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Ágora: Fútbol y violencia en México

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 14 mar 2022
  • 5 Min. de lectura

Por Emanuel del Toro.

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Fútbol y violencia en México.


Primero 17 ejecutados en Michoacán, luego un puñado de muertos y al menos 25 heridos –aunque algunos hablan de más, con todo y que el recuento oficial niega los muertos–, en un estadio de Querétaro, más seguimos con el cuento de que vamos muy bien. Diera la sensación de que lo que puede, no es que la muerte trágica y/o que la violencia se vuelvan tan habituales, sino públicas. Porque rompe el encanto del discurso oficial. Y perdonen que lo diga de este modo, pero aunque todos afirman horrorizarse por la violencia que hoy prevalece en el país, la verdad es que ninguno la termina por reconocer en toda su magnitud, por la sencilla razón de que hacerlo tiene connotaciones políticas, cual si por decir las cosas como son, se estuviera buscando alimentar el golpeteo en favor de unos u otros.


¿Y nos admiramos de guerras al otro lado del mundo, quesque porque es horrible la sola idea de matarnos los unos a los otros en el nombre de causas sin sentido, pero aquí nos matamos y/o atacamos lo mismo en un velorio, que en un partido de fútbol? Repito, en México parece que lo que horroriza no es la inseguridad y/o la muerte trágica, sino que estas se vuelvan públicas. Porque reconocerlas claramente rompe la hegemonía de un discurso oficial centrado en el combate a la corrupción y la desigualdad social, y en donde la violencia se minimiza, al tiempo que cualquier episodio público presente se asocia con un mal generado por pasadas administraciones; un argumento que cada vez suena menos convincente.


Pero si a nivel de lo público se busca minimizar la cuestión, porque se la mira a razón del costo político que ello conlleva, otro tanto ocurre en el ámbito de los negocios y/o las inversiones por parte de los dueños de los equipos de fútbol, como de las televisoras que negocian los derechos de trasmisión de los partidos. No de a gratis se ha intentado por todos los medios y pese a las numerosas evidencias, negar y/o minimizar la gravedad de la ocurrido, sin reconocerse la muerte de varias personas en un estadio de fútbol –que en el mejor de los casos siguen reportadas en calidad de desaparecidas–, porque claro, reconocerlo implicaría el riesgo de que México pierda por sanción su participación en el mundial de fútbol de Qatar, e incluso la sede compartida del mundial de 2026; y terminar con ello comprometiendo la friolera de un negocio valuado en los dos mil millones de dólares entre patrocinadores, publicidad y derechos de trasmisión de partidos.


Mal muy mal, así nadie gana, ¿o sí? Si se trata de decir las cosas como son: cada que una tragedia ocurre, la ideología corre presura a utilizarla. Pero una cosa es inobjetable: Las multitudes con operativos de seguridad deficientes, siempre terminan en tragedia. Si a ello se agrega los ánimos desbordados de una sociedad en la que la violencia se encuentra no sólo muy extendida, sino además normalizada, no es de extrañar lo ocurrido en Querétaro este 5 de marzo, lo que es más, es probable que se vuelva a repetir por la falta de coordinación con la seguridad de muchos estadios en el país se lleva.


Es cierto, cada cual según su discurso manejará las cosas a su modo; algunos dirán que lo sucedido es reflejo del grado de descomposición social en el que país ha caído, sin faltar los que incluso sugerirán que ello prueba lo alejados que estamos de Dios, los valores, la educación o la familia; otros aprovecharán la ocasión para culpar de lo sucedido a la incapacidad gubernamental, sea esta local, estatal o nacional; algunos más objetaran que el episodio prueba la legitimidad de sus reclamos contra la violencia de género, porque la masculinidad tradicional violenta, los más radicales en ese sentido, dirán que ello prueba que los hombres son siempre el problema; tampoco habrán de faltar los que sostengan que lo sucedido prueba el escaso o nulo valor de deportes como el fútbol; sin faltar los que busquen ligar el episodio a cualquier otro problema público.


Nadie resultará ajeno a la tentación de usar el episodio para legitimar su modo de pensar, tal y como ha ocurrido siempre que algo escabroso acontece, sin que las razones de fondo se terminen de resolver, mucho menos de discutir públicamente con seriedad; aquí vamos siempre de escándalo en escándalo, jurando que se tomaran cartas en todo tipo de asuntos, así sea que nunca se resuelva nada. Ya lo decía Benedetti: somos una sociedad en donde lo trivial se ha vuelto fundamental; los reflectores del espectáculo y/o las acusaciones vacías, van siempre por delante de las responsabilidades y las reparaciones de fondo. Y no, aquí el problema real, no es qué hacemos con las barras bravas de cualquier equipo, es por qué reconocemos y/o recordamos que hay mucho que resolver hasta que los pendientes se vuelven vidas perdidas o desgracias que lamentar.


Ah por cierto, por aquello de no perder la costumbre con exaltar estupideces, –porque pesemos lo que pensemos, para eso nos pintamos solos–, para los que están muy consternados porque el partido Querétaro vs Atlas se suspendió, como la casa nunca pierde, y al final el futbol, más que un entretenimiento es un negocio, –¡y qué negocio!, porque resulta extremadamente rentable–, las posibles sanciones nunca serán tan duras para terminar por ello dejando al país sin futbol, así que no se apuren, si lo que les indigna es que se quedaron una tarde de fin de semana sin su consabida dosis de frivolidad, otro día se las harán efectiva, todo sea por mantener a la masa contenta, lo mismo da si se juega el partido a puertas cerradas, que con un dispositivo de seguridad digno de una cumbre mundial de gobiernos.


En lo que a mí respecta, soy de la opinión de que la sanción por lo sucedido en el partido del sábado 5 de marzo en el estadio Corregidora de Gallos Blancos, debería ser tan ejemplar y pesar sobre la totalidad de los equipos de la liga de fútbol profesional de México, que no quedaran ganas a ningún equipo de tomarse la seguridad en sus respectivos estados tan a la ligera; es el colmo que con todo lo que se embolsan al lucrar con el entretenimiento de millones en el país, no tengan siquiera un mínimo de planeación en cuestiones de logística y/o seguridad. Porque hay que decirlo claramente: no es la primera vez que los ánimos de una afición desbordada, unido a un deficiente manejo de la seguridad en los estadios, termina recalando en violencia multitudinaria, pero si es acaso la primera ocasión que la violencia escala a tal punto, que deja un saldo de vidas perdidas.


De otro modo, así se tomen medidas en contra de las instituciones directamente involucradas en este caso, e incluso contra quienes directamente propiciaron todo lo ocurrido en Querétaro, es altamente probable que las razones que han hecho posible lo que esta vez sucedió, permanezcan latentes en cualquier otro estadio, a la espera de que en cualquier momento se repitan. Porque hay que decirlo claramente: no es ya la primera vez que cosas del estilo ocurren; lo que es más, sinceramente cada vez es más frecuente que vayamos a donde vayamos y/o hagamos lo que hagamos, la violencia se vuelve el pan nuestro de cada día.*


*PD: Teniendo en cuenta que el presente comentario de opinión se escribió en su mayoría previo a las sanciones que la Federación Mexicana de Futbol estableció el 8 de marzo, tengo que decir ha sido vergonzante la tibieza con la que lo sucedido fue tratado; primero, una restricción de acceso a los estados para las respectivas barras bravas, en el caso de Querétaro de tres años y en el caso de Atlas de apenas seis meses; y segundo, una sanción al propio Querétaro de poco más de 70 mil dólares para un negocio que genera a los dueños de la pelota en México, miles de millones al año en ganancias, no representa absolutamente nada, pero tampoco me sorprende, porque al final como dije hace días en mis propias redes sociales: la mafia del fútbol, también es mafia del poder.

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