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Ágora: ¿Tener expectativas es indispensable para una buena relación de pareja?

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    Redacción
  • hace 23 horas
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¿Tener expectativas es indispensable para una buena relación de pareja?

 

Por: Emanuel del Toro.

 

No es malo tener expectativas respecto a lo que se quiere y/o se busca en una pareja. De hecho, es todo lo contrario, no tener una idea clara de lo que se espera, –no sólo en el terreno de lo afectivo, sino en absolutamente todos los planos de la vida–, es la fórmula perfecta para terminar extraviados y/o en una vida mediocre o carente de propósito. Una vida sin propósito, es en esencia una vida carente de significado, sin metas o realizaciones por las que luchar o soñar. En la que todo ocurre a la deriva, por mera inercia, como si diera igual estar o no.

 

Ese no puede ser un buen modo de vivir, –ni que decir de estar en compañía–, por la sencilla razón de que da más sinsabores que beneficios, al tiempo que socaba nuestro sentido de utilidad y hasta nuestro sentido de existencia. Ir por la vida como una veleta, dejando que sea el azar y/o el impulso lo que decida qué ocurre, más allá de vivir con libertad, es literalmente quedar a merced de cualquier circunstancia. Algo que una amplia mayoría termina haciendo mucho más de lo deseable, porque viven de continuo inmersos en la rutina, incapaces de cuestionarse quiénes son, o qué es lo que esperan de su propia vida.   

 

Sin embargo, tan malo es una cosa como la otra. Me  refiero a que tan desaconsejable resulta no tener en claro lo que queremos, como tener tan claro lo que esperamos, al punto de terminar malogrando, –lo mismo por obstinación, que por capricho o necedad–, cualquier posibilidad de establecer un vínculo afectivo y/o de construir una relación, sólo porque la persona con la que potencialmente podríamos involucrarnos no cumple determinadas expectativas.

 

Y ojo con la cuestión, porque hay de expectativas a expectativas. Que vamos, tener expectativas de lo que esperamos que alguien que potencialmente sea nuestra pareja cumpla, y/o de la relación a la que aspiramos a construir, no tiene porque ser necesariamente malo, siempre y cuando tales expectativas sean realistas y/o flexibles, es decir que estén en los límites de lo razonable. Porque exigirle a otro por encima de lo que uno mismo se otorga, o es capaz de darse o ser por sí mismo, además de estar fuera de la realidad, resulta terriblemente egoísta y caprichoso, por no decir que inmaduro.    

 

Lo malo no es tener expectativas, es querer congeniar y/o emparejarse con personas cuyas expectativas no son ni remotamente parecidas a las nuestras, sólo porque la persona nos atrae físicamente, o peor aún, porque pensamos que nos resulta útil o conveniente relacionarnos con dicha persona, como es que ocurre con quienes se emparejan por razones de utilidad monetaria y/o de estatus social.

 

Estar en pareja implica trabajar con igual ahínco, por conciliar propósitos, ideas y/o expectativas en cuando menos tres terrenos; primero, el terreno de lo personal, es decir lo que atañe a nuestro propio crecimiento individual; segundo, la visión y/o el proyecto de vida, es decir lo que esperamos que nuestra vida en común termine siendo; pero también implica necesariamente, conciliar intereses o visiones en el terreno de los valores culturales y sociales, piénsese por ejemplo en temas tales como la religión o el entorno de vida. La cuestión en sí, se relaciona con que es imposible pensar que una relación vaya funcionar por más química y/o compatibilidad social o afinidad de intereses que exista, ahí donde se busca empatar con una persona diametralmente distinta en valores o experiencias de vida.  

 

Para decirlo de otro modo, tener o no expectativas para emparejarse, se relaciona en buena medida con nuestros límites no negociables, más que con exigencias materiales y/o condiciones personales concretas, sean estas de economía, aptitud física o realizaciones potenciales. En ese sentido, entiendo por límites no negociables, a cada una de las particularidades que nos constituyen; hablo de cosas tan fundamentales como nuestro sentido de importancia y/o pertenencia, nuestra visión o proyecto de vida, los valores que profesamos en el más amplio espectro de la vida, desde lo social, hasta lo personal, pasando por lo familiar, lo comunitario, lo público, ni que decir de lo íntimo o privado.

 

Si cada una de estas aristas constituye un motivo de confrontación y/o desazón, que termina volviendo motivo de discusión cualquier razón de vida, al punto de que defender nuestro más elemental derecho a ser nosotros mismos, se vuelve un auténtico calvario, en el que invariablemente cualquiera de los dos se ve renunciando a aspectos muy vitales de su propia integridad personal. Puede llegar a darse la ocasión de amanecer un día sin reconocernos al espejo; ese no puede ser un buen modo de vivir ni para los integrantes de la propia pareja, ni para quienes les tienen a su alrededor, llámese hijos, familia o amigos.

 

¿En qué tendríamos que poner atención entonces? Lo menos a considerar tendría que incluir cuando menos tres condiciones; primero, que no exista violencia, sea esta física o emocional, –piénsese por ejemplo en la anulación o el chantaje emocional–, infundir miedo y/o controlar con culpa o vergüenza, podrá resultar muy efectivo para conseguir que otro haga lo que uno quiere, pero definitivamente no es amor; segundo, infidelidad reiterada, no existe pareja posible, ahí donde no hay mutua confianza y respeto; y tercero, no idealizar excesivamente a la pareja, ya que ello impide reconocer mutuos errores. En resumidas cuentas, para que una relación de pareja genuinamente funcione, nuestras expectativas no deben nunca interferir, condicionar o cuestionar la mutua autonomía decisional. Si para estar en pareja es preciso que dejemos de ser nosotros mismos, o renunciemos a partes vitales de nuestra propia persona, para ser o volvernos al modo de otro, ahí no hay una relación de pareja, sino un equilibrio de poder, control y subordinación.  

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