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Ágora: En tierra de ciegos, el tuerto es rey

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 17 jul 2022
  • 6 Min. de lectura

Por Emanuel del Toro.

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En tierra de ciegos, el tuerto es rey.


Seamos francos, el problema no es que se sepa que quien hoy gobierna el estado, no está a la altura, y/o que llegó en forma fraudulenta, comprando voluntades, lo mismo con dádivas que por amenazas, la verdadera problemática estriba en que es muy fácil “decir misa”, pero hay un mundo de distancia entre el decir lo que sea, y el estar realmente dispuestos a entrarle como se debe para que se vaya, –como es que no pocos llegan a decir públicamente, por mucho que no pase todo de mera calentura. Porque justo ahí es que topamos con pared; las cosas como son: si no fuimos capaces de actuar organizados para evitar que llegara, menos haremos lo propio para hacer que se vaya, por mucho que razones sobren.

La cosa es tan sencilla como que no hablamos ya de algo exclusivamente local, digo, para nadie es un secreto el pacto con Palacio Nacional; y la verdad es que se diga lo que se diga, no hay hoy en todo el país un solo actor capaz de poner en predicamento tales intereses; ¿o qué, de veras le van a entrar como se debe si los gobiernos federal y/o estatal mandan a sus operarios, para apaciguar las cosas a pan o palo? Francamente lo dudo, y a las pruebas me remito.

Supóngase que le entran, ¿y luego? A unos los han de comprar con carretadas de dinero y/o plazas públicas o concesiones para negocios y demás exquisiteces tan propias del poder político, en tanto que a otros, –presumiblemente los más auténticos, si acaso existieran–, los ablandarían refundiéndolos en los circuitos legales del Estado, cuando no amenazándolos con afectar a sus familias, y como quien dice, aquí no ha pasado nada. Nada nuevo bajo el sol, ese cuento ya nos lo conocemos todos, casi que de memoria, porque es el de toda la vida.

Si en algo nos hemos vuelto expertos aquí desde el fin de los grandes liderazgos políticos y sociales que caracterizaron el siglo XX, es en decir una cosa y hacer todo lo contrario, o no hacer de plano nada. Porque vaya que precedentes no nos faltan de lo que desde un principio se debería haber hecho, pero mientras seamos –cono se dice en la calle–, más pico de gallo que huevos, nada ocurrirá. Ah pero como nos gusta comprar calenturas ajenas y/o vivirlas como propias. Y que quienquiera que esté termine por darnos como se dice, puro atole con el dedo.

No, no hay madera para hacer lo que desde siempre debimos haber hecho, y no la hay, porque para ser sinceros, los pocos que dicen estar dispuestos a entrarle, quesque en serio. Nomás lo dicen de dientes para afuera, que como bien se dice: prometer no empobrece; como no sea que la propia desesperación de quienes se han visto directamente perjudicados, sea la que les mueva, –como es el caso de quienes han sido injustamente despedidos de sus trabajos–, en la creencia de que si se manifiestan lo suficiente, capaz en una de esas recuperen lo pedido o cuando menos llegarán a ser recompensados, con lo que la voluntad o el capricho del operador político que atienda sus denuncias públicas decida.

Y no hay ni porque hacerse los espantados u ofendidos, porque alguien tenga la franqueza de decir las cosas como verdaderamente son. Porque hasta eso si en algo somos especialistas, es en enojarnos mucho más con quienes tienen la insolencia de decir las cosas como son, que con quienes son directamente responsables de tan lamentable estado de vida pública. Bien se dice que la mejor forma de hacerse de enemigos, es decir lo que se piensa.

De ahí que aunque grupos interés y/o sectores perjudicados por la actual administración estatal sobren, –entre empleados públicos de segundo y tercer orden despedidos, comerciantes informales, ni que decir de pequeños empresarios o grupos de particulares, sin faltar incluso, grupos de ciudadanos, que por la libre se manifiestan por los problemas más inmediatos de sus respectivas colonias–, ninguno conseguirá lo más mínimo, como no sea el modesto sostenimiento de quienes voluntaria o involuntariamente se ostenten como sus líderes, en una inercia cuyo beneficio no se compara en lo absoluto con lo que antaño se conseguía por manifestarse; ni hablar, muy a pesar de todos los que han resultado afectados, todo parece indicar que de aquí en más, tocan años de vacas flacas.

Que para como están las cosas, ya es mucha ganancia si antes no se pierde la vida o se termina extorsionado. De cualquier modo, es un hecho que ante el poco o nulo peso político de la entidad en términos electorales, los destinos de la localidad se habrán de seguir moviendo con apenas unos hilos, –y lo que está más que probado–, sin la más mínima reacción de la ciudadanía. Pero no cabe ni el enojo, la sorpresa, o siquiera la tristeza o la vergüenza, porque así es como hemos aprendido a tasarnos frente a quienes desde el centro del país deciden la vida de millones, en negociaciones cupulares, en las que la voluntad de la ciudadanía brilla por su ausencia, ese y no otro es el valor que nos damos como comunidad.

Nunca como antes en toda nuestra historia, San Luis Potosí ha tenido el gobierno que se merece. Porque hasta eso, si algo tenemos más que bien merecido, es lo que hoy tenemos. Que sí, que el espejo en el que nuestra poco o nulo compromiso comunitario se refleja resulta lo que sigue de incómodo de mirar. Ni dudarlo, pero eso y no otra cosa es lo que fuimos labrando durante años de simulación, de perenne inacción, de desafección política, de descrédito partidista, de incapacidad ciudadana para ponernos de acuerdo: vernos siendo gobernados por la peor de las opciones, y lo que es más vergonzante, sin capacidad o genuino interés para reaccionar. Esa y no otra es nuestra auténtica herencia maldita.

De ahí que nos guste o no, hoy no toca más que aprender a vivir recordando, que nada en esta vida es gratis; que quien paga para llegar, llega para robar; recordar también, que por mucho que cueste creerlo, gente y/o analistas de lo público que insistieron hasta el cansancio, lo que sería si llegaban quienes hoy están, hubo a cientos. Pero como dicen en la calle: en tierra de ciegos, el tuerto es rey; o lo que es lo mismo: cualquier mediocre parece bueno entre gente sin ningún valor. No queda sino aprender a vivir con ello, hasta que el plazo de las próximas elecciones nos dé la oportunidad de enmendar el peso de nuestro poco valor cívico, si no es que el peso de la realidad termina por doblegarnos antes.

¿Se siente enojado, molesto y/o preocupado por la violencia, por el como se ha deteriorado el espacio de lo público, por la falta de opciones, y/o por el como el grotesco reacomodo de intereses gubernamentales ha terminado pegando a miles de potosinos que se han visto desplazados por toda una miríada de actores foráneos en los más diversos rubros? No lo culpo, créame que lo entiendo mejor de lo que cree, porque he estado durante años entre los pocos que se han atrevido a decir lo que verdaderamente cree de la calidad de nuestra vida pública, pero también sé que no haremos lo más mínimo, porque no hay en realidad el genuino interés de hacerlo; al final si algo destaco, es que no votar, no elegir, no comprometerse, no honrar con los actos lo que decimos, es también una manera de decidir. ¡Y qué manera! Porque si hemos de ser sinceros, si algo hay que frustra y mucho, es pensar que la diferencia entre quien ganó y perdió fue mínima, pero eso sí, las consecuencias las habremos de pagar todos.

Pero no nos llamemos a engaño, también es justo y/o necesario decir, por aquello de aquilatar la cuestión con llana franqueza, que si no hubo interés por elegir algo mejor, como tampoco lo hay en realidad por enmendar la cuestión como es que algunos, más movidos por la calentura, que por un compromiso real de cambio, juran y perjuran que lo harían, cuando llaman a manifestar y/o dejar sentir el descontento público de la ciudadanía con el actual gobierno, es porque tampoco hay entre los sectores más encumbrados de la localidad, la conveniencia de hacerlo. Algo de lo que, nos guste o no, pocas veces se habla públicamente.

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