Ágora: Verdades que nadie reconoce públicamente PARTE I
- Emanuel del Toro

- 27 sept 2020
- 5 Min. de lectura
Verdades que nadie reconoce públicamente. PARTE I
Caray si seremos pendejos los mexicanos, tanta importancia le tomamos a la opinión de terceros, que basta con que una revista publique lo que le dé la gana, para por ello, poner más atención a lo que se dice, que a lo que somos capaces de percibir. Confiamos tan poco en nuestro juicio, que buscamos la opinión de otros, sólo para confirmar lo que sospechamos: Al país se lo está llevando la chingada y –lo que es todavía peor–, la culpa es de todos. Siempre es lo mismo, lo sabe medio mundo, y sin embargo, al momento de levantar la mano y decir yo, todos hacemos como que la Virgen nos habla y callamos o cambiamos de tema, por aquello de que hacer corajes produce indigestión, al final, somos perfectamente capaces de tolerar cualquier cosa aunque no estemos ni remotamente de acuerdo, disque por llevar la fiesta en paz. Pero hoy ya ni a eso llegamos. La realidad de negarlo todo, sin atender absolutamente nada, nos está pasando factura.
El saldo no podría ser más crudo, creciente agitación social, un aparato económico desarticulado, violencia generalizada, hartazgo, disgusto con las instituciones, pobreza y exclusión, todo al ritmo trepidante de una elite encerrada en sí misma y cuyos canales de representación se encuentran agotados. México es hoy, el país de nadie. Porque literalmente, cada quien tiene el país que se puede pagar. El Estado no funciona de forma regular, e incluso en donde lo hace, su alcance es pobre y muy poco productivo, continuamente secuestrado por intereses privados que se venden al servicio del mejor postor.
Cuando lo pienso, viene a mí una pregunta difícil de ignorar: ¿En qué momento pasamos de ser una potencia emergente con fuerte presencia regional, a ser un país cuya estabilidad estructural se encuentra por demás comprometida, ante los efectos de un clima nacional, que lo mismo pierde piso frente al problema del narcotráfico, que ante la fragilidad de su economía, o la ausencia de opciones claras para la implementación de políticas que corrijan los escollos de un andamiaje institucional obsoleto, del que si no fuera suficiente, siempre se culpa al gobierno de turno, cual si antes hubiera estado todo a pedir de boca?
Siempre he escuchado aquello de que la cosa, es resultado de ser un pueblo sin memoria, que olvida pronto, pero estoy convencido que nuestro problema, no está en lo mal que recordamos, sino en la falta de voluntad y compromiso para aprender a mirar más allá del beneficio personal. Nunca hemos sabido hacer equipo, porque no nos sentimos parte de un referente común, como no sea ese amasijo comercial llamado “selección nacional”, hecho al gusto e interés de las televisoras para lucrar con una liga de fútbol mediocre y sobrevalorada; tampoco entendemos lo que significa cumplir nuestra palabra. Hace tiempo olvidamos, que la solución de todos nuestros males, exige escuchar todas las voces por igual.
Cosa que hace mucho no hacemos, antes bien, seguimos cómodamente instalados en el pasado, creyendo que se puede gobernar sin vocación democrática, ignorando sus consecuencias. Agazapados para conservar lo que queda de ese viejo sistema político autoritario y paternalista, del que siempre nos quejamos y poco hacemos por erradicar completamente. Apenas damos un paso adelante, cuando más pronto de lo que imaginamos, buscamos el modo de volver a los entrampamientos que durante mucho tiempo han hecho imposible la construcción de una sociedad más equilibrada. Siempre quesque en el nombre de la gobernabilidad, privilegiando la concentración de poder y privilegios en manos de los de turno, como si gobernar con eficiencia fuera tema de cambiar referentes discursivos y mantener las mismas prácticas de las que toda la vida se quejan los de a pie. Aquellos en cuyo nombre dicen llegar todos, por mucho que nunca cambie su suerte.
Nos parecemos tanto a las víctimas de maltrato, que ante la perspectiva del cambio, son capaces de auto convencerse para eludir la responsabilidad de confrontar lo que les duele, que no todo ha sido tan malo después de todo, y que vale la pena seguir anclado a lo ya conocido, por mucho que la situación los degrade, insistiendo en las mismas estrategias de toda la vida, como si por hacerlo fuésemos a obtener resultados diferentes. Cuando lo cierto es que nuestra falta de palabra, tiene efectos sobre el compromiso que se muestra para hacer lo que a cada quien le toca, por mucho más allá de las obligaciones propias, en el cumplir con todo aquello en lo que decimos creer. Lo que afecta la confianza que tenemos sobre nuestras instituciones y todo lo que tiene que ver con la calidad de nuestra vida pública.
Si bien nos decimos democráticos, –lo mismo da si es de izquierda, derecha o centro, lo que sea que todo eso signifique, porque la verdad es que en todos lados nadie conoce más que su propio beneficio–. La realidad es que nos importa un pepino quién llegue a gobernar, seguimos creyendo que quien lo haga debe y de hecho habrá de tener todo el poder, olvidando que quien lo consigue, difícilmente hallará motivos para actuar a través de las instituciones y mucho menos a favor de todos. Al tiempo que somos perfectamente tolerantes con los que en la búsqueda de su propio provecho, prometen lo que sea por gobernar, aún si lo que ofrecen es un total disparate, porque en lo secreto, están convencidos que un día les tocará gozar los beneficios de abusar del patrimonio público. Lo que hace de tolerar el abuso de autoridad, una estrategia perfectamente lógica y plausible.
Así somos, qué se le va hacer –dicen los más cínicos; bendito excepcionalismo a la mexicana. Y no les falta razón, así nos educó el sistema revolucionario, así le convenía que pensáramos a la elite que por décadas nos gobernó y nos sigue hoy gobernando, por mucho que lo haga teniendo que ceder para preservar su existencia al costo que sea, espacios a nuevos actores. El problema es que no hemos entendido lo mucho que las cosas cambian. Somos sin darnos cuenta, una sociedad muy conservadora, dentro de la cual lo de menos es buscar o generar soluciones, vivimos continuamente resistiéndonos a los cambios. Dejando nuestro porvenir a la suerte de cualquiera con la ambición de hacer lo que le dé la gana.
Por eso y no otra razón es que tenemos tantos problemas de los que rara vez salimos adelante, porque permanecemos siempre repitiendo caminos, creyendo que se puede obtener resultados diferentes, aún si se insiste una y otra vez en lo que jamás ha funcionado. Así no hay ni presente ni futuro posible; pero aquí lo de menos es salir de problemas, aquí nos basta con ignorarlos o celebrar permanentemente, por aquí se festeja por cualquier motivo. Lo mismo da si se gana o se pierde, cualquier motivo es razón para tomar y celebrar, así sea que se tenga que echar la casa por la ventana, todo sea para persistir viviendo por debajo de nuestras posibilidades, para eso sí que somos buenos.



















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