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Ágora: La pandemia. ¿Un modo distinto de encararla?

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 14 dic 2020
  • 4 Min. de lectura

Por: Emanuel del Toro


La pandemia. ¿Un modo distinto de encararla?

Una alimentación terriblemente deficiente, con hábitos de vida extremadamente desordenados y un exceso de estrés crónico, como resultado de una vida laboral deshumanizante y una sobreexposición mediática que en vez de informar, desinforma, nos hace mucho más daño que cualquier virus presente o futuro pueda hacer sobre la salud; además de los obvios efectos psicológicos que esto genera, está demostrado fuera de toda duda que altos niveles de cortisol, “la hormona del estrés” en el cuerpo, pueden pulverizar el sistema inmune. Con o sin vacuna, con o sin antídoto farmacéutico de por medio, que contrarreste al covid-19, es casi seguro que igual se pueda morir de prácticamente cualquier causa con semejante estilo de vida. Mientras no tengamos eso en claro, aún si mañana halláramos todas las curas posibles a todos los males de salud y/o enfermedades del mundo y se suministraran a la totalidad de la humanidad, es seguro que las tasas de mortalidad en el mundo permanezcan como hasta ahora, e incluso sigan escalando. No son los virus o las enfermedades los que nos matan como tal, es el propio sistema mundo dentro del que vivimos. Ese modo de pensar segmentado y fuera de toda lógica, en que por mero adoctrinamiento ideológico, se nos ha hecho creer que se puede someter a tal punto a la mayor parte de una sociedad, en beneficio de unos cuantos, sin que exista la más mínima consecuencia por hacerlo. Se haría mucho más por aumentar las posibilidades de sobrevivir a cualquier padecimiento o afección de la salud, haciendo estructuralmente posible un nuevo modo de vivir, más sano, menos estresante y de mayor calidad en términos humanos, que manteniendo intacto el modo que llevamos de vivir, promoviendo el confinamiento semivoluntario en casa, hasta resolver con laboratorios lo que es resultado de un modo poco propicio para vivir humanamente. De no comprenderlo a cabalidad, crisis como la actual habrán de seguirse presentando de forma cada vez más frecuente; y lo que es peor, cada vez prometen ser más letales. Si a ello sumamos los efectos que sobre el ecológico del planeta tiene nuestro exceso de actividad industrial, así como la expansión de la mancha urbana, ello habrá de terminar favoreciendo nuestra exposición a cada vez mayor cantidad de agentes patógenos para los que nunca antes estuvimos preparados. Digo, si al menos un poco de confinamiento en casa la mayor parte del presente año, por millones de ciudadanos asustados en todo el mundo, no ha dejado en claro el potencial efecto positivo que sobre el ecosistema genera una drástica disminución de nuestro impacto ambiental, entonces no sé realmente que pueda convencernos de que no es posible permanecer viviendo como hasta ahora lo hemos hecho, sin terminar pagando sí o sí las consecuencias de nuestra brutalidad. Nuestro actual modo de vida, en sociedades mayoritariamente urbanizadas y extremadamente industrializadas, así como capaces de producir exceso de riqueza, aún si deliberadamente se le distribuye de forma por demás desigual. Es el estilo de vida que lleva siendo a lo largo y ancho de todo el mundo, por lo menos los últimos 200 años; 150 años para efectos de Latinoamérica y nuestro propio país, que siempre se incorporan a los procesos de desarrollo occidental a destiempo de lo que ocurre en las naciones del llamado primer mundo. Sin embargo, ello no nos ha impedido reproducir en tiempo record el mismo caudal de problemas que muestran las naciones más ricas e industrializadas del mundo. Sin ánimos de pecar de simplista o sobrado en la explicación presente, cabe advertir que es de todos sabido que ese modo de vida anómalo, hecho a pedido de cubrir la producción industrial se halla a contra natura del modo que habitualmente llevamos como civilización, cuando menos hasta mediados del siglo XVIII. ¿Qué era lo que prevaleció hasta este momento de la historia conocida? Muy sencillo, una vida mucho más apegada al ciclo natural de la vida, donde la totalidad de los contenidos sociales se hallaban anclados al valor por las actividades agrícolas. No, no se trataba en lo absoluto de sociedades idílicas desprovistas de sus muy horrendas y numerosas contradicciones, pero si al menos de sociedades más conscientes de su íntima relación con la naturaleza. La vida en aquellas sociedades era un tanto más parecida a la que hoy es todavía posible observar en núcleos tradicionales muy específicos, todos ubicados en el medio rural. Hoy inexistentes en su totalidad en el medio urbano, en donde ningún grupo por más reservado que se muestre, logra sustraerse de las consecuencia que genera nuestro modo de vida urbano e industrializado. Huelga decir que en tales comunidades es bastante infrecuente, por decir lo menos, observar el tipo de padecimientos de salud que tipifican a las sociedades más modernas del mundo; no hay apenas, cuando no hay condiciones económicas que lo favorezcan, cuadros de estrés, o de alimentación deficiente, ni que decir de problemas de salud crónico degenerativos o de alteraciones psiquiátricas producto de jornadas o estilos de vida laborales deshumanizantes. Lo que insisto, no quiere decir que tales sociedades no tengan sus contradicciones o que estén libre de cuotas de injusticias que sobreviven sobre bases tradicionales inmemoriales. Pero que sin duda deberían ofrecernos una pista muy plausible del efecto que sobre nuestras vidas tienen los sistemas económicos como los que caracterizan a las actuales sociedades. Sirva para muestra decir que existen países en todo el orbe, cuyas sociedades han ganado reputación de hallarse entre las pocas de todo el mundo, tales como Suecia, Dinamarca, Canadá y Japón, donde han resuelto exitosamente la mayor cantidad de contradicciones materiales, y aun así muestran tasas excepcionalmente altas de mala alimentación, estrés y cualquier cantidad de problemas médicos sin aparente explicación, que degradan su calidad de vida hasta puntos inimaginables. Lo que se expresa en una alta incidencia de suicidios, automedicación o adicciones y problemas psiquiátricos. Yo no sé los demás, pero a mi muy limitado entender, ¿algo debería decirnos semejante equilibrio-desequilibrio no? Al menos pistas debería de dar del tipo de directrices que tendría que seguirse, si realmente se espera que salgamos de la actual crisis sanitaria en todo el mundo, con perspectivas de largo aliento. Porque como no lo hagamos, cualquier solución concebida en el marco de conservar nuestros actuales modos de vida intactos, sin el más mínimo atisbo de cambio, a la esperanza de que el confinamiento y soluciones ideadas en laboratorio resuelvan las consecuencias de nuestros desequilibrios, no hará sino dilatar, de forma cada vez más costosa, la persistente aparición de escenarios semejantes al actual.

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