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Ágora: Estoy harto

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 4 abr 2022
  • 5 Min. de lectura

Por Emanuel del Toro.

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Estoy harto.

Estoy harto de toda esa narrativa discursiva tan conveniente para el gobierno, según la cual, si matan a alguien, es que andaba en malos pasos. Hay que decirlo claramente: la localidad se ha vuelto francamente un lío, un río de sangre. Y se ha vuelto de ese modo por la maldita incompetencia del gobierno de turno, así de grave es la corrupción. Porque la corrupción se manifiesta no sólo en todo lo que se roban quienes gobiernan, sino también y fundamentalmente en todo lo que no hacen, en todo lo que quedan cortos cuando hay que darle cuentas a la ciudadanía.

Está claro que quienes hoy gobiernan San Luis Potosí, no pueden, no cumplen y no van a cambiar nunca, porque no han dejado tras de sí, más que malos resultados en dondequiera que han estado a cargo del destino público del país. Por eso y no otra cosa es que fue siempre terrible y desafortunada decisión la de votar a quienes lo único que han sabido ofrecer a dondequiera que llegan, es despensas, garrafones de agua y útiles escolares de mala calidad. El asistencialismo social de baratijas con cultos a la personalidad grotescos, sale muy caro cuando el costo es violencia generalizada y con ello la vida de todos por igual, por mucho que siempre se diga que sólo pagan los que andan en cosas turbias.

Y mientras la incompetencia gubernamental se va revelando en toda su magnitud, para preconfigurar la estela de esa tragedia colectiva que significa todos los días, vivir con miedo; una tragedia que apenas comienza y que habremos de padecer por los próximos seis años. Una a una van quedando rebasadas cualquiera de las promesas hechas en campaña, porque ninguna de todas esas mentiras que se dijeron públicamente venían en lo más mínimo sustentadas por políticas públicas serias. Antes por el contrario, lo que hoy tenemos son gobiernos que además de corruptos e incompetentes, gobiernan siempre al contentillo, a base de ocurrencias soltadas sólo para acicalar el ego de quienes su única gracia es tener la lengua muy larga, por mucho que no sepan siquiera conjugar los verbos.

Por eso y no otro motivo es que vamos permanentemente de punta en puntada, de taco de lengua en taco de lengua, cual si hacerse cargo de una entidad fuera lo mismo que gobernar un municipio. Al final el caso es que el gobierno que hoy padecemos, lo único que sabe hacer es puro pan y circo; desgobierna a base de conciertos y obras de relumbrón que sólo apantallan incautos, así sea que se caigan por sí solas antes de lo que se espera que lo hagan, y que en no pocas veces ni siquiera se sostienen, como aquel desafortunado árbol de navidad que tuvo que ser retirado antes de tiempo ante el riesgo de venirse abajo.

Mientras se va asentando y/o cultivando esa política cortesana de rendir pleitesía a cuanta mamarrachada se le ocurra al de turno, por mucho que por lo bajo todos sepan que lo que dice o no es necesario, o es francamente inviable, porque ni siquiera se tiene la prudencia de escuchar a quienes podrían hacer la diferencia entre el hablar por hablar y convertir las ocurrencias en políticas públicas. Es lo que sigue de triste e indignante pensar que eso fue lo que desde Palacio Nacional se impuso para garantizar un equilibrio en el congreso federal a favor de Morena.

Poco importó que para ello el Presidente mismo tuviera que tragarse sus propias palabras y congruencia. Que sí, que la política o al menos la realpolitik, ha sido así desde toda la vida, ni dudarlo. Porque lo que le define es la búsqueda del poder por el poder, pero no menos cierto es, que para negociar, es siempre preciso hacerlo con gente que tenga un mínimo de idea de cómo es que se deben hacer las cosas, en otro modo ocurre lo que hoy estamos viviendo, que estamos en manos de gente que no tiene la menor idea de lo que está haciendo, pero para lo que les importa el baño de sangre en el que nos tienen sumidos, porque ellos y sus más cercanos están que ni protegidos hasta los dientes para que ni el viento los despeine. Mientras el resto de la sociedad se las arregla como puede.

Al tiempo que se desliza el más que abusado ardid mediático de que todos los que se ven abatidos por la inseguridad lo son porque seguro andarían en malos pasos, una versión que cada vez causa más vergüenza que consuelo por su nula credibilidad. En cualquier modo cuando la estrategia de culpar al propio ciudadano no surte el efecto deseado, además se afirma que todo lo que hoy ocurre es producto de una pretendida “herencia maldita”, por mucho que la única y auténtica herencia maldita que hoy padezcamos, sea la de estar siendo gobernados por la peor de las opciones posibles. Lo cual se antoja rocambolesco, porque ya de por sí teníamos malos gobiernos, para vernos descubrir que se puede estar peor.

Todo ello en su conjunto, se traduce en un creciente clima de inseguridad que no hace sino reproducir en tiempo record lo lleva décadas ocurriendo en otras localidades: San Luis Potosí se ha convertido en un narco estado, y su espacio público en una auténtica tierra de nadie. Lo más preocupante de todo es que este creciente estado de violencia sobreviene de la mano de un gobierno cuyos referentes se encuentran todos anclados a la idea de que cualquier merma en la calidad del espacio público es secundaria, si al menos se entrega algo a cambio.

Así sea que lo que se entregue esté muy por debajo de lo mínimo deseable para que todos tengan la posibilidad de salir adelante por su propia cuenta. Del otro lado de la cuestión, la gente –en especial los más vulnerables–, siempre ha de preguntarse ¿qué hay para mí? Y más allá de cualquier otra consideración, la razón es tan sencilla como que si algo hay que nos define como seres humanos, es la búsqueda de seguridad. No hay nada intrínsecamente malo en ello, el problema real es que lo se entrega en dádivas pagadas con recursos públicos, porque es lo que las despensas, el agua y/o las tortillas subsidiadas o los útiles escolares de pésima calidad son–, no compensa en lo absoluto lo que estamos perdiendo.


Menudo modo de gobernar, quedando a cargo de animales que todo lo que tocan lo convierten en un vil chiquero, cual si de una granja se tratara. No cabe duda que igual que ocurre en la vida, lo único que se pone verde, es lo que se pudre. Y este gobierno se descompone porque jede a corrupción, a opacidad, a ausencia de transparencia, a falta de claridad en la toma de decisiones, a influyentismo, oportunismo, improvisación e ineficiencia, a incongruencia. Y con ello nos arrastra absolutamente a todos –incluidos sus aplaudidores mismos–, a lo que hoy tenemos: un clima persistente de inseguridad que no tiene para cuando terminar.

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