Ágora: Morena o la recomposición del viejo sistema autoritario priista
- Emanuel del Toro
- hace 4 minutos
- 5 Min. de lectura

Morena o la recomposición del viejo sistema autoritario priista.
Por: Emanuel del Toro.
Morena es en el mejor de los casos, la más persistente expresión de lo que Roger Bartra ha llamado alguna vez, un populismo conservador; populista porque se arroga una pretendida relación directa de su fundador y líder moral, con su pueblo “sabio y bueno”, –entiéndase estrictamente aquella franja de la sociedad que comulga con las ideas del gobierno en turno–, relación desde luego, al margen de cualquier mecanismo formal de representación genuinamente democrática; y conservador, porque invoca y/o restaura ideas del nacionalismo revolucionario, con el Estado y el presidencialismo como ejes articuladores.
Para decirlo claramente, el núcleo duro del discurso morenista, se nutre en esencia de una larga tradición autoritario-populista, iniciada con los gobiernos posrevolucionarios del PRI. Tradición que hunde sus raíces en la creación misma del sistema político mexicano. Porque la de México, es una sociedad por definición, incapaz de sostener consensos democráticos duraderos. En su lugar, el país ha estado históricamente acostumbrado a la imposición de consensos, lo mismo que a la construcción de mayorías por motivos de intereses facciosos y/o pragmáticos.
En México, lo anómalo, lo atípico e inusual, es que se cultive una vida civil altamente vigorosa y pensante. Lo que no significa que no hubo desde siempre voces disidentes en contra del autoritarismo. La cuestión es que desde 1968, hasta 1988, hubo toda una generación de ciudadanos que desde los más diversos frentes, –y sin distingo de orientación ideológica–, estuvieron empujando y/o haciendo presión para consolidar la construcción de instituciones democráticas, que contrarrestaran la excesiva concentración del poder en un sólo partido político.
De ahí que a la larga lucha cívico democrática de los años 80’s y principios de los 90’s, –lucha de la que el navismo potosino es uno de sus referentes más destacables–, le sucedió una primavera democrática por demás estable, misma que se inscribe de manera tardía en la llamada Tercera Ola de Democratización, para describir la consolidación que la democracia vivió como forma preponderante de gobierno a nivel mundial, entre 1976 y 1997. Una primavera que para el caso de México, duraría por espacio de treinta años. Hasta la recomposición del núcleo duro del PRI nacionalista y autoritario; primero con la formación del PRD, posteriormente en un nuevo partido, que ha pretendido regenerar al país, volviendo a lo que se considera su esencia. Motivo por el cual, el oficialismo habla hoy, en clave de regeneración nacional, cual si se pretendiera regresar a una esencia olvidada.
Para el caso, durante los años 90’s, México atestiguaría fuertes transformaciones en el diseño institucional del poder político. Las cuales hicieron posible toda una serie de conquistas democráticas, como la autonomía de los órganos electorales; el otorgamiento de condiciones de competencia mucho más justas y/o parejas, tanto en participación como en cuestión de presupuesto público, que dieron oportunidad a otros partidos de hacerse con el poder; incluso el distanciamiento formal del presidente frente al PRI, que había sido hasta las elecciones de 1988, el máximo artífice de la autoridad presidencial.
Todas estas transformaciones que favorecieron la ampliación sin precedentes de la participación política de distintas fuerzas opositoras, fueron posibles, porque una sociedad civil altamente consciente y movilizada frente a los excesos del sistema autoritario priista, hizo lo necesario para plantarle cara al sistema, y romper la inercia de imposición y censura que caracterizó al sistema de partido hegemónico la mayor parte del siglo XX.
Ese núcleo duro nacionalista y autoritario, –que quedaría marginado de los grandes centros de poder durante los años 80’s, sustituido por elites tecnocráticas, como resultado del profundo proceso de modernización política y económica que el país vivió con el desmantelamiento del sistema de partido hegemónico–, ha terminado tras de tres décadas de experimentación democrática, recomponiéndose hasta derivar en la creación y consolidación de Morena. Haciendo suyo un discurso quimérico, mayoritariamente orientado por una pretendida lucha en contra de la corrupción. Lucha que irónicamente, ha terminado exigiendo echar por tierra, todas y cada una de las conquistas conseguidas durante la larga primera democrática que le precedió, bajo el ardid discursivo de que la modernización política y económica del país, no trajo otra cosa que miseria.
Sin embargo, lo que muchos no dimensionan, cuando se habla de estos y otros temas parecidos, es lo profundamente autoritario que el corpus discursivo de Morena y su 4T resulta, ya que se hace eco de cuatro consideraciones, poco o nada democráticas; primero, la exigencia de agruparse en torno a una figura caudillista de corte mesiánico, encarnada en la figura de López Obrador; segundo, la pretensión de establecer un relato falaz, según el cual, las conquistas obtenidas por la apertura comercial y política de los últimos treinta años, sólo han beneficiado a unos cuantos; tercero, la necesidad de refugiarse en un nacionalismo maniqueo y xenófobo, que pretende salvaguardar los intereses domésticos, dando la espalda a la apertura comercial que nos precedió; y cuarto, el posicionamiento de una estrategia de desarrollo nacional, con el Estado como eje articulador, y en la que la práctica totalidad de nuestros referentes democráticos previos, han sido paulatinamente sustituidos por una mitología discursiva, empecinada en negar y/o desconocer la utilidad práctica de no concentrar todo el poder político en un solo partido, sustituyéndole a su vez, por una narrativa en la que el Estado se está volviendo la respuesta por antonomasia a los problemas que el propio Estado generó, previo a la modernización. Todo esto y más, se lo ha conseguido bajo el discurso del combate a la corrupción.
El resultado de semejantes condicionalidades, no podría ser más sobrecogedor. El país vive hoy un retroceso institucional por demás severo, pero que irónicamente, goza de mucha popularidad y/o legitimidad. Porque ha terminado monopolizando el discurso del combate a la corrupción, apropiándose para sí la capacidad de establecer narrativas polarizantes y/o de definir los parámetros de la discusión de lo público, haciéndose eco de soluciones estatistas anacrónicas, por demás ineficientes, que sólo han servido para consolidar la emergencia, o mejor dicho la recomposición de una “nueva” clase política, que no es otra que la vieja élite revolucionaria de antes de 1982. Lo que no quita de decir con absoluta claridad, que una parte sustancial de la legitimidad social de la que hoy goza el régimen morenista, no sólo se debe al apropiamiento que ha hecho del discurso sobre el combate a la corrupción, sino que descansa a su vez, sobre una agresiva política electoralista, para generar consensos condicionados al otorgamiento de planes sociales, al más puro estilo clientelista electoral del priismo decimonónico.
En estricto sentido, lo que México ha vivido con la irrupción y consolidación de Morena y el populismo conservador que representa, es que se ha pasado de un vigoroso pluralismo político civilista, a un sistema político que cada vez se parece más al viejo PRI; hoy por hoy, lo que tenemos es un partido con pretensiones hegemónicas, que controla, lo mismo por medios legales que informales, la práctica totalidad de los espacios de poder, sin que la oposición le haga la más mínima sombra o contrapeso.
En ese sentido, el actual posicionamiento de Morena como principal fuerza política del país, hasta el punto de convertirse en una suerte de “nuevo PRI”, descansa sobre la recomposición de la vieja élite revolucionaria, que bajo el ardid del combate a la corrupción, ha terminado por apropiarse de todos y cada uno de los lugares comunes que tradicionalmente correspondieron a la genuina oposición democrática. Y lo ha hecho, haciendo parecer que la inercia institucional que prevaleció los últimos treinta años, no cumplía a cabalidad con lo que cabría esperarse de una democracia. Consideración que aunque rara vez se discuta públicamente, acusa un pensamiento falaz, que suele equiparar desarrollo democrático a crecimiento económico, una relación por demás compleja, que ya en el pasado ha probado no ser tan lineal como el común de las personas quisiera.









.jpeg)



