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Ágora: Verdades que nadie reconoce públicamente. PARTE II

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 5 oct 2020
  • 5 Min. de lectura


Verdades que nadie reconoce públicamente. PARTE II.

La semana pasada hablé en esta misma columna de cómo es nuestra idiosincrasia nacional, del por qué nos va como nos va y del cómo nuestra manera de ser tiene efectos colectivos que a todos o casi todos nos tocan por igual. En el presente comentario redondeo la reflexión de los mismos, no sin antes advertir dos cosas; primero, que son vicios aprendidos deliberadamente para beneficio de las élites que dominan el sistema político; y segundo, que estoy personalmente lejos de pensar que todos y cada uno de los problemas que señalo con respecto a nuestra vida pública y su muy deficiente calidad, se vayan a resolver pronto, sin embargo asumo que sólo teniendo el valor de discutirlos con franqueza, es que seremos capaces de sortearlos y comenzar a escribir un nuevo modo de ser y vivir nuestra realidad. 

Tan eficiente fue el aprendizaje establecido por el viejo régimen, que con el correr de los años incluso sus cúpulas dirigentes originarias serían lenta pero paulatinamente desplazadas por una versión tecnocrática, más refinada y sofisticada de sí mismas, educada en su mayoría en el extranjero y con perspectivas en apariencia ajenas a las de sus predecesores. Pero en el fondo, con la misma vocación por torcer instituciones de estos, que más pronto de lo que creíamos, vimos cómo pese al cambio de dirigencias, la vieja lógica del beneficio personal prevalecía. Tal como solían decir los abuelos: Cría cuervos y te sacaran los ojos.

Lo que me recuerda una idea que le escuché a un maestro de Sistema Político Mexicano, allá por 2003, cuando era estudiante universitario: Cualquier cambio político, exige forzosamente un cambio de ideas; los cambios sociales de cualquier tipo, son necesariamente también mentales. Jamás será posible ir en pos de resultados diferentes, si seguimos creyendo lo mismo que toda la vida hemos creído, que las cosas son así y que no existe modo de cambiarlas o peor aún, cuando hay un atisbo de mínima voluntad, que se les puede llegar a cambiar con sólo declarar transformaciones. Sin duda que el caso de nuestro país, no hace otra cosa que confirmar lo que ya decían algunos ideólogos políticos a principios del siglo pasado, repetir muchas veces una mentira, termina convirtiéndola en verdad.

En todo caso, la cosa es resolver si realmente buscamos un cambio, estando dispuestos a asumir todas las consecuencias que esto conlleva, como por ejemplo, a deshacernos de lastres como el sindicalismo gansteril de personajes como Carlos Romero Deschamps, Napoleón Gómez Urrutia o Víctor Flores Morales; a fincar responsabilidades penales a quienes como Andrés Granier y Raúl Salinas de Gortari y muchos más, se enriquecen de forma inexplicable –aún si después se les exonera y hasta libera–; separar del cargo a todos aquellos funcionarios que como Manuel Bartlett presentan conflictos de interés que ponen en duda su desempeño en el cargo. O si por el contrario, como todo parece indicar, no estaremos jugándole al ensarapado con aquello de querer un modo más decente de vivir.

¿Qué por qué lo digo de este modo? No ponerle a la crítica ni nombre ni apellido, es caer en esa versión mágica y despreocupada de la realidad, en que la maldad del ser humano es en abstracto, responsable de todo lo malo que nos sucede. La idea detrás es muy simple como insostenible y perjudicial, pero se sostiene para beneficio de quienes están en la cúspide del poder, el mundo funciona mal, porque sí, porque hay circunstancias generalizadas que conducen a la perversidad, cosa que desde luego, no ayuda en lo absoluto a desenmarañar la madeja de nuestras miserias, ni mucho menos a solucionarlas, porque ni hay culpables, ni mucho menos propuestas para salir de los problemas que nos aquejan. Me pregunto: ¿Qué tanto será capaz de resistir nuestra complacencia e indiferencia, hasta el día que el hartazgo de los que ya no tienen nada que perder estalle?

No estamos ya para cambios que se queden en lo meramente discurso, o en el modo de las formas para comunicarnos, urgen soluciones de fondo, que difícilmente habrán de venir de un sistema político cuyos canales de acceso y representación se encuentran francamente agotados, porque no fueron concebidos para gobernar con verdadera vocación democrática y transparencia, sino sólo para contener lo mejor posible las diferencias entre grupos de poder antagónicos –lo mismo locales que nacionales–, que comúnmente resuelven sus rencillas con negocios para mutuo beneficio, o casando cual si de una monarquía hereditaria se tratara, a sus vástagos con los de sus “adversarios”; élites que han vivido siempre desconectadas de la realidad de aquellos a quienes dicen representar y/o gobernar, por mucho que sólo se acuerden de que existen por mera utilidad electoral cada que toca refrendar su posición en el aparato estatal para seguir conservando privilegios.

Para cómo funciona realmente el sistema político en México, "la lucha por el poder" que algunos perciben, es una mera ilusión. El poder pasa entre unos y otros, por negociaciones privadas entre élites familiares, cual si de clanes tribales se tratara. Lo de una ciudadanía eligiendo en las urnas, es sólo una formalidad para legitimarse y tratar de tapar el sol con un dedo. Nadie de los que gobiernan "llegan" realmente al poder, la mayoría está ahí desde mucho antes de que siquiera nos demos cuenta que "llega", todo se cocina siempre de espaldas a la mayoría, en lo oscurito, con negociaciones donde todo ideal o principio es una mera mercancía.

Lo peor: Han secuestrado los recursos de todos, porque existe el modo y pueden, y no hay quién los vaya detener jamás, no al menos mientras la sociedad y sus potenciales ciudadanos se sigan conformando –según el dinero que se tiene–, con ser sus animales, trabajadores o consumidores. Pero qué nos va importar esto y más, si a nadie le importa un carajo lo que pasa más allá de sus propias narices. Realmente conmovedor lo de declarar sorpresa o desilusión una vez que los de turno han cometido ya sus fechorías, cuando desde su propia designación como candidatos se sabe quiénes son, pero claro, en ese momento de jolgorio y “campaña”, pocos dicen nada, Unos –los que menos tienen–, por la ilusión de que colaborando y en silencio, a lo mejor les toca algo; otros –los que medio tienen–, porque en la amenaza de llegar a perder lo poco que ya tienen, son capaces de hacerse de la vista gorda; y otros –los menos, que lo tienen todo y les sobra–, porque pongan al que pongan, los problemas públicos no los alcanzarán jamás.

Vaya modo de vivir en este país del que todos dicen que les importa, por mucho que no hagan lo más mínimo, con razón la vida es tan corta como miserable, que si no, quién sabe qué tipo de nuevos vicios cultivaríamos. Y no, tristemente este comentario se ha escrito solo, sin apenas esfuerzo por analizar nuestra doliente realidad, porque lo que aquí describo lo sabemos todos y lo padecemos más hondamente quienes menos oportunidades o recursos tenemos, sin embargo es altamente probable que habrá de continuar siendo como hasta ahora, mientras sigamos pensando que, o no se puede hacer nada, o basta con cambiar de actitud personal para ver las cosas distinto, concentrándonos en lo poco que muy a pesar de nuestros vicios colectivos e institucionales, sale bien y se vuelve la excepción a la regla, como es que ocurre con un puñado de genios intelectuales, artísticos o deportivos, que cada y tanto salen en el país, sólo para terminar triunfando afuera del mismo, y al que rara vez vuelven convertidos en figuras de culto, que sirven para mantener la esperanza de las mayorías de que aún con todo lo que se mal hace y toleramos, es posible salir adelante.

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