Ágora: La vida y la importancia de ser humanamente solidarios
- Emanuel del Toro
- 12 dic 2023
- 6 Min. de lectura

La vida y la importancia de ser humanamente solidarios.
Por: Emanuel del Toro.
No tengo idea de si seré capaz de expresar todo lo que auténticamente quiero decir en estas líneas, pero he de comenzar diciendo que dedico el presente comentario a la memoria de mi tío Luis, el hermano más joven de mi padre. Mi propósito con ello, es invitar a reflexionar sobre la importancia del vivir la vida a plenitud, siendo flexibles, pero sobretodo, todo lo humanamente solidarios que podamos; haciendo el bien, sin mirar a quién. Lo expreso de este modo, porque no quiero terminar hablando del presente tema con las fórmulas a las que tradicionalmente se acude.
La verdad es que hacerlo de ese modo, siempre me ha parecido un tanto de mal gusto, además de poco auténtico o sincero, incluso vago. Como si se lo hiciera por salir del paso y no hubiera un modo propio de decir todo aquello que genuinamente nos nace, ya por la ausencia quienes se van, como por el milagro mismo de la vida, y lo que esta significa. Tampoco quisiera pasar por alto la realidad, en aras de un testimonio autocomplaciente que sólo se acuerde de lo bueno, o peor aún, concentrarme, –como es que hacen muchos, ya por dolor, como por su incapacidad para perdonar y auto perdonarse–, en recordar todo aquello que no fue tan agradable y/o luminoso, al punto de terminar sobredimensionando lo negativo, olvidando que nuestra naturaleza humana es altamente polifacética y cambiante, y se encuentra por definición, llena de muchos claroscuros y/o matices que nos vuelven únicos e irrepetibles.
La gran realidad es que mi vida, –como seguramente le habrá ocurrido a más de uno–. ha estado llena de momentos en los que aquellos de los que peores referencias o testimonios escuché, terminaron siendo las personas de las que mayor cercanía y/o amabilidad o humana consideración recibí en circunstancias críticas, sin que ello haya quitado o disminuido un ápice el peso que sus rasgos más oscuros terminaron teniendo sobre sus propias vidas y las de terceros.
Lo que no significa que esto tenga porque ser una regla, que en honor a la verdad, también me ha tocado vivir episodios en los que aquellos de los que mayor solidaridad y/o cercanía esperé en momentos de incertidumbre, terminaron siendo quienes menos acudieron o se acercaron; nada nuevo bajo el sol, nuestra naturaleza humana es siempre extraordinariamente voluble, contingente e incluso caprichosa; lo menos por decir al respecto, es que por los motivos más variados, no a todos les damos la misma cara. Porque capaces de cualquier cosa, difícilmente conseguimos ser todo lo consecuentes que sería deseable, –lo mismo por los aprendizajes adquiridos, lo mismo que por los tropiezos cometidos–, antes por el contrario, con suma frecuencia existe un mundo de distancia, entre lo que asumimos que pensamos o creemos, y lo que verdaderamente nos permitimos.
Pero ojo, no será cosa de engañarnos a nosotros mismos, lo fuerte no está en que exista un mundo de distancia entre lo que decimos o creemos que pensamos, y lo que en realidad nos atrevemos a realizar, tanto como que la más de las veces, no tenemos claros los efectos que dicho dilema acarrea. Lo que es más, buena parte de todo lo que realmente hacemos, así como de sus resultados más inmediatos, se halla signado por la incertidumbre de no saber en qué modo salir de dicho entrampamiento. Somos para decirlo claramente, menos juiciosos de lo que creemos de nuestro presente por lo que realmente es, que por lo que la vida ha sido en otro tiempo, y ni que decir del futuro.
De ahí que vivamos con frecuencia, exculpándonos –no sin cierto atisbo de idiotez o egoísmo personal–, en la falsa expectativa o auto consuelo de reconocer lo vivido a partir del presente, o el futuro, dando por descontado lo porvenir. El problema es que de ese modo, se tiene pocas o nulas posibilidades de asumir la responsabilidad de hacernos cargo por lo vivido, y estar por ello mismo, dispuestos a reparar nuestros tropiezos. Lo cual si bien puede ser en apariencia tranquilizador, garantiza también que nuestras contradicciones permanezcan en modo indefinido, frenando cualquier posibilidad de crecimiento y liberación.
No es la primera vez que lo escribo: La vida es un continuo estado de emergencia, en el que cada acto pone a prueba nuestra capacidad para afrontar el reto de existir, de modos muy diversos y usualmente divergentes de los que alguna vez imaginamos hacerlo. De ahí que ningún momento pasado o presente se parezca entre sí. Del mismo modo que darlo todo, no sea sólo una opción plausible, sino antes bien, un recurso personal ineludible en el esfuerzo de hacer de nuestros días, una experiencia permanente de aprendizaje y crecimiento. Donde la más relevante de nuestras opciones individuales, se manifieste de forma permanente en una reciproca integración con la comunidad a la que se pertenece, y el reconocimiento del bien común como umbral de nuestro propio bienestar.
Vivir es caer de continuo en la excepción de no saber qué sigue, hasta que un día ya no sigue nada, o casi nada, que a eso y no otra cosa se reduce la vida misma. A pasar por todo tipo de experiencias y/o aprendizajes, teniendo el temple o la entereza de saberlo soportar y hasta disfrutar, se tengan o no razones para dolerse de que no todo salga como se quisiera. Porque en la vida, lo único constante es el cambio; vivir y soportar. La vida o la muerte, todo echado a su suerte.
Poco importa cualquier otra cosa, si no es vivir y soportar. Con el traje de una sola pieza hecho girones, porque así van los que saben, como los que no saben. Así los que respiran y los que padecen. Y lo pienso una vez más: Vivir es caer de continuo en la excepción de no saber qué sigue, hasta que un día, –cuando menos te lo esperas–, no sigue nada… Efímero y resplandeciente, el halo que habita nuestros cuerpos, ese al que con ansia nos aferramos llamándolo vida, y no es más que una fracción de lo que la existencia es... honda bocanada de aliento disperso. Lo que se pierde, lo que se va... en un instante, donde todo lo que fuimos, somos y seremos, permanece intacto.
Descanse en paz mi tío Luis; hoy estamos, mañana quién sabe. La vida pasa tan de prisa, que con frecuencia no queda ni tiempo para decir adiós. Dondequiera que hoy esté, tengo que decir que se le ha de extrañar bastante, tanto por lo vivido, como por todo aquello que ya no tendrá modo de ser, y eso es quizá lo que más duele cuando alguien que nos importa se va, todo aquello que ya no tendrá modo de ser. Nos da entonces por recordar en el acto, todas las opciones sin ejercer que alguna vez tuvimos, para acercarnos y reconciliarnos, para ser humanamente solidarios y brindarnos en la más gentil de nuestras posibilidades.
Con suma frecuencia, escucho aquello de que “tenemos más tiempo que vida”, como si con semejante aserto consiguiéramos exculparnos y/o expiar todas nuestras faltas, carencias e insuficiencias. Y lo hacemos con la socarronería propia de quien cree que siempre existirá la posibilidad de enmendar los errores u omisiones, sin comprender que nadie tiene nada seguro, salvo que un día no estaremos más. Luego entonces, bien haríamos en romper todas nuestras convenciones, hoy que aún podemos, para ser más flexibles y autoindulgentes, lo mismo que para acudir al encuentro de aquellos que nos importan, exista o no las condiciones idóneas para hacerlo. No sea que el día menos esperado, se corte de tajo cualquier posibilidad de acercamiento.
El caso es que como se dice coloquialmente; con frecuencia “perdemos lo más, por lo menos”, porque ensimismados como vamos con el ritmo diario de la vida, se nos olvida que estamos de paso, y que no nos llevamos más que lo vivido. Se nos olvida que más allá de lo que conseguimos acumular o atesorar, vivir cobra importancia por lo que hacemos en términos de ser humanamente solidarios; vivir importa por todo lo que tenemos la audacia de enfrentar y/o superar, tengamos o no una idea del cómo. Desde luego que para hacerlo, no existen fórmulas establecidas, cada quien sabrá cómo o cuándo decide intentarlo, sin embargo, para vivir a plenitud, me parece fundamental ir ligeros de equipaje; sin razones para cargar la memoria de lo vivido, de auto reproches o enconos intestinos.
La vida es extremadamente corta, que no nos engañe la ilusión de que el tiempo pasa a cuentagotas o muy lento; sólo porque no nos demos cuenta de la velocidad a la que se va y se nos va, no significa que la tenemos segura. Hay que hacer permanentemente la diferencia, mientras podamos. Que nos sorprenda la muerte, tranquilos de haber cumplido con aquello que auténticamente nos importaba; porque eso de pasar por la vida sin tener el coraje de vernos romper ninguna convención, atreviéndonos a plantarle cara a la inercia de darnos mutuamente lo peor que todos somos capaces, no nos hace ningún favor. Ni lo hace en términos personales, ni mucho en lo colectivo o social.
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