Ágora: ¿Hacer el amor?
- Emanuel del Toro
- 7 dic 2018
- 3 Min. de lectura

¿Hacer el amor?
¿Hacer el amor? Un comentario personal sobre lo que tener intimidad significa, a propósito del día internacional del hombre. Unirse en comunión con la mujer que quieres, no es cualquier cosa, es algo tan sagrado, que literalmente significa hacerse uno solo. La cosa no es ir y acostarse con la primera que nos guste, (eso lo hace cualquiera con las hormonas alborotadas), tocar a quien amas en lo profundo, va por mucho, más allá de entrar en su cuerpo; la conexión que se establece entre quienes se aman hasta sus últimas consecuencias, es tan fuerte, que algo de la otra persona se queda para siempre en ti. Del mismo modo que tu esencia se queda indisolublemente unida a ella, y no se trata de cualquier tipo de conexión, es una extraordinariamente compleja, que es incluso capaz de trascender el actual plano de conciencia, y transmutar nuestra cuántica más elemental, así de fuerte es, te une absolutamente en todos los sentidos, físicos, emocionales y mentales, hasta espirituales. De ahí que en el momento de mayor goce, –cuando más íntima y profunda es la conexión entre los cuerpos–, sintamos como que morimos, como si el alma se escapara del cuerpo, y no fuéramos más que espíritu, y así con la misma celeridad que abandonamos el cuerpo en medio de una constante vibración, –porque sólo de ese modo es posible alterar toda materia–, una fuerte corriente nos sacude desde la base de la espina dorsal, sólo para recordarnos que todavía no es nuestro momento, y que si estamos en tan sagrado nivel de unidad, sólo puede ser porque estamos haciendo un llamado a las entrañas del universo para convocar entre sus pliegues el milagro de la vida. Hacer el amor, es literalmente hacer la vida, volvernos con la pareja uno solo. Después de semejante acto, es imposible volver a ser los mismos. Ese es el motivo por el que cuando todo termina, te sientes permanentemente como si algo le faltara. Hablamos de algo tan sagrado, que no siempre estamos preparados para afrontarlo en el más importante de nuestros estados de conciencia, y el motivo mismo por el que desde siempre se nos ha aconsejado ser cautelosos de con quién y en qué circunstancias nos entregamos. Porque para tener intimidad, hace falta hallarse en tal nivel de complementariedad, que lo de conocerse mutuamente en el lecho, no sea más que un paso apenas perceptible de la relación que se mantiene con el ser amado en lo cotidiano. Ese es el tipo de amor por el que todo el mundo se desvela, uno que nos cimbre hasta la más íntima fibra de todo nuestro ser, capaz de unirnos más allá de todo espacio, tiempo y razón; porque una vez que lo has vivido, no vuelves a ser el mismo. Entonces sí, te vuelves capaz de entender muchísimo más de lo que alguna vez creíste que era posible comprender. Así que estimados compañeros de género, si les gusta una chica, al menos tengan el valor de conocerla, y más, la paciencia para descubrirla; si conociéndola los cautiva, entonces construyan con ella un lazo indisoluble de complicidades, y mantengan su compromiso más allá de cualquier adversidad, al mismo nivel que el ímpetu de desearla al conocerla. Y si no, si no están ni remotamente dispuestos a desnudar su propio ser, para ser total y llanamente sinceros, entonces no están todavía listos para lo que hacer el amor significa. Pero si aún así van a persistir en la necedad de quererla llevar a la cama, también tengan el valor de decirle claramente sus intenciones –ya quedará entre los dos si se siguen–, ¡pero cuidado!, sea lo mismo por amor, que por mera calentura, prepárense también, para desatar en sus vidas, un caudal de consecuencias, que van por mucho, más allá de la posibilidad de engendrar o no vida, ya que la primera de las vidas que cambia cuando se tiene intimidad, es la de uno mismo.
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