Ágora: EUA y México. Dos modos distintos de mirar el mundo
- Emanuel del Toro
- hace 1 día
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EUA y México. Dos modos distintos de mirar el mundo.
Por: Emanuel del Toro.
Cada vez me convenzo más de que la diferencia entre los americanos y los mexicanos o los latinoamericanos en general, –que nos guste o no, somos hispanoamericanos–, está en que los primeros no se avergüenzan de ser unos hijos de puta. Lo que es más, se sienten tan orgullosos de serlo, que incluso lo enuncian como un “destino manifiesto”, que los ha llamado a dominar a dondequiera que vayan. Porque claro, de tal palo, tal astilla; y si algo son los americanos, –se den cuenta o no–, es orgullosos herederos del Imperio Británico. De ahí la prevalencia y/o el arraigo con el que se ha afianzado el discurso supremacista WASP, para enunciar el ideal de un Estados Unidos blanco, anglo sajón y protestante.
En tanto que los mexicanos –y/o latinoamericanos–, como buenas “víctimas”, nos hemos vuelto por cuenta de nuestras propias élites, –infiltradas en su mayoría, salvo casos excepcionales, por los americanos; recuérdese al respecto, lo que en realidad fueron las logias masónicas en América Latina durante los siglos XIX y XX, meras agencias de publicidad y/o adoctrinamiento de las grandes potencias–, en los primeros y más entusiastas compradores de esa mezquina fabulación de que seremos más prósperos y fuertes, cuanto más nos avergoncemos y reneguemos de ser herederos de sus mayores competidores, los españoles.
Por eso y no otro motivo, es que siempre se nos ha mantenido cautivos de ese discurso maniqueo, deliberadamente construido por las grandes potencias, de dividirnos entre liberales y conservadores. Una condicionalidad directamente heredada de las logias yorkinas y escocesas. Las cuales en su conjunto, hicieron todo lo posible por malograr el surgimiento de orientaciones ideológicas divergentes que operaran al margen de la dicotomía dictada desde los países centrales.
Por eso es que el discurso seudo nacionalista de la reconciliación con el pasado indigenista les viene a los propios americanos como anillo al dedo. La idea detrás, es tan atractiva como perversa, autoafirmarnos sin reconocernos, como lo que verdaderamente llegamos a ser alguna vez, los herederos más exitosos del Imperio Español, simultáneamente hispanos y nativo-americanos. Porque abrazar una identidad sin conflictos con nuestro pasado, y que incluso nos vinculara de forma más eficiente y activa con la actual España, les haría a los americanos más complicado mantenernos, como toda la vida nos han tenido, esto es, no como ciudadanos, sino como humanos de segunda.
Porque hay que decirlo con todas sus letras, así es como el ciudadano promedio en los Estados Unidos mira al resto del mundo, como personas de segunda, a las que hay que llevarles el credo de la democracia y la libertad personal como bálsamo civilizatorio. Una visión sesgada y/o sumamente distorsionada, pero deliberadamente difundida por sus propias elites, porque es el discurso que más eficientemente posibilita mantener las condiciones de privilegio sobre las que se finca su propia fantasía social del llamado “sueño americano”, que no es otra cosa que la universalización, –claramente insostenible, tanto por razones materiales, como por motivos operativos–, de su estilo de vida; para nadie es un secreto que si la absoluta totalidad del mundo abrazara semejante estilo de vida, no habría mundo que nos alcanzara. Mientras no comprendamos esto y más, difícilmente podremos trabajar por una genuina emancipación de los pueblos latinoamericanos.
Por eso y no otro motivo, es que al día de hoy permanecemos en las coordenadas de una artificiosa dicotomía entre élites nacionalistas y élites globalistas, que igual que hicieran los últimos dos siglos, nos mantienen disgregados y/o convenientemente divididos. Para que no escapemos nunca del control que ejercen, porque hay que decirlo más claramente, ambos bandos le hacen la corte al sistema mundial, convalidando desde su propia posición, su existencia. De ahí que se diga que, la casa nunca pierde. Porque ya sea que ganen unos u otros, el poder del sistema mundial se hace cada vez más fuerte.
Pero ello no debe sorprender a nadie, después de todo, la política es el reino de los psicópatas, de los más hijos de puta, y sus mieles o beneficios, son sólo para los capaces de despedazar a cualquiera que se les ponga de frente. Porque el poder político que de veras es poder, existe para ejercerse, es decir para dominar.
Por cierto, para quien no lo haya notado, la idea de pensar en cambiar un Imperio por otro; esto es, o el Imperio Español o el Británico, no es un detalle menor. Que vamos, no se reduce a conformarse con un imperialismo o con otro. De hecho, ambos modos imperialistas resultan en su composición ideológica, estilos de dominación muy divergentes. En tanto que el británico, se hace eco de la más cruda dominación, despedazando y/o desplazando a las sociedades a las que sojuzga, el imperialismo hispánico responde a una vocación de fusionarse y/o integrarse con las sociedades con las que entra en contacto. Para decirlo del modo más utilitarista y/o neutro, existen dos estilos de imperios; los que para autoafirmarse aniquilan; y los que para ello mismo, construyen o multiplican, integrándose y/o asimilándose con las sociedades con las que entran en contacto.
Sólo así se puede entender la profunda diferencia que prevalece, entre una sociedad americana, –que si bien se ha hecho así misma sobre la base una inmigración masiva, que no se ha detenido nunca–, no ha terminado de aceptar el dinamismo que su propia configuración le confiere, y una América Latina que ha sido desde siempre un efervescente crisol de culturas, que se han reinventado permanente a través de la mutua integración y reinterpretación de sus componentes. A eso era lo que José Vasconcelos llamó alguna vez, de modo cuasi poético, la “raza cósmica”, para describir la conformación de una sociedad que se ha hecho así misma, sobre la base de un mestizaje multicultural, que a través de la asimilación y la reinterpretación de sus sustratos originales, ha terminado dando forma a un verdadero Nuevo Mundo, más diverso, abierto y cosmopolita.
Estados Unidos y México-América Latina, constituyen a groso modo la encarnación de dos visiones antagónicas de mirar el mundo; por un lado, la de la autoafirmación a través de la aniquilación cultural de los contrarios; por otro, la de autoafirmación a través de la integración cultural entre contrarios. Por ello he dicho siempre que, ser latinoamericanos y desconocer la historia de España, equivale a no conocer la mitad de nuestra propia historia nacional, un sinsentido total. Que sin embargo, se sostiene a pies juntillas, porque resulta muy conveniente para el afianzamiento de los intereses geopolíticos americanos.
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