Ágora: Lo que mal empieza, mal acaba
- Emanuel del Toro

- 7 dic 2020
- 5 Min. de lectura
Por: Emanuel del Toro
Lo que mal empieza, mal acaba.
Un partido que reproduce en tiempo récord todos los vicios y/o excesos registrados y criticados en otros partidos políticos, y que además es incapaz de dar cabida a su base militante en lo más elemental que un partido político puede hacer, posicionando personas comunes, sin compromisos políticos, en candidaturas que los vuelvan gobierno, porque dichas candidaturas se deciden del mismo modo que en otros lados, por negociaciones clientelares donde la cartera o el interés de unos cuantos que dicen tener cautivos miles de votos, es lo que cuenta, no puede ser tenido por esperanza de una transformación política como la que nominalmente se adjudica Morena.
Nada hay más revelador del estado crítico en el que un partido tan joven como Morena se encuentra, que el hecho mismo de verse secuestrado y/o manipulado por exactamente los mismos grupos que ha dicho combatir desde siempre. Sólo en ese modo se entiende que buena parte de las figuras locales que ocupan posiciones dentro del partido, formen parte de tales grupos o se plieguen cuando menos de forma sospechosa a tales intereses. Si a ello se suma que el grueso de sus esperanzas por hacerse con posiciones en los circuitos de poder, se han cifrado en el empuje carismático electoral de su fundador, sin que este haya terminado de conseguir todo lo que prometió que conseguiría con sólo llegar al poder, porque no se le ve como gobernante la misma decisión y voluntad que como candidato mostró. Se puede comprender muy claramente el reto monumental al que Morena se enfrenta en San Luis Potosí y otras localidades, de cara a las elecciones de 2021.
No hay en realidad nada nuevo, esto que describo no ha venido ocurriendo como resultado de un deterioro gradual en donde se haya ido de más a menos, ocurre como síntoma de la amplitud y heterogeneidad de voluntades en torno a las cuales se conformó el esfuerzo de llevar a la presidencia a López Obrador, bajo la premisa de que cualquier cosa era buena, con tal de sumar votos, así fuera la conveniencia de terminar integrando en el esfuerzo, a todo lo que se pudiera, en la creencia de que la fuerza del sistema político perfectamente justificaba el esfuerzo de tragarse las contradicciones y hacer equipo con actores marginados del propio sistema; en la creencia de que una vez en el poder, la voluntad del Presidente junto con el poder de las bases militantes, sería suficiente para limpiar y/o depurar el partido para hacerlo en la práctica, congruente con su discurso político.
Pero no ha sido así, y no lo ha sido porque falten las ganas de los militantes de a pie por limpiar al propio partido con el que tan entusiastamente contribuyeron a formar para llevar al poder al candidato más popular en los últimos 30 años, sin embargo es un hecho que hoy por hoy Morena tiene la casi imposible tarea de corregir lo que desde inicio hizo mal, dándole cabida como operadores políticos a numerosos actores marginados del propio sistema, que se sumaron a Morena, porque ya no tenían a donde más ir, vendiendo la idea de tener experiencia, y la vez dar batalla electoral. Tarea que se antoja quijotesca, porque el día de hoy la misma estrategia que se usó para llevar a Palacio Nacional a López Obrador, asfixia cualquier posibilidad de hacer las cosas realmente diferente.
Por eso y no otro motivo, es que se ve la penosa situación de que la totalidad de las candidaturas para el 2021 en el partido de la regeneración nacional, se estén disputando y definiendo, por todo tipo de personajes que nada o muy poco representan la base discursiva que tan ampliamente legitimó el triunfo de López Obrador en 2018. Morena es hoy le pese a quien le pese, –si es que a alguien le importa todavía, que muchos al percibir lo que describo, mejor se han ido deslindando de Morena, bajo el ardid de ser obradoristas sin tener absolutamente nada que ver con el propio partido–, una triste caricatura de lo que apenas en 2014 prometía ser, cuando paso de ser una corriente al interior del PRD, a un nuevo partido con el cometido de superar la totalidad de las prácticas partidistas que le precedieron. Una encomienda en la que hasta este momento ha fracasado, porque ha terminado repitiendo casi milimétricamente el mismo tipo de excesos que en otro tiempo criticó.
Morena parece hoy condenada a erosionarse sin más. Pareciera estar mucho más cerca de la atomización y eventual desaparición, por luchas intestinas entre grupos tribales, que en posicionarse como una fuerza política electoralmente competitiva y políticamente coherente con el discurso renovador y democratizador que maneja. Lo que es todavía peor, no se ve por dónde comenzar a revertir su inexorable proceso de deterioro y descomposición. Una muerte casi autoimpuesta desde el momento mismo en el que la mayor de sus aspiraciones estuvo desde siempre, no en formar la formación de cuadros de base y/o experiencias de gobiernos que dotaran su discurso de congruencia en la práctica, sino en llanamente llevar a López Obrador a la presidencia del país al costo que fuera.
Tal y como en su momento hiciera el PRD de donde emergió Morena como corriente disidente; hoy da la impresión de que es más fácil que el esfuerzo hecho para llevar a Obrador al poder, se replique en torno a nuevas figuras políticas, por el descredito de los partidos más viejos y la asfixia en el que se mantiene el propio Morena –tanto en lo nacional, como en lo local–, que pensar en que dicho partido como tal, logre institucionalizar y dotar de certeza sus procesos para sortear su presunta desintegración.
Lo que sin duda revela lo desaconsejable que resulta apostar por una política caudillista en donde el grueso de un proyecto político se cifre en el liderazgo cuasi omnipresente de una sola figura. No de a gratis la Ciencia Política insiste en que lo importante para garantizar la viabilidad en desarrollo político de una sociedad, no sean las personas, sino sus instituciones y el contenido cotidiano con el que se les hace efectivas. Pero para el caso de México, no se trata de una excepción, sino de la norma lo bastante regular que tiene el día de hoy convertido nuestro sistema de partidos en un auténtico panteón político con cada vez más partidos, que en su gran mayoría subsisten de forma por demás artificial y lo que es peor, sufragados por los impuestos de todos. Lo que vuelve su mantenimiento un negocio lo bastante lucrativo para quienes se hacen con el control de los mismos.
La pregunta permanece en el aire a la espera de que la evidencia confirme o eche por tierra la tesis que aquí sostengo. Pero una cosa es innegable, por el rumbo que hoy va Morena, está muy lejos de ser el partido que alguna vez prometió ser. Luego entonces, resta por ver si en el propio Morena, comprenden cabalmente la envergadura del reto que hoy enfrentan de cara año que viene. O si por el contrario, terminan pasando a engrosar las filas de los muy numerosos partidos que sólo existen en el membrete y prácticamente sin militancias. Lo cual debiera preocuparles, porque no queda claro si serán capaces de sortear la eventual salida del escenario político del propio López Obrador, un tema en el que sin duda mucho importará si este es o no capaz de ofrecer en alguna medida, el tipo de resultados que alguna vez prometió y que hasta el momento ha quedado a deber; tiempo al tiempo.



















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