Los hombres comoquiera
- Emanuel del Toro
- 24 feb 2019
- 3 Min. de lectura

Los hombres comoquiera.
Vaya si hay un ambiente machista en esta ciudad. ¿Qué por qué lo digo? Al menos en mi experiencia, han sido ya, muchas las veces en que siendo las 10 p.m. en punto, al querer tomar lo mismo taxi que camión para volver a casa, no consigo unidad alguna. Lo curioso de la cuestión –por no decir desconcertante y hasta molesto–, es que cuando divisan cerca a una chica, invariablemente los conductores detienen el paso, sólo para arrancar intempestivamente o incluso solicitarme que baje de la unidad tan pronto comprueban que la chica por la que han detenido la marcha no habrá de abordar.
¿Las razones? De acuerdo con los conductores a los que he tenido oportunidad de abordar al respecto, van desde, “a las señoritas hay que cuidarlas, los hombres comoquiera”, hasta “por seguridad propia, no sea que me hagan algo”, pasando por “bueno vera... usted sabe...” –afirmación que generalmente viene acompañada de alguna seña lasciva. Todos argumentos, que a decir verdad, no me sorprenden en lo más mínimo considerando las disparidades y numerosos prejuicios socio culturales que pernean la convivencia de los géneros en el país, así como el sesgo misógino con el que se arropan los modelos de socialización.
Lo cual de paso me sirve para abrir en el tema un paréntesis no menos inquietante, toda vez que me atrevo a decir, que la más de las veces, tales conductores deciden subir a las chicas, no por genuino interés en su seguridad, sino con dobles intenciones de por medio, buscando como se dice vulgarmente “chachalaquear” –filtrear o seducir–, bajo la mezquina suposición de que hallar a una mujer sola, equivale a encontrarla disponible, después de todo, como he escuchado decir a muchos, “quién sabe, chicle y pega”.
El detalle en ese sentido, tiene que ver con el asunto de que detrás de tales expresiones subyace en todos los casos, un alto componente de agresión, cuyos efectos se dejan sentir para todos en las formas más insospechadas, dado que su aceptación supone instalarnos en un imaginario colectivo, donde los pormenores de dichas actitudes se asumen con naturalidad, bajo la impresión de que existieran causas de discriminación cuya condicionalidad se hallara definida per se, por razones de biología y selección natural.
Sin embargo, el problema institucional de fondo es mucho más grave que alegar la posibilidad de que existan diferencias orgánicas entre hombres y mujeres; el punto que me parece aún más grave, es que detrás del decir “los hombres como quiera”, se esconde un reconocimiento implícito de que la incapacidad del Estado para proveer condiciones de seguridad para todos sus ciudadanos, sin distinción alguna su condición o género, deja a un buen número de personas libradas a su propia suerte, lo que es tanto como suponer con algo de ingenuidad –y cierta dosis de cinismo–, que las condiciones de inseguridad son por su naturaleza, un tema exclusivo de sectores vulnerables.
El punto con lo que sostengo no implica –pese a lo que parece–, pasar por alto la necesidad de velar por la seguridad de cualquiera, sin embargo, es necesario reconocer que filtrar el tema de la seguridad bajo el miope enfoque que sugieren los defensores del discurso de género, supone desconocer que la gravedad de la cuestión, es un problema que por su profundidad nos toca a todos. Porque el axioma de “los hombres como quiera”, puede un día cualquiera, alcanzar a un hermano, primo, vecino, padre, colega de trabajo, anciano de la esquina o al joven que regresa de la escuela.
Del mismo modo que aseveraciones del estilo “vera... usted sabe” pueden ser con mezquino oportunismo, aplicadas a cualquier mujer que conozcamos, hecho que, lo mismo puede ocurrirle a una hermana, pareja, vecina, madre, hija, tía, prima, colega o compañera de trabajo. Así las cosas, no veo de qué modo habremos de conseguir que las cosas mejoren en el tema de la seguridad, –como en muchos otros–, sin hacer un esfuerzo serio por promover nuevos hábitos de pensamiento. Después de todo, es más fácil crear un buen hábito, que erradicar una mala idea.
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