Ágora: Principios y razones instrumentales
- Emanuel del Toro

- 20 jul
- 5 Min. de lectura

Principios y razones instrumentales. Un comentario personal en torno a la importancia de ser agentes de cambio.
Por: Emanuel del Toro.
Para resolver problemas políticos y sus consecuencias, es preciso distinguir entre principios y razones instrumentales. Mientras los primeros pertenecen a la esfera de los ideales y son en el mejor de los casos materia de discusión para la Filosofía Política; las segundas obedecen a los ajustes institucionales necesarios para solventar insuficiencias y corregir excesos, lo que cae decididamente en el terreno de la Ciencia Política o en el de la Administración Pública, ya para ocuparnos de entender las razones de nuestras desavenencias o los fundamentos que sostienen los diseños institucionales capaces de resolverlos.
Ahora bien, cierto es que ambos elementos, tanto los principios como las razones instrumentales, confluyen también en lo personal; los principios funcionan para unos cuantos, como puntos referenciales de su fuero interno, siendo para una gran mayoría, mero adorno a la ausencia misma de fuero interno, o en el mejor de los casos de su abulia o indiferencia. Por eso y no otra razón, es que con más frecuencia de la deseable, todos o casi todos los que se dicen interesados en el devenir de nuestra vida pública, lucen y/o se expresan de la misma manera.
Por lo que toca a las vías de ejecución para el desarrollo de soluciones que corrijan buena parte de nuestros problemas, –porque habrá que decirlo claramente–, nunca terminaremos de resolver todos nuestros problemas. Aunque cabe aclarar que, opciones nunca nos han faltado, –de hecho observo que en lo personal, he dedicado buena parte de mi vida profesional a estudiarlas, e ilustrar a otros en un aula o en comentarios de opinión, cómo es que podrían hacerse efectivas–, empero el gran escollo pendiente, cuando de buscar soluciones a nuestros más grandes problemas sociales se trata, sigue siendo que no damos nunca, –ya sea por falta de pericia social, lo mismo que por razones deliberadas–, con el punto medio entre los principios y su ejecución instrumental.
La cosa es que, o nos situamos en el terreno de las ideas, o nos decantamos al extremo contrario por razones utilitarias orientadas por la eficiencia y/o la eficacia, sin siquiera preguntarnos respecto a sus implicaciones humanas y/o cognitivo-emocionales, cual si creyéramos que es posible intervenir en la realidad de lo social, sin terminar necesariamente perjudicando a otros seres humanos. Insisto, nos cuesta mucho trabajo generar puntos medios. Porque, por obvio que pueda parecer, es importante no olvidar que cuando hablamos de problemas públicos, estamos en esencia, hablando del tipo de problemas que atraviesan las vidas de millones de seres humanos. Luego entonces, no podemos esperar que la ejecución de sus posibles soluciones, pase por alto el impacto más humano de la cuestión.
En ese sentido, estoy sinceramente convencido que para salir de un entrampamiento semejante, sería necesario convocar de forma diferenciada y ordenada, a los distintos actores sociales capaces de presionar para la modificación de las prácticas habituales, no sólo de gobierno, sino de la política misma. Pero para ello es preciso de condiciones excepcionales, que rara vez se cumplen, porque el ritmo de la vida misma es poco propicio, –¿acaso de manera deliberada?–, para la activación de quienes potencialmente podrían impulsar dichos cambios.
Para unos, –los que menos tienen–, por la carencia de medios no sólo materiales, sino además de tiempo y organización, lo que repercute en su capacidad de advertir las razones de su miseria y su propio poder como agentes de cambio de las mismas; en tanto para otros, –quienes tienen, ya sea de sobra o moderado–, porque siempre hay mejores opciones personales en las que ocuparse cuando se ha corrido con la suerte de nacer con la vida resuelta, o de al menos sortear sus problemas cotidianos, lo que ofrece una falsa sensación de tranquilidad que rara vez se verá alterada, a no ser que se toquen sus intereses más inmediatos, ya porque se pierde el sustento o incluso la vida de los propios, entonces si se vuelven activos promotores de todo tipo de causas, ánimo que pronto decae si no se consigue nada, lo mismo que si se lo consigue, cuando se recupera lo perdido.
Ambas posiciones están perfectamente estudiadas y son mucho más que convenientemente utilizadas por quienes desde la cúspide lo controlan todo, porque han decidido la vida y el destino de todos, desde mucho antes de siquiera nacer y lo seguirán haciendo por los siglos de los siglos. No de a gratis ocupan las posiciones de privilegio que tienen perennemente secuestradas, no de a gratis es que se sienten más allá del bien y del mal. Como tampoco es que no de a gratis conceden cada cierto tiempo cuota o participación a nuevos actores, sólo para legitimar la regularidad de su dominación y sus modos. Su dilatada permanencia en el poder les ha permitido entender que ese será siempre un costo menor para mantener su hegemonía, y lo dosifican a su propia conveniencia.
De cualquier manera, con quienes realmente pudieran poner en jaque sus intereses, no discutirán jamás. Porque, o los eliminan; o los toman por locos. Ya después pasado un tiempo, cuando mueren o son asesinados, terminarán por explotar comercialmente su imagen, como símbolo de rebeldía, resistencia o audacia, valor, congruencia y todo lo que se considere humanamente deseable, pero no para emularlos, sino sólo para mantener cautivos de principios sin praxis, a quienes como los caídos por sus garras, crean que otro mundo es posible. Lo tienen todo medido al dedillo, y lo que es peor, lo usan para la conservación de sí mismos.
Ahora que bien, si insisto en ello, es porque tengo en claro que lo poco que como sociedad hemos conseguido, se ha dado siempre haciendo acto de presencia en el espacio público, de forma masiva y multitudinaria, haciendo patente lo que se piensa, de tal modo que no quede otra opción que reconocerlo y obligue a quienes realmente deciden, así sea a regañadientes de sus propios intereses, a limitar su discrecionalidad e indolencia para con la mayoría. El problema es que al día hoy, ya nadie tiene el poder de convocatoria que antaño tuvieran quienes en otro tiempo se atrevieron a alzar la voz para denunciar públicamente excesos u omisiones.
Lo que es más triste aún, su propio legado ha terminado confinado a los libros de historia y a la memoria de sus descendientes y compañeros que aún les sobreviven, como un mero referente simbólico que cada cierto tiempo se invoca por prácticamente todas las corrientes de pensamiento –incluso si son decididamente contrarias a lo que en vida representaron–, pero siempre sin la más mínima repercusión, viciados sus contenidos por propios y extraños para la defensa de lo que sea, y carentes de significado para las nuevas generaciones que no entienden del todo la importancia de lo que hicieron, porque nacieron en un mundo donde el beneficio de sus conquistas se ha dado siempre por descontado.
Hoy más que nunca, estamos como sociedad en una carrera a contra reloj por salvar la propia congruencia entre lo que decimos que nos importa y lo que realmente hacemos. Eso y no otra cosa, es lo único que nos queda a quienes ya no tenemos nada que perder, porque no queda ya ni el miedo o la vergüenza. No hacerlo representaría la ignominia misma. Porque será eso o enfrentar el día menos esperado, que todo lo que alguna vez hemos dado por sentado, termine siendo arrasado por la zozobra y la rabia de quienes nunca han tenido siquiera cabida en los confines del propio sistema, como ya ha sido antes.

















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