Ágora: La importancia de ser uno mismo
- Emanuel del Toro

- 25 sept 2022
- 5 Min. de lectura
Por Emanuel del Toro.

La importancia de ser uno mismo.
Es tan amplia la naturaleza de nuestras emociones, como el caudal de sus carencias consecuentes. A menudo me gusta pensar que si la naturaleza de nuestros despropósitos puede llegar a ser tan amplia, con más que justa razón tendrían que ser las razones que tengamos para querer dar algo positivo, no necesariamente porque tengamos siempre la mejor disposición, sino porque asumo que a todos nos gusta estar en paz con nosotros mismos; a veces es tan básico lo que se busca o se necesita, que sería de suma importancia volver sobre lo más elemental para generar las razones suficientes que nos permitan echar a andar los cambios que nos saquen de todo aquello que nos impida autor realizarnos tanto en lo personal como en lo colectivo.
Cuando la gente que se siente miserable consigo misma, no encuentre algo que criticar en lo que haces, piensas o sientes –por la sencilla razón de ser congruentes a quienes somos–, intentará desacreditarte por lo que tienes o no tienes, creyendo que eso es tan importante para ti como lo es para ellos. Mas tú mantén la calma y sigue en lo tuyo, no te detengas un solo segundo para preguntarte si estarás o no haciendo bien –y no digo que no sea importante detenerse a pensarlo un poco, porque siempre hacer un examen de autocrítica será muy saludable para corregir y o mejorar–, pero vamos, la vida es tan corta e irrepetible, que aún en el caso de estar equivocado, lo realmente importante es no permitirse el despropósito de dudar de uno mismo; casualidad no es que siempre se dice que es mejor arrepentirse de lo hecho, que de lo que nos hubiera gustado hacer,
Así de cierto como que la vida dura muy poco, es que hagas lo que hagas, y lo hagas como lo hagas, nunca darás gusto a nadie, así sea que se trate de aquellos que amas o te importan; al final de lo único que te arrepientes con el tiempo es de todo aquello que te hubiera gustado hacer, pero por miedo, pena o inseguridad no hiciste. El primer fundamento del auto respeto, es tener el valor de ser consecuentes con todo lo que decimos amar y/o valorar, pero si nada de lo que nos es importante tiene como referente nuestro propio bienestar y/o tranquilidad, cualquier cosa carecerá de importancia. De ahí la importancia de pensar no sólo en lo que valoramos, sino también y fundamentalmente en aquellos rasgos de nuestra propia persona que nos han impedido ser consecuentes con el propósito de cumplir o realizar lo que más nos importa.
Para decirlo claramente: Identificar los detonantes de nuestras orientaciones conductuales más nocivas debería ser un aporte suficientemente importante para trabajar en dejarlas sin efecto. Es cierto que otro tanto pasa por fortalecer la voluntad y la autoconfianza, y no puede ser de otro modo porque todo aquello que nos degrada pasa necesariamente por minar nuestra propia autoimagen.
La cosa es que cada vicio, adicción o acto degradante que padecemos y/o reproducimos, es un mecanismo de afrontamiento. Lamentablemente, a veces ese mecanismo de supervivencia se convierte en un estilo de vida y de ello a perderlo todo, hay sólo un paso, el de la desesperanza y el auto abandono. Todo lo que una adicción hace, es recompensarte a través de un fetiche o una compulsión, por la incapacidad de resolver problemas cuya reparación haría mucho más por uno, que la propia idea de negar o ignorar deliberadamente lo que nos atemoriza.
¿Lo menos por decir al respecto? Nunca te acostumbres a vivir por debajo de tus posibilidades, porque quien vive por debajo de sus capacidades, posibilidades y/o talentos, termina viviendo cada vez peor. Y es que vivir mal, es similar a vivir bien, todo en la vida es incremental. El punto es que tú decides hacia dónde quieres llevar el incremento; si hacia lo positivo, o hacía lo negativo. Lo sé, dice fácil, pero no lo es, no cualquiera resiste la responsabilidad de pensar qué y cómo lo hace en lo diario para salir adelante, pero es un hecho que cualquier consideración que exija reconocer nuestro modo de vivir, tendrá necesariamente implicaciones tanto individuales como colectivas o sociales.
Fiel a mi costumbre de pensar siempre no sólo en lo personal, sino fundamentalmente en las implicaciones sociales de los modos de pensar y/o actuar en lo individual, lo menos por decir de esta sucinta reflexión es que con tantas cosas que se mal hacen a diario, si cualquiera de todos esos que se regodean en señalar los errores y excesos de propios y extraños, hicieran de su parte lo que si pueden, esos cambios importantes, que todos dicen anhelar, ya habrían sido puestos en marcha. Y no, a vivir mal –siendo objeto de todo tipo de injurias, burlas y vejaciones–, no es que te acostumbres; pasa que aprendes a sobrellevarlo y evitar que los despropósitos de otros, se conviertan en los tuyos propios.
El mal con mal no se paga ni se apaga. El único modo real de poner fin a un abuso –cualquiera que este sea–, es teniendo en el fundamento de nuestros actos, mucho más que un mero propósito por realizar; una fe inquebrantable en el acto de amar a quienes más difícil nos puede resultar, lo que incluye sin duda, y fundamentalmente, a todos aquellos que rutinariamente son tenidos por adversarios. Porque no hay virtud en amar, sólo a quienes nos aman, ni audacia-valor en procurar, sólo a quienes nos procuran.
Ser lo suficientemente congruentes con nosotros mismos, para actuar siempre de una sola pieza, es más cosa de dar lo que no hemos sabido dar antes, que de negarnos permanentemente a flexibilizar nuestro modo de pensar. Y ojo con el tema, porque como ya he dicho antes, cuando de salud emocional se trata, tan importante son las implicaciones personales, como las colectivas o sociales. Pero no nos llamemos a engaño, porque lo colectivo no es algo que acontece lejos de uno mismo. Piénsese por ejemplo en las implicaciones que el tema tiene para quienes más importantes nos son, como es el caso de los hijos o la familia misma. Que por qué lo digo; es poco productivo educar a nuestros hijos para que desconozcan el mundo o para alejarlos de sus peligros potenciales, haciendo –sobre la base de nuestras propias experiencias–, como que no existen.
Lo que hay que hacer no es prohibirles la vida o sus experiencias por miedo a que algo les pase; ni siquiera propiciar su auto inhibición en el nombre de evitarles riesgos. Lo que es fundamental es inculcarles el suficiente amor propio, para ellos mismos sepan mantener siempre, una autoimagen acorde al respeto y la integridad que creemos que se merecen. Si conseguimos eso, trabajando por fortalecer no sólo la estabilidad emocional de cultivar una sana autoestima –respetando todas sus expresiones por más complejas que nos resulten de aceptar–, sino también su propia autonomía decisional desde la más tierna infancia, lograremos infundirles el hábito de mantener un criterio de pensamiento propio, que los vuelva virtualmente inexpugnables a las presiones de un entorno social frecuentemente tóxico, donde la necesidad de encajar puede llegar destruir la vida de cualquiera.
Sólo en la medida que hagamos lo necesario para que desarrollen su propia autonomía decisional y un amor propio a prueba de apegos que los inhiban, hagan lo que hagan, el contenido de sus decisiones de vida terminará por ser una extensión cuasi natural de la autoconfianza que sienten en sus propias capacidades, y no un peligro constante en el que cada etapa de sus vidas signifique una afrenta posible a la estabilidad de su persona. No evitaremos con ello que se puedan llegar a equivocar, pero al menos no mantendrán entre sus recursos de vida, las poco o nada saludables costumbres de quererlo controlar todo, apegarse al maltrato por aprobación, o incluso tener porque conformarse con ser maltratados, ahí donde no sienten respetados y tantas otras carencias más con las que buena parte de la sociedad se ha acostumbrado a crecer y son de hecho las razones más recurrentes por las que se toman las peores decisiones de la vida.

















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