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Ágora: Morena y la selección de sus candidaturas

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 9 ene 2021
  • 7 Min. de lectura

Por: Emanuel del Toro

Morena y la selección de sus candidaturas.

En cualquier democracia la estabilidad de las relaciones políticas y la regularidad de los acuerdos resultantes para darles vida, están en íntima relación con la calidad y/o mediocridad de las opciones elegibles para representarnos o tomar decisiones públicas. No es lógico pensar que modos terriblemente subjetivos o poco claros de elegir candidaturas y/o crear liderazgos políticos, vayan a generar las condiciones necesarias para que el contenido de las decisiones que toman y representan los titulares de un gobierno, en efecto ofrezcan garantías que posibiliten el desarrollo equilibrado de una sociedad.

Sin embargo, la idea misma de pensar en las implicaciones que la elección de candidaturas tienen sobre el desempeño de un gobierno, obliga a preguntarse si ¿tales implicaciones pesan sólo sobre el modo de proceder de los gobiernos, o si sus efectos se extienden más allá de la toma de decisiones gubernamental? La respuesta, por chocante que pueda parecer, al regresarnos a discutir problemas que hace décadas se creían superados, es que en una democracia importa tanto el acceso al poder, como el ejercicio del poder.

El punto es que si bien los últimos 20 años se ha insistido mucho en que los problemas alusivos al acceso al poder, no representan ya, –lo mismo en América Latina que en México–, una razón de preocupación para sus respectivas ciudadanías, porque estas gozan en términos generales de democracias que funcionan relativamente bien en lo que toca a la estricta celebración de elecciones libres, lo cierto es que la aparición continua de nuevos partidos con dificultades para consolidar sus estructuras y/o procesos institucionales, así como la irrupción en la arena política de liderazgos que se han afianzado en torno al arrastre carismático de figuras con tintes caudillescos, obligan a replantear la idoneidad de permanecer silentes en torno a los problemas mismos del acceso al poder.

Con un matiz no menos significativo; si en el inicio de la democratización en México, se hablaba respecto a la necesidad de garantizar condiciones para la celebración regular de elecciones libres, justas y competitivas; hoy en día ante la creciente complejidad de procesos preelectorales bastante largos, donde la propia definición de las candidaturas pone a prueba la solidez institucional de los partidos políticos; porque estos de hallan cada vez más desacreditados frente a la ciudadanía, –lo que ha favorecido el posicionamiento de liderazgos políticos de mayor proyección que los partidos mismos, así como el resquebrajamiento de los partidos más viejos en una multiplicidad de nuevas opciones–, se hace imperativo preguntarnos respecto a lo que ocurre antes de siquiera ir a elecciones.

Lo cual resulta poco menos que irónico y hasta paradójico pensarlo, tras el triunfo de López Obrador en 2018, ya que este encarna simultáneamente al primer Presidente nacionalista en 40 años, –ubicado por propios y extraños como de izquierda–, así como al mandatario más popular en el último medio siglo. Sin embargo, lejos de las expectativas iniciales sobre los alcances de su gobierno, tanto para simpatizantes como para sus disidentes, ya que se auguraba una administración de corte disruptivo frente a los gobiernos precedentes, un tanto más acorde al mote con el que su propia administración se autodefine, como la 4T, o Cuarta Transformación, por aludir a distintos periodos definitorios de nuestra historia nacional; a saber, la Independencia, la Reforma, y la Revolución. Lo cierto es que tanto el gobierno que encabeza AMLO, como Morena, el propio partido político que lo llevó a la presidencia, han tenido problemas importantes para consolidar su cometido.

Tal es la precariedad del equilibrio político resultante tras la elección de 2018, para hacer valer de forma efectiva su prevalencia como primera fuerza política del país, que al día de hoy, lejos de lo cabría esperar para un mandatario que goza de una alta legitimidad social; la de López Obrador es una administración federal continuamente cuestionada y/o llevada al límite, tanto por la oposición siempre deseosa de exhibirlo y/o ridiculizarlo, como por los propios operadores políticos de lo que en teoría es su propio partido. Porque Morena es hoy un hervidero de contradicciones y corrientes tan diversas, cuyos resultados de gobierno y/o de rendimiento electoral, no terminan de dejar satisfecha siquiera a su propia militancia.

Tan amplia es la distancia entre lo que la figura del Presidente representa para la amplia base que lo votó en 2018, y el propio Morena como partido, que al día de hoy, ante las extrema volatilidad de corrientes que le caracteriza y la incapacidad de sus cúpulas para respetar la voluntad de sus adeptos y/o simpatizantes, buena parte de los mismos, se auto perciben más como Obradoristas, que como militantes del propio Morena. Lo que no es más que un síntoma inequívoco de lo poco que se consigue en términos institucionales, cuando el grueso de un proyecto político se cifra más en la figura de un liderazgo carismático, que en la robustez de una vigorosa vida partidista. Porque más que un partido como tal, Morena fue ante todo de cara al 2018, una campaña en torno a Obrador, en donde todo, absolutamente todo, por más contrario que fuera, se justificaba con tal de sumar.

Lo cual es por demás preocupante, si se tiene en cuenta que se trata de un partido político fundado en 2014, de una escisión del PRD; del que sin embargo permanece desde entonces, arrastrando una dinámica de alta volatilidad, donde la severa profundidad de las diferencias que prevalecen entre cada una de las corrientes que le integran, traen como resultado procesos preelectorales sumamente dilatados y desgastantes, donde para decirlo claramente, la dirigencia nacional encabezada por Mario Delgado, parece empecinada en operar siempre a contracorriente del sentir de la propia militancia morenita, pasando por alto las lógicas políticas de cada localidad, en una dinámica poco productiva, cuyos resultados están lejos de justificarse, porque en vez de favorecer la unidad partidista del instituto político que representa y la propia gobernabilidad de la administración a la que contribuyó a llevar a Palacio Nacional, terminan la más de las veces fortaleciendo a otros partidos.

En una constante que se ha repetido en cada una de las localidades donde Morena se habrá de presentar a elecciones en 202, la definición de quiénes habrán de contender como candidatos a las distintas gubernaturas en disputa, ha terminado desatado una serie de inconformidades y acusaciones de fraude entre diversas corrientes incapaces de saldar sus diferencias, ya la definición de las candidaturas por encuestas ha sido rutinariamente intervenida –lo mismo repitiendo encuestas que introduciendo exigencias de paridad de género–, cuando los resultados parecen no conformar a las cúpulas dirigentes; estrategias muchas veces puestas en práctica en contra del sentir de los propios militantes. Lo que ha llevado a muchos a suponer que actualmente hay una confrontación entre el grupo político encabezado por Gabriel García, coordinador de Programas Integrales de Desarrollo del Gobierno federal, y el de Ricardo Monreal, coordinador parlamentario en el Senado.

La consecuencia es que tras presentar 14 resultados de las encuestas para las 15 candidaturas a gobernador, Morena se ha enfrentado a cuestionamientos que nacieron de sus propias trincheras. Siendo los más sonados, los casos de los aspirantes de Guerrero, Colima, Nuevo León, Zacatecas, Chihuahua y Michoacán, que han cuestionado y exigido transparentar los procesos de realización de las encuestas. Toda vez que los resultados no terminan de conformar a la mayoría de sus militancias.

Mención aparte merece el caso de San Luis Potosí, localidad en donde su candidatura a la gubernatura es todavía objeto de una agria disputa entre al menos una decena de pretendientes (tras el controversial intento de imponer como candidato por una coalición entre Morena, PT y el PVEM, a Ricardo Gallardo Cardona del Verde, un personaje con un negro historial delictivo, repudiado por propios y extraños en la localidad, por sus nexos con el crimen organizado, así como por su falta de transparencia como Presidente Municipal de Soledad de Graciano Sánchez); al final, la mayoría han visto pulverizadas sus aspiraciones tras imponerse que la candidatura se definiría por el principio de paridad de género.

Ante todo lo hasta aquí dicho, lo menos por considerar es que el poder de influencia del campo estatal y de la política misma, es tan amplio, que siempre será muy pobre lo que se consiga al interactuar con este, en tanto no se haga lo suficiente para garantizar la creación de diseños institucionales que reduzcan los ámbitos de discrecionalidad que hacen posible el sabotaje de nuestras capacidades sociales; discrecionalidad o la posibilidad de que cualquiera con los escrúpulos para hacerlo, nos haga la vida miserable –es el más recurrente de nuestros problemas públicos, la ha sido prácticamente desde siempre. Y ni el advenimiento mismo de la democracia desde hace al menos 20 años ha conseguido ponerlo a raya.

En tales condiciones el resultado no se puede hacer esperar. Poner a mandar en el nombre de todos, a gente carente de ideas y/o escrúpulos, que no son capaces de respetar siquiera el sentir de las propias militancias a las que dicen representar, y además permitírseles por ello pagas exorbitantes, es la fórmula perfecta para garantizar que nuestra realidad política y social se vuelva extraordinariamente desequilibrada. Pensar que el remedio a males semejantes esté en educar a todos, a través de fórmulas ideadas por el propio sistema, cuando este se halla capturado por personajes pendencieros que actúan de común al margen de lo que las instituciones y/o sus referentes simbólicos representan, es terminar contribuyendo a garantizar que todo permanezca sin opciones reales de cambio.

Algunos dirán no sin justa razón para hacerlo, que es preciso elevar la calidad de los candidatos que postulan para cualquier posición de gobierno. Lo malo de los contados políticos verdaderamente honestos que hay, es que por más simpatías que despierten entre el común de los ciudadanos por su integridad personal, como por la calidad de su trabajo, nunca se harán con un lugar relevante entre los circuitos del poder estatal, en tanto su desproporción frente a los que hacen de la estafa y la simulación su moneda de cambio habitual, siga siendo tan abrupta. En tales condiciones la tenacidad de sus esfuerzos estarán siempre condenados a quedar en muestra excepcional de lo que una sociedad podría ser si más gente con sus mismas convicciones se decidiera a alzar la voz.

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