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Ágora: Promesas vacías

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 15 mar 2021
  • 4 Min. de lectura

Por: Emanuel del Toro

Promesas vacías.

En México nunca gana el candidato que mejores ideas tiene y/o diagnóstico social hace, sino el que mejor conecta emocionalmente con la masa, el que más prende al público, el que más emociona, el que mejor toca sus sentimientos, así tenga que prometer el sol la luna y las estrellas, aunque no tenga ni idea del cómo habrá de cumplir lo que promete. Total las promesas electorales rara vez se cumplen y cuando si, se lo hace con sesgo clientelar, para mantener conformar a los cercanos al poder, lo mismo que para acallar algún que otro disidente, ni que decir para aglutinar masas útiles que mover en las siguientes elecciones.

No cabe duda que la alternancia partidista está muy lejos de ser lo que mi generación se imaginaba, cuando allá por 2000 pensábamos que bastaría con ver llegar a la presidencia a un partido distinto al PRI, para corregir tanta injusticia, miseria y desigualdad, pero contrarío a lo que ingenuamente pensábamos, la alternancia partidista sólo ha servido para mantener con mayor vigor el mismo régimen de toda la vida. No de a gratis se dice que con poco tiempo gobernando cualquier opción se vuelve exactamente igual que todo lo que siempre se quejó; vivir por debajo de nuestras posibilidades se nos ha vuelto costumbre o cultura.

Que si, que cada y tanto cambian las claves discursivas, los modos de comunicar y hasta los temas o el enfoque que se les da, de acuerdo. Sólo que independientemente de los cambios que cada y tanto se advierten en términos de intereses públicos, como de fórmulas de comunicación o discurso, prevalece la lógica de prometerlo todo sabiendo que rara vez lo que se dice al calor de una campaña política se lleva realmente a efecto. Y que cuando se lo hace, se lo hace con la mira puesta al beneficio político futuro de quienes en ese momento están a cargo de las decisiones públicas.

No es sólo que tenemos élites políticas terriblemente desprestigiadas y/o deliberamente perversas y discrecionales, que todo lo miran en términos de su propio beneficio, es también que los ciudadanos de a pie que deberían inconformarse por su proceder y exigirles que realmente cumplan la función de cuidar el interés público, se han terminado acostumbrado a que les mientan deliberadamente, sin que exista nunca la más mínima consecuencia. Es tal la predisposición a que les mientan y les utilicen, que en muchas ocasiones ya ni siquiera su disgusto y/o desencanto expresan.

Con tales perspectivas no es raro que elección tras elección la mayoría de quienes ya han ocupado cargos de elección terminen por repetir, aún si no hicieron nada de lo que alguna vez prometieron. De ahí que con frecuencia se termine por pensar que acudir a elecciones significa necesariamente terminar votando por el menos peor, como se aceptara por definición la imposibilidad de presentar mejores perfiles; tan extendida esta dicha creencia entre el común de la gente que las campañas políticas se han vuelto desde hace años una mera formalidad que sólo se cumple por aquello de decir que vivimos en una democracia.

Pero como siempre he dicho: ¿Q ué clase de democracia es esa donde el grueso de sus posiciones se ven ocupadas y/o elegidas por perfiles que ya han probado antes ser incapaces de resolver los problemas más elementales de sus respectivas sociedades? Vamos mal y no estamos ni para negarlo, mucho menos para admirarnos. Porque se gana muy poco no reconociendo que vivimos por debajo de nuestras posibilidades, en una mediocridad sistemática; tampoco cabe la admirarnos, porque el estado que hoy guarda el país ha sido una constante desde hace al menos treinta años; y lo que es peor: Los problemas por los que todo el mundo dice estar preocupado, se hacen cada vez más profundos.

Sirva para ejemplo de lo que menciono, pensar en el tema de la seguridad y contextualizarlo en términos de la violencia que sistemáticamente viven millones de mujeres a lo largo y ancho del territorio nacional. Violencia para la cual no hay promesas y/o compromisos de campaña que valgan. Lo digo con todo propósito para referir a un tema del que hoy todos se hacen eco al calor de las disputas electorales del año en curso. Propios y extraños buscan como siempre colgarse del tema sin tener de fondo una propuesta clara al respecto.

Ni la tienen los candidatos del gobierno en turno, ni la tienen los candidatos de la oposición. Eso sí, el único punto en común entre ambos bandos es la severidad con la que condenan las marchas que protestan al respecto y la ligereza con la que se critica cualquier expresión de transgresión al especio público, sin que llegue jamás al fondo de la cuestión, que es la integridad misma de las mujeres.

Lo de siempre y lo más fácil es reducirlo todo a mero interés político y/o de coyuntura, para eso sí que son buenas nuestras élites políticas, para medirlo todo en términos cuántos miles o millones de votos les harán falta para repetir. Porque para decirlo con toda claridad. Si se cuidara la integridad de las mujeres con la misma severidad que se invoca el respeto al espacio público, ni falta haría que las propias mujeres marcharan o se manifestaran, ni que decir de las promesas electorales vacías de nuestras élites políticas.

Si con la misma severidad que nos escandalizamos por el desfiguro de su enojo o el estado en el que queda el patrimonio público si expresan su rabia, lo hiciéramos de la violencia sistemática en medio de la cual viven, o de la disparidad de condiciones sociales, laborales o vivenciales que se ven forzadas a padecer, con todo y que se asume tal disparidad como normal, difícilmente se vería el tipo de expresiones que tanto molestan a propios y extraños.

Pero nada de lo que aquí describo de forma por demás superficial habrá de cambiar en tanto se siga sin comprender que para que una democracia verdaderamente funcione, no basta con ver que sus élites políticas prometan lo que le dé la gana. Porque mientras sigamos votando con las entrañas, a través de simpatías y/o emociones, por quien más carisma y/o empuje mediático consiga, aún si lo que promete es un tal disparate, difícilmente conseguiremos algo sustancialmente distinto a lo que hasta este punto hemos conseguido.

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