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Ágora: ¡Qué decepción! –Parte II–

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 28 feb 2022
  • 5 Min. de lectura

Por Emanuel del Toro.

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¡Qué decepción! –Parte II–

El culto a la personalidad es de ignorantes –me dijo de joven, hace muchos años en Relaciones Internacionales un maestro de Sistema Político Mexicano; y que razón tenía. Cosa de la que me acuerdo diario, porque la actual es una política nacional signada por la exaltación de egos y la polarización que ello trae como consecuencia. Que sí, que podría y/o debería disgustarme, ni dudarlo. Pero para ser sincero, cuanto más lo pienso, menos me da para hacerlo, y no me da el ánimo para enojarme, porque me es difícil no sentir tristeza y/o compasión. Que sí, que me preocupa todo lo que ocurre, desde luego. No hay un solo día que no deje de admirarme lo mucho que todo se ha degradado en términos de lo más elemental: la propia discusión de las ideas y/o el derecho mismo a disentir.

Algunos dirán que exagero, no pocos incluso alegarán, –porque no falta quienes lo crean sinceramente–, que estamos mucho mejor que antes; que pese a los tropiezos, las cosas comienzan a cambiar para bien. Pero si hemos de ser brutalmente honestos, no se puede tapar el sol con un dedo, ni negar la realidad de todos los días, y no hablemos ya de datos macroeconómicos y/o balances estadísticos de la posición del país frente a otras naciones, porque esa mitología de datos no satisface la realidad de millones en el país.

La forma más práctica de medir si las cosas se están o no haciendo como deberían hacerse, o cuando menos como es que se prometió que se harían en campaña, –porque hasta eso hay un mundo de diferencia entre hacer lo que se prometió y/o lo que se puede–, es verlo reflejado en el bienestar inmediato del común de la ciudadanía. Y de poco o nada sirve que nos neguemos a ver lo que está a la vista de todos, objetando que si tal o cual variable ha malogrado lo que originalmente se pretendía, o que si el mal pasar de las cosas es resultado de los excesos de pasadas administraciones. Porque pensemos lo que pensemos, la Administración Pública resulta fundamentalmente, “la ciencia de salir del paso”, o lo que es lo mismo, “el arte de arreglárnoslas pase lo que pase”.

Y si se trata ser sinceros, no se ve por ningún lado que las cosas vayan mejorando ni discretamente. Ni lo hacen en términos seguridad, ni lo hacen en el precio de los alimentos y/o servicios de primera necesidad, o en el desempleo. Lo que sí que se sigue viendo y mucho, son los sueldos de ensueño y/o prestaciones que perciben servidores públicos, el influyentismo, el nepotismo, el compadrazgo, la asignación de obra pública sin licitación, o su sobreprecio para beneficio de los cercanos al gobierno de turno, la aplicación diferenciada de la ley, los abusos de autoridad, el desvío de recursos públicos, y la impunidad de quienes desde las más altas esferas del poder político, viven ajenos al malestar de millones.

Lo que sí se sigue viendo y mucho, es la persecución e intimidación a los opositores y disidentes, las guerras sucias de difamación, las cortinas de humo para distraer la atención pública de temas de interés cuando estos se relacionan con conductas indebidas y/o excesos del gobierno o sus más cercanos, el culto a la personalidad o la demagogia y toda esa parafernalia de manipular a las masas con discursos del estilo, “si no estás conmigo, estás en mi contra”, el acarreo electoral y el clientelismo por migajas para con los más vulnerables, o el silencio complaciente y servil de quienes, aunque reprueben dichas prácticas, no se pronuncian públicamente para denunciarlas, por miedo a perder el favor gubernamental.

Todo tal cual se vio siempre, pero con la salvedad de suceder a cargo de gobiernos que llegaron al poder con la promesa pública de terminar con todo ello. Eso es lo que decepciona y mucho. De poco o nada nos sirve el consuelo de escuchar decir al ala más radical del oficialismo, que no se puede todo cambiar todo tan rápido como se quisiera o fuera deseable; de muy poco nos sirve también, que se diga que hablar las cosas como realmente siguen siendo, es contribuir a que vuelva la oposición. Porque para quienes votamos por los gobiernos que hoy están, lo hicimos con la genuina convicción de ver cambiar las cosas, pero también con la clara idea de que no esperábamos nada de la oposición misma, no al menos mientras esta fuera incapaz de hacer una seria autocrítica a sus excesos.

Y hasta en eso sigue siendo todo como siempre fue, porque no hay autocrítica. Lo cual molesta y mucho. Pero no nos vayamos por la tangente con lógicas simplistas y/o complacientes, como que señalar excesos, incongruencias e insuficiencias, es hacerle el caldo gordo a la oposición, porque como me he cansado de repetir: es mentira que señalar excesos actuales implica estar de acuerdo con los excesos del pasado; quien así piensa se engaña solo, ya por candor o interés. Porque nada contribuye más a que las cosas verdaderamente mejoren, que la propia autocrítica. Nada daría mayor legitimidad al gobierno, y dejaría sin efecto las observaciones de los disidentes, que comenzar limpiando por la propia trinchera poniendo en cintura a quienes abusan de su posición y/o cercanía con el poder.

Aciertos los hay, y no son menores, porque hasta la oposición los reconoce, como el esfuerzo por frenar la evasión fiscal; el aumento al salario mínimo; o la integración de una política educativa más centrada en la calidad de sus contenidos, que los incentivos laborales de los docentes; o la prudencia mostrada en términos económicos al decidir por el no endeudamiento con préstamos internacionales, pese a la crudeza con la que la pandemia ha golpeado al país. Pero, porque siempre hay un “pero”, son también aciertos a cuentagotas.

Porque la actual es una administración de contrastes muy severos; apenas se da un paso, cuando a la vuelta de la esquina se dan dos para atrás, lo mismo por la perenne resistencia de no pocos empleados del propio sector público acostumbrados a sortear cualquier intento de control que merme sus muy numerosos y horrendos privilegios, como por la inexperiencia de aquellos elementos con menor arraigo en el ejercicio de sus funciones. Así como porque a razón de acuerdos político electorales para garantizar el propio triunfo de 2018, no pocas de las primeras posiciones del gobierno las ocupan personajes con escasas o nulas credenciales democráticas, cuya participación en tiempos de campaña les ha comprado su impunidad frente a los excesos cometidos cuando formaran parte del viejo régimen, lo cual resulta toda una ironía, porque el gobierno que hoy los cobija, llegó en su momento al poder con la promesa pública de combatirles, pero en cambio los ha terminado arropando y sumando a sus filas.

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