Ágora: ¡Qué poco autorrespeto nos tenemos!
- Emanuel del Toro

- 21 ago 2022
- 5 Min. de lectura
Por Emanuel del Toro.

¡Qué poco autorrespeto nos tenemos!
Regalar comida y/o promover –por parte del Estado–, conciertos, ferias y/o espectáculos musicales gratuitos, que en realidad se pagan con recursos públicos de una sociedad con la amplitud de problemas que en San Luis Potosí vivimos, cual si todo estuviera pedir de boca, además de ser una burla a quienes peor viven, habla de la severa ausencia de gobierno que padecemos. Comida y música por un rato no resuelven en lo absoluto la rutinaria ausencia de agua, seguridad o vialidades en razonables condiciones de circulación vial que padecemos en la localidad.
No es posible que nos conformemos con tan poco, mucho menos con lo costoso que la desatención gubernamental de estos y otros temas parecidos nos resultan a todos. ¿Qué caso tiene ir a formarse por horas para que se nos regale cualquier cosa, si es un hecho que terminaremos pagándolo todo el año con la ineficiencia de servicios públicos que nunca funcionan como debieran hacerlo?
Bueno, pero al menos dan algo, no que los anteriores… –dicen muchos; y pienso: ¡Pero qué mierdas dan, si todo lo que un gobierno da se compra en realidad con los impuestos que te quitan diario! Palabra que no lo entiendo. Me sigue pareciendo cosa de locos que con los efectos que los problemas públicos más recurrentes tienen sobre las vidas de todos, tengamos tan poco autorrespeto, y seamos en cambio capaces de aceptar cualquier cosa, sólo porque recibirlo nos da la ilusión momentánea de ahorrarnos unos cuantos pesos.
Y que lo hagamos cuando nos urgen cuestiones tan vitales, como transportes públicos que pasen a la hora que les toca, para no tener luego que hacer malabares para llegar a tiempo al trabajo, o malgastar en taxis o UBER, porque con la miseria que la mayoría del país gana, otras modalidades de transporte resultan un auténtico sacrificio. Por no hablar ya de calles que verdaderamente se puedan transitar, para no ir luego maldiciendo la suerte de caer en un hoyo o topar con un bache que genere fatales consecuencias para nuestros vehículos, ni que decir de la pérdida de tiempo al ir lo que se dice, “a vuelta de rueda”, porque quien va más adelante, va también cuidándose de poder circular sin estropear su patrimonio.
O qué decir de calles y/o espacios públicos bien iluminados, para no ir por las noches a tientas o con el temor de no saber quién irá a salirnos al paso; por no hablar de patrullaje policiaco constante, que no haga de salir a la calle a cualquier hora, toda una odisea psicológica, ante la incertidumbre de no saber si habrás o no de volver con bien a casa, o si en cambio a la vuelta de la esquina te irán a asaltar y acosar, o si te tocará la de malas de pasar justo en medio de una balacera, o una persecución entre los llamados de la maña y policías, que para el caso están igual o peor que los malos, porque asaltan y extorsionan pero con placa en mano.
Por no hablar de colonias enteras o suburbios en tan malas condiciones físicas y de atención, que la presencia del Estado brilla totalmente por una ausencia francamente penosa, cuya severidad se deja sentir con mayor peso cuantos mayores problemas personales se tiene, lo mismo con la salud que con la edad; porque somos tan testarudos y/o cortos de visión, que se nos figura que siempre estaremos en óptimas condiciones para poder arreglárnoslas solos.
Ni hablar ya de un servicio de agua que no reviente una semana sí y la otra también, para mantenernos siempre pendientes de no quedarnos a medias en cuestiones tan cotidianas como tomar una ducha, lavar la ropa y/o los trastes, por no hablar de mantener la casa en condiciones de higiene razonables, pero eso sí, se cobra a precio de oro y como si no se interrumpiera con cualquier motivo.
No se diga ya ni la salud, porque ahí es ya de plano otro boleto, en cuyo diario vivir y/o sufrir, se juegan la vida todos al como pueden, en la esperanza de no darse cuenta que se precisa de atención médica, o en al menos gozar de la benevolencia de poderla librar a base de remedios caseros, para no terminar por ello desembolsando una auténtica fortuna en hospitalizaciones privadas, –cuando se tiene el modo o se puede–, porque la sola idea de requerir la intervención gubernamental para atenderse, termina resultando un infierno todavía más insufrible que cualquier enfermedad que se tenga la desgracia de padecer.
Así no hay quien pueda vivir. Para decirlo claro: No es bueno vivir acostumbrados a tan nefastas condiciones de existencia, pero lo hacemos. O por comodidad, o por simple egoísmo, cuando no por ignorancia y hasta por falta de consciencia o tiempo. Porque claro, quién va tener tiempo de ponerse a pensar cuán mal vive y/o el cómo la desatención del gobierno le perjudica, cuando lo que le apura es cómo encontrar el modo de sobrevivir y no morir en el intento.
Si tan sólo tuviéramos la frialdad de pensar que buena parte de los pasajes más molestos de nuestro día a día, entre calamidades y/o pérdida de tiempo, acontecen por la incompetencia de autoridades que ante lo comodidad de nunca verse exigidas, terminan atendiendo lo público como quiera que les da la gana, sólo para a la vuelta de la esquina terminar comprando el ánimo de las mayorías con cualquier baratija, quesque porque con lo entregado se ahorra uno unos pesos; difícilmente aceptaríamos que se nos intentara conformar con cosas tan cutres como útiles escolares de mala calidad, o venta de tortillas y agua a precios por debajo de lo habitual, por no hablar de comida, despensas y conciertos supuestamente gratis, pero que amén de los impuestos que a todos nos quitan, se pagan en realidad con la dignidad y la tranquilidad de millones.
Si ello se suma la muy deficiente calidad de obras públicas que se hacen, mismas que a los pocos días de haberse inaugurado, comienzan a caerse a pedazos, o la nula transparencia de otorgarlas sin licitación, o con licitaciones a modo para los cercanos al poder, a empresas privadas en manos de amigos y/o parientes o amigos de los gobiernos en turno, o incluso directamente en manos de los propios funcionarios públicos de la actual administración en curso. Coraje, indignación o vergüenza es lo que nos debería de dar conformarnos con tan poco, ya si no por las implicaciones colectivas, al menos por el costo personal y/o familiar que se paga todos los días, en tiempo, en dinero, en calidad de vida, en el estado de ánimo, en la salud y hasta en el más humano sentido del vivir.
Pero tal parece que tan escasas son nuestras esperanzas en que algo mejor sea posible, incluso deseable, y tanto o más grandes las miserias que nos acompañan, las cuales llevamos tanto tiempo padeciendo, que por momentos pareciera que les hemos terminado agarrando cariño, quesque porque vivimos a nuestro modo y que como México o San Luis Potosí no hay dos; en tales condiciones, antes de milagro vivimos. Y no precisamente sin miedo –como es que dice un eslogan de gobierno local. Apena decirlo de este modo, pero: ¡Qué poco autorrespeto nos tenemos!

















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