Ágora: Emociones y desarrollo social
- Emanuel del Toro

- 3 jul 2022
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Por Emanuel del Toro.

Emociones y desarrollo social.
Si nos decidiéramos a darle a la salud mental la centralidad que tiene, difícilmente otorgaríamos tanta importancia al anhelo de ser o no felices. Que si, que puede que en las más diversas circunstancias una cosa no necesariamente lleva a la otra, de acuerdo. Pero mientras existan tantas razones comprometiendo la regularidad de nuestras capacidades cognitivas y/o emocionales, aun si consiguiéremos la formación de mejores hábitos de vida que nos permitan salir adelante y cumplir todos nuestros propósitos, difícilmente tales hábitos rendirán todos sus frutos de forma duradera ahí donde se carezca de la tranquilidad personal para mantener los cambios que por beneficio práctico promovemos.
¿De qué estoy hablando exactamente? ¿Alguien se ha puesto a pensar cómo el estado de nuestras emociones y/o la calidad de los propios pensamientos puede comprometer todo tipo de realizaciones; desde lo personal, pasando por lo familiar, lo laboral, incluso lo social y hasta lo nacional? El punto es que cosas tan esenciales para nuestro óptimo desarrollo personal y social, como la autoestima, la motivación para hacer y/o tomar decisiones, los modos en los que valoramos nuestro entorno y/o el contenido de nuestras relaciones, todas pasan por el filtro de nuestra mente y nuestras emociones, y lejos de lo que el canon dominante de la cuestión sugiere, no siempre lo hacen en términos del más llano y raso interés estratégico.
Antes por el contrario, buena parte de nuestras respuestas y/o los modos en los que filtramos nuestra realidad y el entendimiento que de la vida tenemos, obedecen a cuestiones de las que no siempre estamos del todo conscientes, cuestiones que se enraízan en nuestros primeros años de vida, en el modo como fuimos formados, en los referentes simbólicos y/o culturales a través de los cuales fuimos socializados. Y si bien es cierto que todas y cada una de estas cuestiones se hallan permanente atravesadas por lo económico y social, no es menos cierto que no siempre dicho contexto resulta tan crucial para comprender cómo y/o el por qué hay gente que supera con mayor eficiencia los retos de la vida diaria.
La cuestión es que existe una estrecha relación entre los referentes con los que interpretamos el mundo y el tipo de ideas, emociones y significados con los que vamos formulando nuestros modos de resolverlo todo. Modos que huelga decir, no siempre resultan tan consistentes y/o racionales como estamos acostumbraos a pensar. No hay de hecho, un solo aspecto de nuestras vidas que no se encuentre atravesado por el impacto que las emociones tienen sobre nuestras acciones. Por motivación o ausencia de ella es que tomamos una decisión u otra; por falta de motivación o exceso de ella, es que decidimos una cosa o la otra. No deberíamos en consecuencia tomar tan a la ligera estos y otros temas relativos.
Nuestras emociones condicionan severamente las perspectivas de desarrollo de una sociedad. Y lo hacen de forma tan severa y/o amplia, que incluso sorprende lo poco que discutimos públicamente, cómo es que las mismas impactan nuestro mundo y lo que del mismo pensamos. Porque lo mismo transforman nuestra realidad personal, que trastocan nuestras percepciones sociales; pesan sobre nuestras decisiones individuales, en gustos y elecciones de pareja, pero también el camino de vida o en las posibilidades que nos permitimos, como ocurre con cuestiones tan cruciales como la facilidad o no para determinados aprendizajes y/o el bajo o alto rendimiento académico; pero nuestras emociones también pesan sobre el contenido de nuestras decisiones públicas más significativas, como por ejemplo la elección de un candidato y no de otro en unas elecciones.
¿Le parece un tanto extremo? Piénselo por un momento: ¿Pueden nuestras emociones ser tan poderosas como para terminar definiendo por ejemplo la elección de gobiernos? Razones no faltan para creer que sí; que vamos, para nadie es un secreto que en este país, nunca gana el candidato que mejores ideas tiene y/o diagnóstico social hace, sino el que mejor conecta emocionalmente con la masa, el que más prende al público, el que más emociona, el que mejor toca sus sentimientos, así tenga que prometer el sol la luna y las estrellas, aunque no tenga ni idea del cómo habrá de cumplir lo que promete. Total las promesas electorales rara vez se cumplen, y cuando sí se cumplen, se lo hace con sesgo clientelar, para mantener conformar a los cercanos al poder, lo mismo que para acallar algún que otro disidente, ni que decir para aglutinar masas útiles que mover en las siguientes elecciones. Pero el punto es que en la celebración de elecciones hay cuestiones implícitas, cuestiones emocionales, cuya presencia se tiene tan normalizada, que rara vez se discuten sus implicaciones prácticas.
Otro tanto ocurre por ejemplo con el rendimiento académico que los estudiantes muestra; no hay ninguna sorpresa en el reconocimiento de que cuanto más motivados se está en el aprendizaje de cualquier temática, mayores y/o más completas serán nuestras posibilidades de conseguir el éxito. Otro tanto ocurre en esta cuestión del rendimiento académico cuando se vive en condiciones de precariedad material y/o carencias afectivas severas, como de hecho ocurre en aquellos entornos familiares en los que por las más diversas circunstancias se ven problemas que comprometen la regularidad de las relaciones parentales.
Para el caso en ambos ejemplos, la cuestión crucial sobre la que más a menudo tendríamos que estarnos cuestionando, es: ¿Cómo nuestras emociones pueden terminar incidiendo de forma insospechada sobre todo tipo de cuestiones? Desde luego que por razones de dimensión espacial, ha sido más fácil concentrarse en el entendimiento de estos temas cuando se lo hace desde la esfera de lo personal y/o familiar. Pero la cuestión de fondo sobre la que me interesa recalcar es que el pesa que el tema emocional tiene sobre nuestras vidas, no se detiene en el ámbito de lo estrictamente privado, sino que tiene de continuo una incidencia permanente en la regularidad de nuestra vida pública. Cuestión que por extraño que parezca, pocas veces se lo discute públicamente.
No es de hecho la primera vez que lo digo públicamente, comprender las implicaciones prácticas de nuestras emociones y/o el modo como un manejo ineficiente de las mismas puede tener consecuencias significativas sobre las perspectivas de desarrollo personal y social, debería poder ser fuente potencial de cambios en los más diversos ámbitos de la vida. Luego entonces, haríamos bien en no tomarnos tan a la ligera nuestra responsabilidad sobre cuestiones tan cruciales como el sano funcionamiento de la mente y la estabilidad emocional.

















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