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Ágora: ¿Sobrevivirá la izquierda mexicana a la ausencia de López Obrador?


¿Sobrevivirá la izquierda mexicana a la ausencia de López Obrador?

 

Por Emanuel del Toro.

 

Dadas las condiciones de control gubernamental que prevalecen, –a merced de una concentración de poder cada vez más fuerte, y estrechamente relacionada con la preponderancia de las Fuerzas Armadas, así como con el uso indiscriminado de recursos públicos con fines de clientelismo electoral–, además de la escasa competitividad que hasta ahora ha mostrado la candidata de oposición, todo hace suponer que el país terminará siendo gobernado de nueva cuenta en lo federal, por un gobierno afín a la llamada 4T.

 

Dada la distancia que media entre las preferencias del electorado, que en su mayoría se inclina por la candidata oficialista, se antoja harto difícil que la oposición consiga recomponerse como una opción electoralmente competitiva: El punto está en que la oposición sigue sin poder conectar de forma efectiva con la ciudadanía a la que potencialmente aspira a gobernar, y lo que es peor para sus propios intereses, el tiempo se le termina cuanto más se acercan las elecciones.   

 

          En tales condiciones, todo hace presagiar que Claudia Sheinbaum terminará llevándose sí o sí, a partir de octubre del presente año, la presidencia de México. Pero si el triunfo de Morena y con ello la continuidad de sus políticas de gobierno se encuentra aseguradas por un sexenio más, cabe decir que justo ahí se detienen las certezas y comienza la incertidumbre. Porque una cosa es asegurar el triunfo electoral del candidato oficialista, y otra muy distinta garantizar que su gestión estará libre de sobresaltos una vez que su liderazgo original termine dejando la presidencia; para decirlo con total franqueza: No queda claro si la propia izquierda y/o el progresismo mexicano que desde hace veinte años se ha agrupado en torno a la figura de López Obrador, será capaz de sobrevivir a la ausencia de su liderazgo una vez que este termine su periodo presidencial.  

 

La pregunta obligada al respecto, se relaciona con despejar y/o resolver en qué medida será o no capaz la candidata oficialista de mantener y/o profundizar, e incluso –si las condiciones se lo exigieran–, modificar la propuesta originalmente planteada por López Obrador; semejante cuestionamiento resulta crucial cuando se cae en la cuenta de que hasta la propia irrupción de López Obrador en la presidencia de México, su arribo y posterior ejercicio del poder estuvieron siempre signados por la fuerza de un liderazgo altamente carismático, en torno a cuya voluntad se determinó la absoluta totalidad de los contenidos públicos.

 

Lo cual es de sumo complejo, por la fuerza con la que su liderazgo terminó subsumiendo un heterogéneo conjunto de intereses, cuyo denominador común, fue en el mejor de los casos, la animadversión por los efectos sociales generados con integración económica de México al libre mercado y el regreso de la democracia al país, así como la resistencia al cambio de orientación ideológica que tales cambios supusieron para el Estado mexicano, que pasó de tener un régimen autoritario, nacionalista y altamente proteccionista, a uno políticamente democrático y además orientado a la inserción del país en el llamado proceso de globalización.

 

La cuestión está, en que a medida que el país se fue transformando durante el correr de la década de los ochenta; primero privatizando amplios sectores del Estado; y luego, liberalizando el juego político electoral, al punto de terminar celebrando hacia 1991 por primera vez en ochenta años, elecciones libres, justas y competitivas, que le fueron arrebatando a partir de entonces, el poder al PRI; primero, con las primeras alcaldías y gubernaturas de oposición; y luego con la propia presidencia, que terminaría perdiendo frente al PAN en el 2000, con la llegada al poder del primer gobierno de oposición en noventa años, tales cambios trajeron aparejados severos efectos sobre la calidad de vida de amplios sectores de la población, que vieron como el desmantelamiento del Estado autoritario, corporativo y paternalista del PRI, terminó significando una severa reducción de sus perspectivas de vida, y un aumento generalizado de la pobreza.        

 

De ahí que no fuera nada extraño que, contra todo pronóstico, desde la elección presidencial de 1988, tanto la disidencia priista –en franca oposición contra la élite tecnocrática que desde los 80’s le fue sustituyendo–, como la izquierda tradicional –sindicalista y/o guerrillera–, terminaran yendo de la mano, hasta el punto de conformar, por instancia de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo,  un nuevo partido político, a saber, el Partido de la Revolución Democrática o PRD; partido que lo dijeran como lo dijeran, no era más que el ala más vieja y/o conservadora o estatista del propio PRI, que desde inicio de los años 80’s, fue renovando a su vieja élite nacionalista, por una nueva élite tecnocrática, en su mayoría educada en universidades y/o centros de investigación del extranjero.

 

Tal heterogeneidad de intereses, terminarían aglutinándose hacia inicios del año 2000, en torno a la figura de López Obrador, que desde entonces se convirtió en la voz más reconocible de la oposición. Sin embargo, por la progresión y/o el modo en el que su liderazgo se fue construyendo y/o consolidando, la alta diferenciación de intereses que convergió en torno a su figura, terminó derivando hacia octubre de 2011, en una severa crisis del PRD, –crisis de la que hasta ahora no ha conseguido recomponerse–, y misma que daría pie al nacimiento de un nuevo partido político, el llamado Movimiento de Regeneración Nacional o Morena.

 

Empero, lejos de lo que el propio López Obrador o sus correligionarios quisiera, con todo y que Morena se ha vuelto a merced de los recursos públicos de los que dispone a manos llenas, en una auténtica maquina electoral que rara vez pierde. Su preminencia como instituto político, contrasta con una vida interior sumamente convulsa y/o llena de corrientes en choque constante; corrientes que aunque no son oficialmente reconocidas, terminan igual que hicieran en el PRD, confrontándose de continuo.

 

De ahí que no sea nada extraño preguntarnos: ¿Será la izquierda mexicana capaz de sobrevivir a la ausencia de López Obrador? La gran realidad es que no parece del todo claro, porque insisto, una cosa es ganar elecciones, y otra muy distinta, establecer si el ejercicio del poder de los gobiernos emanados de tales elecciones, será o no consistente con lo que hasta este punto se ha visto. 

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