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Ágora: Historia y presente. Una relación necesaria pero compleja

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • hace 4 minutos
  • 5 Min. de lectura
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Historia y presente. Una relación necesaria pero compleja.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

Las guerras y/o los conflictos de cualquier índole, son hechos para robar, eso no debe olvidarse nunca. Para robar, lo mismo en el campo de batalla, que con las sanciones resultantes tras el fin de la guerra; sanciones que aunque no se lo diga abiertamente, incluyen la propia reconstrucción de los vencidos, vía contratistas privados. Motivo por el que los vencidos pasan a ser reconstruidos por la intermediación de los vencedores. Que sí, que siempre se alegan razones valerosas para justificar una guerra, como la libertad, la democracia, la justicia o cualquier otro principio moralmente deseable, desde luego. Sin embargo, es un hecho que todas y cada una de las guerras que se han dado a largo de la historia, se han emprendido en el nombre de defender los más nobles principios, con todo y que lo único que una guerra deja a su paso, es destrucción y/o desolación.

 

Cabe advertir al respecto, que entre más se simplifica un proceso histórico, peor es la incomprensión que prevalece del mismo, así como el desconocimiento de la relación entre el pasado y la realidad social presente. De ahí que con frecuencia se escucha decir; primero, que quien no conoce su historia, puede terminar condenado a repetirla, incluso de forma velada y persistente; y segundo, que la historia la escriben quienes vencen, es decir, que lo que sobre el pasado conocemos, es de facto, una interpretación deformada y/o a modo con los intereses y la visión de quien establece su dominio o control.

 

La cuestión de fondo se relaciona con que cualquier sociedad por precaria e inestable que sea, tiende a producir las narrativas que le dan su propio sentido de identidad e integración o cohesión. Porque sólo cuando el ciudadano promedio se siente parte de una sociedad, como miembro de pleno derecho, es que se propician las condiciones necesarias para que un país se desarrolle y crezca. Pero qué ocurre cuando la narrativa resultante de nuestro pasado, y por ende el entendimiento que del presente tenemos, pasa necesariamente por terminar desconociendo a todos aquellos que no se ajustan al discurso dominante. Qué esperar cuando la afirmación de quiénes somos, pasa necesariamente por desconocer o injuriar a aquellos que no se ajustan a la norma social dominante.

 

Las verdades a medias son mentiras completas. Lo digo así, para precisar que en toda circunstancia histórica, existen dos modos diametralmente distintos de interpretar lo sucedido, ya que todo conflicto deja tras de sí, dos visiones encontradas. Por un lado, la de aquellos que tras el conflicto salen victoriosos, estableciendo por ende, no sólo un dominio, además un modo de entender y/o justificar su dominación; por otro, la de aquellos que tras la guerra, terminan derrotados, y a quienes se les termina por imponer, no sólo consecuencias punitivas, sino también y/o fundamentalmente, una narrativa. Que no es otra cosa, que un marco interpretativo que responde a los intereses de quienes han vencido.

 

Para el caso, la realidad de lo sucedido, estará siempre a medio camino entre lo que sostiene un bando y otro. Con esto lo que digo, es que si realmente aspiramos a construir explicaciones mucho más precisas y/o instrumentalmente útiles para entender el mundo en el que vivimos y/o los conflictos resultantes de los vaivenes de poder, es preciso ser capaces de superar la prevalencia de argumentaciones explicativas falaces y/o sesgadas, que no hacen otra cosa que alimentar inexactitudes, al tiempo que favorecen el encono y/o el divisionismo, o una perenne cortedad de miras orientada por motivos ideológicos.

 

Porque cuando de guerras y/o conflictos hablamos, no basta con imponerse por la fuerza, además es preciso afianzar el dominio conseguido, a través de la imposición de una interpretación que le dé sustento y sentido al conflicto. Si las guerras sirven en lo formal, para robar, lo mismo que para dominar, o como se lo dice de modo más medido en el argot político, por razón de “intereses estratégicos” en disputa. Es justo decir que tras su finalización, sus resultados terminan por afianzarse, no sólo en el dominio y/o la influencia militar conseguida de uno sobre otro, sino fundamentalmente a través del desarrollo de una narrativa. Cuyo cometido, no se limita a justificar el propio conflicto, además busca redefinir el entendimiento del mismo y su relación con el presente. De ahí que se diga, que la historia, es ante todo, una historia viva, con consecuencias insospechadas sobre el presente.

 

Las guerras y/o la dominación de unos sobre otros, se afianza no sólo por lo que ocurre de manera directa en una contienda, sino a través de la construcción de narrativas, que no sólo justifican conflictos, encima pesan sobre la visión del mundo que prevalece como dominante tras el conflicto. Porque a la dominación resultante del conflicto, sólo se le puede mantener de manera regular y sostenida, haciendo prevalecer la visión de aquellos que han conseguido imponer por la fuerza su propia lógica de pensamiento.

 

En ese sentido, otro tanto ocurre con cualquier coto de poder. Si el poder se hizo para ejercerlo, –como es que afirman los entendidos del juego político–, es justo decir que se ejerce, no sólo para dominar, sino fundamentalmente para retenerlo. Para no dejarlo escapar, incluso para concentrarlo y acrecentarlo. Porque el único poder, capaz de prevalecer en el tiempo, es el poder que logra institucionalizar sus referentes, el que es capaz de nulificar a sus opositores, con miras a establecer un discurso dominante, que monopolice el entendimiento de la realidad.

 

Luego entonces, es preciso recuperar la dimensión simbólica de lo que ejercer el poder conlleva, para efectos del entendimiento de nuestra propia realidad política y social. Porque en caso contrario, seguiremos incapaces de establecer una conexión lógica entre nuestro pasado y nuestro presente. Y lo que es peor, permaneceremos como hasta ahora, incapaces de superar la manipulación de aquellos que en el nombre de redimir a unos, son perfectamente capaces de infravalorar y/o desconocer las necesidades de otros.  Porque la construcción de relatos políticos extraordinariamente simplificados, con lógicas de pensamiento maniqueas y/o xenofobas, que lo apuestan todo al encono y/o a la prevalencia del conflicto, jamás han dado resultados duraderos y/o estables, como no sean la excesiva concentración de poder entre quienes ejercen la autoridad, en detrimento de aquellos que no comulgan con la posición dominante.

 

Ese no puede ser un buen modo de propiciar las condiciones necesarias para que una sociedad consiga superar sus falencias estructurales y/o históricas más significativas. Urge pues, comenzar a trascender esa tendencia que toda la vida ha caracterizado a América Latina y México en general, como sociedades en permanente conflicto consigo mismas,. Porque como no lo hagamos, seguiremos favoreciendo nuestra permanencia como sociedades subdesarrolladas, que viven muy por debajo de sus posibilidades materiales reales, porque no hemos sido capaces de generar narrativas que nos reconcilien por igual con todas las partes constitutivas de nuestra identidad.

 

Una responsabilidad compartida, que exige atrevernos a cuestionar y trascender la narrativa simplificada de todo lo que alguna vez se nos dijo que éramos, para a partir de ahí, comenzar a construir un relato nacional, mucho más fidedigno con la realidad, que nos permita comprender simultáneamente nuestro pasado y presente. 

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