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Ágora: ¿Por qué es tan difícil amar? (PARTE II)

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 29 ago 2021
  • 5 Min. de lectura

Por Emanuel del Toro

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¿Por qué es tan difícil amar? (PARTE II)

Como se puede ver, hay cosas muy importantes en toda relación, que no necesariamente van siempre juntas. Y aunque es un hecho que algunas se pueden trabajar y/o negociar, hay otras que no dependen precisamente de la voluntad, o de cuánto se esfuerce uno en que funcionen. No tenerlo en claro, puede dar muchos problemas, pero también resulta terriblemente injusto para con nosotros mismos. Lo que sí es un hecho, es que al menos en la actualidad somos privilegiados de tener amplio espectro de consideraciones sobre las que decidir. Y si se tiene por tanto que decidir, lo menos que se puede hacer entonces, es tener en claro quiénes somos y qué es lo que realmente queremos que nuestras relaciones afectivas sean.

Seamos pues responsables y enfrentemos el reto de amar de forma madura y sincera. Luego entonces, lo menos por decir al respecto, es que amar o ponerse en pareja, siempre será una muy mala inversión o decisión, si decides hacerlo sin saber seriamente al menos dos cosas; primero, quién eres; y segundo, qué esperas de la vida; pero además, creyendo que se puede tener una relación sentimental que valga la pena, sin las habilidades propias de cómo socializar, y/o cómo expresar nuestras propias emociones.

Si a ello sumamos la peregrina idea de querernos sumar a la vida de alguien o quererle sumar a la propia, sin tener la más mínima afinidad, sólo porque nos atrae en lo físico o alborota las hormonas; tendremos la fórmula perfecta para hacer de nuestras vidas un desastre de proporciones épicas, que se traduzca en varias situaciones que pueden venir todas juntas con pegado, lo mismo que por separado, pero que sin duda, terminarán haciéndonos mucho daño, no sólo por frustración emocional, sino además por el modo como la falta de estabilidad personal impide desarrollarse a plenitud en los más diversos espacios de la vida.

Y la verdad es que poco importa como lo digamos, pero el punto es que así tendremos al menos los siguientes posibles; primero, una vida de pareja muy pobre o persistentemente insatisfactoria; segundo, hijos no deseados o con un desarrollo psicoafectivo tan o más pobre que el nuestro, lo que les ha de garantizar una vida igual de miserable que la de sus padres; y tercero, una frustración generalizada repartida a partes iguales, tanto para con uno mismo, como para todos los que nos quieran o forman parte de nuestras vidas, sean estos hijos, familia o amigos. En resumen: haremos de nuestra vida un infierno.

El matrimonio, el noviazgo y/o la vida de pareja en general, nunca van a funcionar, a menos que se tenga claro que las razones por las que se decide casarse y/o compartir vidas, no podrán ser ni de lejos las mismas por las que se permanezca juntos el tiempo que una relación dure. Y si se consigue hacerla durar como se solía aconsejar más antes, para toda la vida; cuando además de una institución para honrar el amor, casarse o estar juntos era también una empresa económica y social, entonces con mucha mayor razón será preciso que se haga del ímpetu que los ha llevado a unirse, una experiencia permanente de crecimiento y encuentro, donde cada día sea para los dos, un nuevo modo de conocerse mutuamente.

Lo digo así, para indicar que aunque cambien las razones del permanecer juntos, estas deben estar siempre fundamentadas en lo que como pareja son, y no en lo que por estar juntos han conseguido, sea esto prosperidad patrimonial, social, incluso hijos. Porque si teniéndose todo esto o más, no se está en paz con uno mismo, nada, repito, nada justifica el tormento de una mala relación. Si amar es difícil, debe serlo porque es ante todo, no sólo un privilegio, sino una responsabilidad. Hagamos pues que valga la pena.

***

¿Y de los infieles, qué me dices de esos perros que con nada se conforman? –me dijo en un bar hace un tiempo una amiga que leyó este intento de reflexión sobre el amor. Mi respuesta por demás extraña, con algo de copas encima, fue más o menos así: Los infieles son infieles en esencia a sí mismos, nunca estarán satisfechos, porque no tienen ni el valor de resolver quiénes son, mucho menos de vivir para cumplir consigo mismos. Por eso y no otra razón es que se conforman de continuo con obsequiarse cuanto capricho momentáneo les es posible. Tú decides si piensas o no seguir atada o insistiendo en permanecer al lado de alguien así de cobarde. Y si lo haces no te culpo: a todos nos ha pasado que soportamos casi cualquier cosa, por sólo un poco de emoción de vez en cuando.

Porque la carencia que lo lleva a vivir por debajo de propia plenitud, no depende en lo absoluto de lo que sus parejas hagan o dejen de hacer. Pero eso sí, si decides quedarte, no te quejes para nada de que no te valoran o son unos auténticos ciegos y desquiciados para desperdiciar el oro que les ofreces, porque es claro que aún si así fuera, quien es fundamentalmente ciego y desquiciado, es quien descubriéndolos decide desoír lo que su propia dignidad les grita. Ese no puede ser un buen modo de decir que se quiere uno mismo tanto, tanto, tanto, como para terminar disfrazando la necedad y el orgullo de dignidad, porque se ha decidido quedarse años estoicamente resistiendo a quien no corresponde con la importancia que hemos decidido otorgarle.


¡Pero qué diablos! Si tú eres de esas a las que les gusta sufrir por masoquismo: ¡carajo! Pues sufre a lo grande y ya, tampoco tienes porque complicarte la vida si es claro que a ti lo que te pone es sufrir. Pues sufre y/o mortificate a gusto y ya, nomás luego no salgas a la calle con la neurosis de que estás buscando quien te rescate. No hay porque jugar en la vida a vendernos simulacros de “me importas”, si no se ha descendido, al menos una vez en la vida, a la cloaca de nuestro propio infierno.

Ahora que bien, no menos cierto es que el infiel lo es, porque prefiere solucionar con sexo lo que no consigue hablando. Al final de una calentura que se yergue por incapacidad de reconocer lo que realmente le pasa y pesa, el resultado lo termina escupiendo, cual si pretendiera exorcizar sus demonios expulsando fluidos, pero ni por eso queda en paz; igual que haría si lo hiciera hablando, donde terminaría más echando fuera saliva, que argumentos o razones para justificar frustraciones o deslealtades, y no para asumir el costo de su inconformidad personal y declararla. La traición se reparte por partida doble, se falla a la pareja sí, pero se falla fundamentalmente así mismo, no por exigencias morales, sino por su incapacidad para reconocer lo que quiere y actuar en consecuencia.

Pero descuida, si lo tuyo es quedarte con alguien peor que tú, sólo para no asumir el costo de tus propios tropiezos, perfecto. No vas a ser ni la primera, ni la última persona que vive por cobardía una existencia mediocre. Evitando compromisos por emociones efímeras.

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