Ágora: Pandora pepers, o no va a pasar absolutamente nada
- Emanuel del Toro

- 25 oct 2021
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Por Emanuel del Toro

Pandora pepers, o no va a pasar absolutamente nada. Hace un par de semanas, una filtración coordinada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, puso al descubierto las finanzas no declaradas de algunas de las personas más ricas y/o poderosas del mundo. De un momento a otro, más de 11,9 millones de documentos confidenciales –ahora conocidos como Pandora Papers–, fueron puestos al descubierto, haciendo de conocimiento público los negocios que algunas de las personas más ricas y poderosas del mundo, suelen hacer de continuo en paraísos fiscales. En términos formales, la filtración de tales documentos dejó al descubierto que diversos ciudadanos mexicanos –en su gran mayoría pertenecientes a los estratos más privilegiados del país, incluyendo no pocos personajes cercanos a la actual administración federal–, crearon auténticas sociedades fantasmas, con el propósito de comprar lujosas propiedades, jets privados y yates, pagando por ello menos impuestos de lo que en principio corresponder, utilizando tales triangulaciones para administrar sus fortunas y herencias, además de gestionar inversiones, abrir cuentas bancarias y guardar las utilidades de sus negocios. Asimismo, se supo, con base en los registros y documentos, que más de 330 políticos, empresarios y funcionarios públicos de más de 90 países y territorios, tienen activos ocultos en paraísos fiscales. De ellos, 35 de los involucrados son o fueron líderes mundiales, entre los que se incluyen 14 latinoamericanos, de los que tres siguen en activo, Luis Abinader, Guillermo Lasso y Sebastián Piñera. Negocios y/o triangulaciones hechas con el sucinto propósito de evadir impuestos. Porque para eso y no otra cosa, es que quienes más tienen, mueven sus intereses económicos fuera de las propias fronteras nacionales que les corresponden, para evadir impuestos. Y aunque es un hecho que en términos fiscales, la magnitud del problema es sumamente divergente según el país del que se trate. No menos cierto es que la cuestión pone en el medio de la discusión pública diversos claroscuros que escapan a lo estrictamente financiero. Por principio de cuentas, nos confronta la necesidad revalorar temas tales como la importancia del acceso a la información y/o su utilidad, en una era donde el intercambio digital se ha vuelto preponderante; la trepidante desigualdad material que prevalece en el mundo, pese al potencial ilimitado que la propia información y tecnología ofrecen; la poco eficiente intervención de los Estados por remediar las enormes disparidades sociales, o la perenne fragilidad legal-institucional que los caracteriza –ni que decir de regiones como América Latina, donde los propios Estados fungen como fuente pratrimonialista de la riqueza, razón por cual no existe distinción práctica entre las élites políticas y económicas; o lo fácil que quienes más tienen, pueden escapar de todo control; lo que en su conjunto, pone al descubierto la poca o nula voluntad de los gobiernos por hacer algo al respecto. El resultado de semejante escenario, es por demás predecible, como humanamente vergonzante: los ricos y poderosos se hacen más ricos, en tanto los pobres, se hacen cada vez más pobres y además numerosos. Lo cual no es ya, ninguna novedad. Al punto de que por mucho que se diga en términos de discurso, para denunciar públicamente una cosa o la otra, es poco o nada lo que en efecto sucede. De ahí que en todos lados, la vida pública se vuelve un incesante ir y venir de escándalos mediáticos, que más tardan en aparecer, que en ser convenientemente silenciados cuando nuevos escándalos sustituyen a los anteriores, sin que ninguno termine por resolverse en lo absoluto. Piénsese por ejemplo en escándalos parecidos al que en esta editorial se refiere, tales son los casos de los Panama Papers, o el no menos sonado escándalo de Odebrecht, ambos en 2016; piénsese también, para efectos de los estrictamente nacional, los casos de la “Casa Blanca de Peña” en 2014, o la “Estafa Maestra” en 2018, al final se dijo mucho y se hizo poco o nada. Fueron todos, casos en los que pese a ventilarse mediante filtración pública e investigaciones públicas de por medio, inversiones y/o desvíos fiscales millonarios, o corrupción pública al por mayor, entre distintos gobiernos de la región, poco o nada repercutió en lo legalmente para el caso de nuestros países. Al final pese a todo lo que se dijo, el resultado fue el de toda la vida: mucho ruido y pocas nueces. Lo cual pese a que no ha significado cambio alguno, si al menos debiera servir para entender el porqué de nuestras más grandes disparidades sociales, además de propiciar –aunque es claro que no lo hará–, un cambio de mentalidad, donde la indignación por lo que es fuera el motor para cambiar aquello que públicamente se dice que importa. Y es que si ponemos en contexto el tema lo fiscal –el cual ha ido cobrando mayor protagonismo en la actual administración federal, que si dice formalmente preocupada por revertir las enormes disparidades sociales que nos caracterizan–, en el caso de nuestro país, a pesar de los esfuerzos formales por acabar con las condonaciones a los grandes contribuyentes, entre los considerados países de desarrollo medio, México sigue teniendo una de las tasas de recaudación de impuestos más bajas de todo el mundo, la cual fluctúa –según la metodología que se siga–, entre el 14% y el 17% con relación al PIB, menos que el 22,9% que promedia América Latina y que el 33,8% de los países de la OCDE. Ahí es donde el tema de Pandora Papers debiera recalar con toda su crudeza, en la filtración que el conocimiento de los documentos le pone nombre y apellidos a quienes entre los sectores más privilegiados del país evaden sus responsabilidades fiscales frente al Estado. Lo cual no es como pudiera pensarse un problema minúsculo, porque buena parte de los que en tales documentos aparecen, son en no pocas ocasiones, empresarios y/o funcionarios públicos o ex funcionarios con nexos con el propio gobierno, por lo que pese a la retórica oficial, se encuentran para efectos de la actual administración federal, más allá del bien y del mal, lo que les garantiza total impunidad; lo de toda la vida. Lo cual ya no sorprende, y la verdad es que aunque suene políticamente incorrecto decirlo, tampoco parece que incomode o siquiera importe. Lo que es más, ya vendrá más adelante otro escándalo en lo que ocuparse, para dejar sin efecto todo lo que en el actual se diga. Así ha sido antes, y así promete seguir siendo en lo sucesivo: nada nuevo bajo el sol; porque los escándalos públicos aquí, se manejan a cuentagotas, siempre con la lógica de lo político como brújula. Al final, aunque es harto complicado agotar en forma satisfactoria la discusión por el muy amplio caudal de implicaciones que la filtración de documentos aquí referida debiera tener, es un hecho que mientras episodios semejantes no generen la reacción pública que debieran provocar, es difícil pensar que algo vaya a cambiar lo más mínimo.

















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