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Ágora: La normalidad en México. Una radiografía dolorosa - PARTE II

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • hace 2 minutos
  • 4 Min. de lectura
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La normalidad en México. Una radiografía dolorosa. - PARTE II.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

Pero así está todo bien, esa es la normalidad en la que siempre hemos vivido –y viviremos–, es además la normalidad que continuará siendo aunque la llamamos de nueva manera. Ese es el mundo que se nos enseñó a resistir y mal vivir, con la esperanza de que así como se lo padece, quien sabe y algún día con algo de suerte nos toque jugar –cual si de sacarse la lotería se tratara–, en el bando de los que todo lo pueden aún si no tienen el más mínimo mérito para ello, y que las mieles del privilegio nos colmen la vida de comodidad y gracias.

 

Relaciones públicas le llaman al arte de vivir cual si se lo mereciera, de las conexiones o de los contactos que se tiene. Compadrazgo, amiguismo, influyentísmo y familísmo amoral lo llama la Ciencia Política a esa mezcla de lealtades palaciegas al estilo de una mafia con la simulación y las apariencias como denominador común, con el que algunas sociedades llevan el ejercicio del poder político y su vida pública resultante con amplia discrecionalidad para beneficio de muy pocos y donde la legalidad queda siempre supeditada al capricho y el ánimo voluble e intermitente de los que controlan los circuitos de poder del Estado. Poco importa qué partido es el que está a cargo de la administración pública, nuestras miserias aprendidas y/o cultivadas son tan regulares que se han vuelto cultura. 

 

Esa es la normalidad que no hemos superado jamás, esa es la normalidad por la que toda la vida me he sentido extrañando la Columbia Británica o el Washington de mi infancia, esa es la normalidad por la que mi padre al venir a México en mi adolescencia, me advirtió que olvidara todo lo que en confianza, reciprocidad interpersonal y regularidad del Estado y las instituciones públicas había aprendido en el llamado primer mundo.

 

Lo que me dijo tan crudo, como triste, pero cierto y sobretodo vigente: Aquí la gente es culera y falsa, embustera y oportunista, simuladora; y si pueden te pisarán la cabeza para ellos salir adelante, aquí los amigos no existen ni las familias importan, ni la lealtad significa nada, olvídate aquí de códigos, respetos y/o consideraciones de ningún tipo, aquí cada quien va por la libre y cuanto más rápido lo entiendas, mejores serán las posibilidades de evitarte disgustos.

 

Esa es la normalidad por la que siempre me he sentido fuera de lugar en México, y de la que apenas puedo decir algo que me dé orgullo, porque aquí no hay en realidad quien pueda vivir. Porque no hay con todo lo que me digan, nada por lo que sentirnos orgullosos de tener un país hecho mierda, a sabiendas del daño que nos hacemos por no ser solidarios, ni leales o siquiera respetuosos de la propia palabra, o de lo que los principios significan.

 

Esa es la misma normalidad por la que apenas tengo amigos verdaderos, porque no me gusta tener que verles la cara a personas que te hablan sólo cuando piensan que se te puede sacar algo o porque les beneficia hablarte. Esa es una normalidad por la que constantemente me siento avergonzado, cada que los amigos de la primaria en los EEUU que he hallado en redes, me preguntan qué dónde vivo hoy y qué hago para vivir. Sin que ellos terminen de entender qué hago en un país donde no existen oportunidades de ningún tipo para los que no tienen relación con los circuitos de poder, por lo que poco importa si se tiene talento o creatividad, es un hecho que aquí para todo se necesita “padrinos”, cual si de la puta Cosa Nostra o La Camorra se tratara.

 

Como tampoco entienden por qué es que permitimos tanta rapacidad de quienes deberían cuidar los intereses públicos, sin decir lo más mínimo, y les digo que supongo que lo hacemos por exactamente las mismas razones que ellos soportan que sus gobiernos le hagan la vida miserable a los ciudadanos de otros países, aunque ellos mismos no estén de acuerdo con irle hacer la vida un infierno a otros sólo para quitarles petróleo o cualquier otro recurso. Y se encojen de hombros, porque aunque saben que nada bueno puede salir de acostumbrarnos a vivir por debajo de nuestras posibilidades, ellos mismos tienen su propia normalidad que no habrá de cambiar un ápice por mucho que se le llame nueva normalidad. 

 

Tengo un puñado de sueños que cumplir –tener familia, vivir con humana decencia, en un lugar donde el Estado de Derecho si rija y que por ello mismo pueda vivir conforme al mérito y/o ganarme el pan haciendo lo que me gusta sin tener porque pasar por encima de otros para conseguirlo–, realizaciones todas que sé que no serán nunca posibles mientras permanezca en este país de mierda, por mucho que algunos de mis más cercanos piensen que yo mismo soy parte de los privilegiados sólo porque mi padre terminó emigrando del país por las mismas razones que aquí describo. Es extraño decirlo, pero no creo buscar nada distinto a lo que otros quisieran para sí mismos, pero es un hecho que es más fácil irme y conseguirlo fuera, que pensar que alguna vez vayan a cambiar las cosas aquí, sólo porque un puñado de locos o informes como uno tenemos la osadía de denunciar las cosas o decir que otro mundo es posible.

 

Y no creo estar solo en la llana y simple idea de que es más fácil irse del país y salir adelante, que quedarse por pensar que alguna vez fuera a cambiar nuestra suerte si nos organizáramos, no por casualidad de los 320 millones de habitantes que el vecino país tiene, 36 millones son mexicanos y 31 millones mexicoamericanos, sin contar al resto de los latinos y sus descendientes, porque entonces se vuelven casi una tercera parte del total de habitantes.

 

Porque no, aquí en México no hay otro mundo posible que el de la continuación de la normalidad de siempre, la misma de la que todos dicen dolerse pero no hacen lo más mínimo para cambiarla, la misma que no va cambiar porque de vez en cuando se dé el caso de que algún gobernante en turno declare transformaciones. Quizá lo más triste y/o desesperante sea que nada en este sistema de mierda que toleramos contra todo pronóstico, es casualidad, incluso el desaliento de los inconformes como este pobre diablo que aquí escribe está milimétricamente estudiado.

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