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Ágora: El estilo personal de gobernar de López Obrador


El estilo personal de gobernar de López Obrador.

 

Por Emanuel del Toro.

 

Premura, celeridad y un personalismo a prueba de instituciones, procedimientos y/o el simple sentido común, esa y no otra es la impronta que deja el gobierno de la llamada 4T. Un estilo personal de gobernar tozudo y caprichoso, que si bien hace gala de contar con un presidente voluntarioso, que no quita el dedo del renglón para cumplir en tiempo sus obras públicas más emblemáticas, a saber: el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería de Dos Bocas, el Corredor Transístmico o la red de bancos del Bienestar; en las formas resulta mucho más propio del viejo régimen autoritario priista, –al que en el discurso denuesta, con todo y que ha terminado replicando todos y cada uno de sus rasgos más deleznables–, que de un régimen genuinamente democrático, en el que se cuiden las formas en el ejercicio  de autoridad para que este sea eficiente, pero además limpio y transparente.

 

A juzgar por la envergadura de tales obras, como por el impacto que prometen tener sobre el desarrollo del país una vez que se concluyan, poco se puede objetar respecto a su importancia y/o su utilidad práctica. Sin embargo, no es menos cierto que la opinión pública se encuentra sustancialmente dividida respecto a la idoneidad con la que se ha procedido para materializar tales proyectos. De ahí que tal diferenciación de impresiones se haya traducido de continuo, en una gestión pública que permanentemente fue criticada y/o cuestionada por el ensimismamiento con el que el titular del Ejecutivo actuó para garantizar la construcción de las obras públicas más emblemáticas de su administración.

 

Desde luego he de advertir que un análisis pormenorizado de todas y cada una de las incidencias a las que se hubo de hacer frente para materializar tales obras, exige un esfuerzo que excede por mucho los modestos límites de un comentario de opinión como el presente. En consecuencia habré de limitar mi análisis a revisar los pros y contras de ese estilo personal de gobernar voluble y atropellado que ha caracterizado el ejercicio del poder de López Obrador durante su gestión, un análisis que sin duda puede llegar a resultar importante de cara al futuro, por mucho más si se considera el amplio margen con el que la candidata oficialista aventaja a la competidora de la propia oposición.

 

En ese sentido, hay que decir que si algo hay que ha caracterizado la gestión de López Obrador, es la vehemencia con la que el titular del Ejecutivo federal ha actuado para impedir que sus obras se detengan y/o sufran adecuaciones o retrasos. Su gobierno no ha escatimado en consideraciones para garantizar que sus proyectos se resuelvan favorablemente a sus intereses, aun si ello ha significado terminar actuando a marchas forzadas y de forma simultáneamente en los más diversos frentes: logístico, hacendario, jurídico, político y mediático. Todo sea por sacar sí o sí todos y cada uno de los proyectos que se ha propuesto.

 

Empero semejante voluntarismo presidencial, se ha conseguido a costa de pasar por encima de cuanta instancia y/o institución ha sido necesaria, doblegando voluntades y desoyendo incluso la opinión de los expertos, cuando no en pocas oportunidades el propio sentir de los ciudadanos directamente afectados por el desarrollo de las obras públicas emprendidas. Sin contar desde luego, lo desafortunado que ha resultado insistir en inaugurar la mayoría de las obras sin siquiera haberlas terminado realmente. En una celeridad ejecutoria, que no siempre ha salido como el propio presidente quisiera, ya lo mismo por razones políticas, lo mismo que errores de fondo en el modo como se ha pretendido proceder, pasando por encima de cuanta instancia ha sido necesaria.  

 

Para el caso, ningún criterio le ha valido al titular del Ejecutivo para siquiera introducir adecuaciones a sus propósitos de obra pública. Si a ello se suma el resquemor que suscita el creciente protagonismo que han tomado las Fuerzas Armadas al constituirse –además de vigilantes de la seguridad pública–, en el principal brazo ejecutor de obras públicas del gobierno federal en turno, se puede entender la preocupación que despierta entre propios y extraños ese estilo tan personal de gobernar que ha caracterizado a López Obrador.  

 

Sin embargo, ahí donde la oposición ha intentado –sin mucho éxito, por la escasa y/o nula credibilidad moral de muchas de sus voces más conocidas–, dar la batalla para poner en perspectiva que otras soluciones pueden resultar mucho más viables y/o eficientes, la mayoría de quienes rodean al presidente y/o participan de su administración, han resultado incapaces de siquiera hacerse oír. Lo cual es francamente lamentable si se pone en perspectiva que, aún entre quienes lo acompañan, no faltan voces informadas que bien podrían hacer la diferencia para que sus obras resulten todo lo productivas que se espera.    

 

Porque repito, el de López Obrador es un estilo de gobernar, además de altamente discrecional y personalista, –al más puro estilo del viejo régimen priista–, un estilo de ejercicio de autoridad que no admite concesiones: sencillamente se hace lo que el señor presidente ordena, aún si lo que solicita está fuera de toda proporción o resulta operativamente inviable. En México como en tiempos de Luis Echeverría, para el círculo de aduladores que acompañan a López Obrador, es la hora, y se hace sí o sí, lo que el presidente ordena.

 

En tales condiciones, es necesario decir que no se hace falta ser un genio para darse cuenta de que celeridad y/o premura en el hacer de las obras públicas, unida a un voluntarismo a prueba de cualquier consideración, no es siempre lo más aconsejable. Demasiado poder en una sola persona, nunca dará mejores resultados que los que se obtiene ahí donde las decisiones públicas se discuten ampliamente entre las distintas fuerzas políticas que constituyen la vida pública del país, eso lo saben de sobra propios extraños, pero de ahí, a tener los pantalones para decirlo públicamente, no cualquiera.

 

Mucho menos si se sabe que hacerlo, puede significar caer de la gracia del Ejecutivo, y terminar con ello malogrando futuras aspiraciones políticas, lo cual no es un detalle menor si  se tiene en cuenta las características del liderazgo que López Obrador ha ejercido hasta ahora. Para decirlo claramente, se antoja difícil que el propio López Obrador vaya a resistir la tentación de seguir controlando los hilos del poder una vez que se haya ido formalmente de la presidencia.  

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