Ágora: ¿Se puede y/o es recomendable ser amigo de una ex?
- Emanuel del Toro

- 31 jul 2023
- 5 Min. de lectura

¿Se puede y/o es recomendable ser amigo de una ex?
Por: Emanuel del Toro.
Las relaciones que terminan no tienen porque prevalecer en amistades que se fundamenten en nostalgias mal disimuladas, quesque por el cariño y/o el recuerdo. Por mucho más si cualquiera de los dos tiene ya pareja. Aprendan a cerrar sus ciclos afectivos con madurez y responsabilidad. Ahora que bien, cuando lo que hay entre ambos integrantes de una relación que se ha extinguido, son hijos, no hay porque confundir una relación de paternidad responsable, con amistad. Otro tanto ocurre cuando a la relación le sobrevive una vinculación comercial y/o laboral, pero aun en tales escenarios, no hay porque confundir practicidad personal y/o responsabilidad profesional con amistad.
Amistad, lo que se dice amistad, no con cualquiera es posible; cuates y/o conocidos con los que congeniamos en intereses y afinidades, podremos tener por montones, –ni que decir con las posibilidades de socialización que las nuevas tecnologías ofrecen en términos de alcance personal; o cuando se trata de pasarlo bien, porque para celebrar o pasarlo bien, nunca han de faltar quienes se quieran sumarse–, pero una amistad a prueba de nuestras propias vulnerabilidades e insuficiencias, y que pueda por ello mismo terminar trascendiendo el tiempo o el contacto cercano, no con cualquiera es posible.
Porque una genuina amistad se hace de solidaridad, confianza y reciprocidad, de genuina disposición para estar, aún si por ahí no se puede estar con la regularidad que se quisiera; y cuando la ausencia de cualquiera de esos componentes es precisamente lo que ha llevado al fin de una relación, es un auténtico contrasentido pretender obtener una sana convivencia posterior a la relación. Que si, que no todas las relaciones se terminan por razones de deslealtad y/o por desavenencias irreconciliables que nos pongan al límite, de acuerdo.
Pero no es ni sano, ni aconsejable mantener en estado latente, bajo la modalidad que se quiera, vínculos de nuestro pasado afectivo. No lo es, ni por el autorrespeto que nos debemos a nosotros mismos, ni por el respeto propio que se le debe a una nueva pareja, y ni que decir cuando ya hay hijos de por medio. Dejar cabos emocionales sueltos, sólo propicia estancamiento, y en no pocos casos confusión o expectativas poco realistas de las posibilidades presentes y futuras, ni que decir del potencial para realimentar el daño psicológico, cuando los motivos de la ruptura se deben a razones de maltrato o vulneración de nuestros referentes. La lección es clara: en lo afectivo como en la vida, lo que se estanca se pudre.
Y ojo, porque el tema resulta preponderante en términos de conflictos innecesarios desde la óptica de lo estrictamente personal, toma una nueva dimensión cuando se lo contextualiza en lo referente a los vínculos extensivos, sean estos de amigos en común con nuestras relaciones afectivas pasadas, lo mismo que con familiares de las personas con las que alguna vez se tuvo algo ver. La cuestión es que por los más diversos motivos, es práctica común que en América Latina se encuentra muy extendida la malsana costumbre de mantener vínculos de amistad o cercanía extremadamente estrechos con las familiares, incluso con familias enteras de parejas del pasado. Vínculos que la más de las veces llega a ser incluso más significativos que los existentes con las familias de las actuales parejas, sin que existe una razón real para mantener semejante cercanía.
Lo que sin duda constituye, una afrenta psicoafectiva, cuya incidencia puede llegar a comprometer –aunque no se quiera– las potenciales relaciones presentes. Porque pesa no sólo sobre nuestras propias vidas, sino también la vida de aquellas personas que forman parte de nuestro presente. No creo que merezcamos tan poco, como para conformarnos con remedos que entrecrucen innecesariamente nuestro presente con nuestro pasado. Lo que no significa que se tenga porque terminar cercenando media vida o entorno social, con severidad o al punto de la hosquedad o el aislamiento más radical, sino sencillamente darle a nuestro presente su justa medida o lugar; se lo debemos a nuestras parejas actuales, como a nuestras propias familias, pero por sobre todo a nosotros mismos.
Hay que decir las cosas como en realidad son. Tener en claro lo poco conveniente o productivo que es pretender mantener una relación terminada, bajo la modalidad que se quiera, como si de una amistad se tratara, nada tiene que ver con que seamos o no muy buena onda y civilizados, o de mente muy abierta. Mantener latentes ciclos emocionales del pasado, sólo contribuye a vulnerar nuestras posibilidades presentes, no sólo de establecer nuevos referentes afectivos, sino también de crecer en términos de lo estrictamente personal, porque revela la dependencia que sobre el presente ejerce nuestro propio pasado.
Cuando una relación termina, y más si se la termina sin grandes conflictos de por medio, podrá haber gratitud por lo aprendido, nostalgia por lo vivido o añoranza respecto a lo que alguna vez pudo ser y no fue, y tanto más, de acuerdo. Pero intentar prevalecer o hacer prevalecer en nuestras vidas a una persona con la que alguna vez estuvimos emocionalmente involucrados, dice más de nuestros problemas para superar los apegos o dependencias afectivas, que de nuestra voluntad por mantener relaciones cordiales, ya por motivos de conveniencia o practicidad. Y perdonen que lo diga de este modo, pero se lo reconozca o no, el apego emocional conlleva estancamiento, no sólo de nuestros afectos, sino también de los propios referentes conductuales; no cerrar con madurez nuestras relaciones, termina comprometiendo la necesaria autonomía decisional para desarrollarnos con genuina responsabilidad y/o justicia amorosa.
Ir por la vida sin resolver nuestro pasado, difícilmente traerá sanos resultados en el presente, ni que decir del futuro. Desde luego, puede que existan todo tipo de condicionalidades para resolver la cuestión de un modo u otro, con miras para optar por una cordial convivencia, según los motivos de la ruptura; en la vida hay de todo tipo de equilibrios y/o posibilidades y cada cual sabrá sus porqués. No por nada, con frecuencia se dice que la vida es un permanente adecuarnos a las circunstancia. Para que la vida se vuelva verdaderamente algo de lo que acordarnos con entera gratitud, es fundamental ir ligeros de equipaje, con el ánimo de mantener una óptima flexibilidad que nos otorgue los recursos para resolver cada etapa Pero cuando los inconvenientes superan con creces los posibles beneficios potenciales de mantenerse relacionado afectivamente a una ex pareja, no tiene ningún sentido intentar mantener una amistad, sea esta ilusoria o condicionada.
¿Se puede y/o es recomendable ser amigo de una ex? En la vida se puede de todo, cada cual lo habrá resolverá siempre según sus propios referentes, y que bueno que así sea. Pero en lo que toca a mi propia opinión, confieso que desde que me di a la tarea de escribir la presente reflexión, resuenan en mi cabeza tantas consideraciones sobre las que quisiera pronunciarme, sin embargo, no es menos cierto que me resulta extremadamente complicado agotarlas todas de forma satisfactoria para un comentario de opinión tan corto como el que aquí persigo. No hagas cosas buenas que parezcan malas, ni malas que parezcan buenas –decían las abuelitas–, así cuidas nombre, reputación y honor. Agregaría que sólo así se consigue y mantiene la necesaria paz mental para encarar un presente cuya satisfacción superará con creces cualquier añoranza por el pasado. Desde luego, como siempre digo: cada cual que saque sus propias conclusiones.

















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