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Ágora: Representación partidista. Un problema pendiente del que pocos hablan

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 14 sept
  • 4 Min. de lectura
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Representación partidista. Un problema pendiente del que pocos hablan.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

Dicen que si votas por un político y te roba, te ha engañado; que si votas otra vez por un político que ya te robó antes, eres un idiota. Que no se vote entonces por partidos que ya estuvieron en el poder y no hicieron lo prometido. Y me pregunto: ¿Qué se hace entonces cuando un partido nuevo recicla políticos viejos que toda su vida hicieron lo que hoy señalan como inaceptable?

 

Para efectos prácticos, me parece perfecto lo de no votar a los que ya estafaron, incluso por ahí desconfiar de los partidos que les postularon, pero vamos siendo sinceros. ¿Qué garantías ofrece un partido nuevo que nos dice lo que nadie tuvo antes el valor de reconocer públicamente si más pronto que tarde lo terminan infiltrando políticos viejos; y si los nuevos políticos nuevos o sus militancias callan u obedecen dirigencias incongruentes, que porque para poner en práctica lo que predican es necesario primero hacerse con todo el poder al costo que sea?

 

Si me dicen que se hace de ese modo, porque en todos lados siempre habrá gente mezquina que resista los cambios, o que porque las cosas se hacen con el tiempo y/o de manera gradual y que no hay que fijarnos de si unos cuantos siguen haciendo tranzas, no veo entonces ninguna diferencia con que los de antes me digan exactamente lo mismo, que con el tiempo suficiente podrían llegar a mejorar. Lo que es más, me parece todavía más fuerte y/o desagradable la cuestión, porque se lo diga como se lo diga, significa que no hay en realidad respuestas dentro del sistema de partidos que sostiene a ninguna de las opciones.

 

Para decirlo en corto, el país vive desde hace una década, una crisis en su sistema de partidos, crisis que ha ido obligando a la totalidad de los partidos tradicionales, a redefinir sus referentes. De ahí la fuerza con la que el fenómeno de Morena –y sus partidos aliados–, como nuevo partido hegemónico ha irrumpido en la arena política nacional, así como el creciente descredito en el que se encuentran sumidos los partidos tradicionales, –hoy de oposición–, los cuales no han sido hasta el momento capaces de capitalizar la creciente crispación y/o decepción social que ha ido incubando a raíz de numerosos excesos del gobierno en turno.

 

Ahora que bien, si no hay respuestas en los viejos canales de representación partidista del país, no es por falta de intentos, o por falta de voluntad política, sino porque la cultura política de absolutamente todos está trazada con exactamente las mismas prácticas que se justifican en el nombre de la real politik, cual si no hubiera ni una sola posibilidad de todas las imaginables, donde fuésemos un poco menos contradictorios entre lo que decimos que nos importa y lo que realmente hacemos.

 

El día que la incongruencia entre lo que decimos y hacemos sea tenida por razón de vergüenza personal y hasta de problemas con la ley, y no de ventaja, táctica o estrategia, ese día tal vez nos demos a la tarea de ir exigiendo poner fin a tanta rapacidad y oportunismo entre los que dicen gobernarnos en el nombre de todos, cuando lo único que realmente miran es por su propio interés y/o comodidad.

 

Y me dicen muchas veces que qué propongo o que si sólo voy a decir lo que ocurre sin dar posibles vías para superarlo, mejor me calle porque seguro también soy parte de problema, pero acá el punto al que quiero llegar, es que una nueva cultura política sólo se habrá de formar hasta que tengamos la congruencia y/o el valor de no dejar pasar lo más mínimo cualquier anomalía personal e institucional por más insignificante que nos parezca.  Algo que difícilmente ocurrirá si no vamos desde ya, sacándonos de encima a los incongruentes y vividores.

 

Tampoco veo ningún provecho o beneficio y/o congruencia en decirse por ejemplo, es que yo no soy morenista, –para quienes en el espectro político se identifican con la llamada 4T–, o es que yo soy de tal o cual corriente, aun si al final la totalidad de las corrientes que subsisten en dicho partido, están en mayor o menor medida obligadas a identificarse con su fundador o líder moral. Y digo, perfecto, se pudo haber votado por tal o cual candidato, sin estar necesariamente afiliado al partido que lo puso en la boleta, como ha ocurrido siempre, pero como dijera alguna vez un amigo, ¿somos o no somos? Hay bastante más que perder para absolutamente todos como continuamos por donde vamos hasta ahora, alimentando el encono y/o el divisionismo polarizante. 

 

Y no, no afirmo todo esto como quien se llama al desencanto, o se dice decepcionado y hasta reniega de haber votado una cosa o la otra. Pero es difícil ignorar lo más que evidente: la práctica totalidad de los partidos políticos que hoy subsisten en nuestro sistema de partidos  están pasando por una reconfiguración que los está obligando a redefinir sus márgenes tradicionales, ni que decir la totalidad de sus referentes discursivos. Lo cual obedece en buena medida a que hasta la propia irrupción de Morena en el escenario político nacional, la totalidad de los partidos existentes obedecían a un evento fundacional tan lejano como aquel de la revolución mexicana. Un referente que por importante que fuera en su momento, hoy luce totalmente ajeno al común del electorado.

 

Lo expongo así, porque lo de menos es conformarse con decir que el advenimiento y consolidación de Morena como principal fuerza política del país, ha obligado a ampliar los márgenes de la discusión de lo público, poniendo en la mesa de la discusión la opinión de quienes menos tienen. De ahí el valor que en los gobiernos de la llamada 4T, ha tenido la idea de que, “por el bien de todos, primero los pobres”. Una idea que ha terminado recalando no sólo en el propio Morena, sino que ha terminado arrastrando al resto de los partidos, los cuales se han visto forzados a redefinir sus referentes discursivos, para darle textura a una realidad material y social, que de otro modo habrían pasado por alto.

 

Queda por resolver cuál habrá de ser el derrotero que esta tendencia de reconfiguración termine teniendo. Pero es innegable que en la próxima década la absoluta totalidad de los partidos prometen reestructurarse y/o reconfigurar sus referentes discursivos, so pena que de no hacerlo, terminen desapareciendo por su incapacidad para convocar al electorado.  

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